Capítulo XXXIII:Tokimeki no dokasen

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– Te amo Yume – un beso por parte de Kusanagi a su amante.

Ambos descansaban recostados en el king size de un lujoso hotel en Fukuoka; habían decidido celebrar en ese lugar su cuarto mes como pareja, pues aquel día en el que Yagami planeó su venganza contra el moreno, y al darse cuenta que lo amaba, detuvo a aquellos dos sujetos antes de que siquiera tocasen alguna parte del cuerpo de Saisyu quien dispuesto estaba a obedecer a su enemigo hasta las últimas consecuencias.

Pero ahora todo era diferente, ambos se sentían sumamente felices. Aunque claro, después de lo que el moreno le hizo al otro muchacho este último tuvo varios problemas para dejar que Saisyu se acercase a él sin sentir miedo, mas Kusanagi poco a poco fue ganándose su confianza, no lo forzaba a nada y muchas veces dejó a su pareja que llevase el mando, todo por borrar de Yume aquellos hirientes recuerdos. Y fue así que, el chico oji azul, al sentirse listo, le permitió a Saisyu, y así mismo, disfrutar de una grandiosa y romántica tarde en una hermosa, pero desolada, playa. Cuyas olas bañaron sus cuerpos desnudos y el sol les ofreció una grandiosa y cálida despedida perdiéndose en el horizonte tal como si se hundiera en aquel colorido mar que en pocas horas sería el espejo de una hermosa media luna que parecía sonreír a ellos dos en lo más profundo del cielo estrellado.

– Yo también te amo – la voz de Yagami sonaba sincera, y así era. En esos momentos cualquiera podía decir que ese muchacho tan cortante meses atrás, era ahora la persona más feliz del mundo.

Pero la felicidad es algo mortal, no dura para siempre y perece cuando uno menos se lo espera; Kômori-san había decidido ya la fecha para su encuentro con el último descendiente directo de los Kusanagi. Claro está que antes se divirtió mucho aniquilando a más de la tercera parte del clan, tan sólo algunos niños y una que otra mujer quedaban vivos, la mayoría de los varones habían saldado cuentas con Yagami-sama, permaneciendo en el recuerdo de su clan en el altar familiar.

La batalla se llevaría a cabo en un lugar alejado del centro de Tokyo, nadie estaría presente en dicha lucha, pues a Kômori no le gustaba dar espectáculo ni que lo interrumpiesen a mitad de la pelea. Así pues, en tan sólo dos semanas el encuentro decisivo entre Yagami y Kusanagi dejaría ver que clan era el más fuerte y el que sobreviviría después de cientos de años. Yume llega a su casa, el reloj marca casi las tres de la tarde, encuentra a su mamá en la sala, sentada miraba el televisor sin siquiera percatarse que su hijo, parado a su lado, estaba mirándola con sorpresa; pues el ver a su madre tan temprano en su hogar le pareció por demás inverosímil

– ¿Qué? – pregunta ella sin quitar la vista de sus ventas por televisión

– No – balbucea su vástago desviando la mirada – ¿dónde está papá? – pregunta cuando se percibe que un ambiente lleno de paz invade la casa hasta el último rincón

– Pues... creo que hoy pelearía con el último heredero de los perros Kusanagi – al oír esto el corazón de Yume dio un vuelco en su pecho

Al recuperarse le preguntó a su mamá el lugar del encuentro, y para quitárselo de encima y seguir viendo tranquilamente el televisor, le dijo todo. Como de rayo salió Yagami, corría como si sus piernas fuesen parte del viento que movía las ramas de los árboles con lastimeros gemidos, ni siquiera pensó en coger un taxi, lo único en su mente era correr.

– ¡Jajajajajaja! – Kômori-san camina hasta su enemigo, cuyo herido cuerpo no puede más, con tan solo algunos golpes aquel sujeto había logrado dejarlo fuera de combate – oye tu – le dice dándole de patadas en las costillas para verificar si aún vive.

Sus rojos ojos miraban con alegría la ropa desgarrada y ensangrentada de aquel muchacho; pero no, no era suficiente aún, su instinto asesino le exigía jugar un poco más con esa basura. Al igual que un gato que antes de engullir al ratón se entretiene con él, Yagami-sama se divertía como un infante estampando a Kusanagi contra los árboles, o estrellándole la cabeza contra el suelo, quemando su piel con el hiriente fuego púrpura tan representativo de los elegidos del clan; fuego del que Yume jamás había sentido la flama. Y por ello su padre lo tenía por inútil y debilucho, clasificación a la cual pertenecían todos los hijos del sol.

KURAKU I: COMO ROMEO Y JULIETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora