Bella mariposita

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Capítulo 1

{Samantha}

Caminaba por la casa, esperando que la señora Naty —Mi querida nana— terminara de preparar mi merienda. Adoro desaparecer por entre los pasillos en mi bello hogar, observar lo cuadros y objetos lujosos, ¡son muy brillantes y eso me encanta! Sonreí ampliamente al verla. Era la bailarina de mamá, nunca me cansaba de verla, sin dejar de dar vueltas y vueltas, junto a ella.

La tomé, casi se cae por mis torpes manitas, la encendí, quedando de una vez embelesada mirando la muñeca bailar, mientras yo tarareaba el vals. Siempre era así, me olvidaba del tiempo cuando estaba allí tarareando la melodía hasta quedarme dormida sobre el comodísimo diván.

—¡Hola! —esa chillona voz logró que me sobresaltara.

Crucé los brazos muy molesta, —sabía muy bien que tenía los cachetes inflados, o al menos eso es lo que mamá dice que hago siempre que me enojo. Y vaya que lo estoy— dispuesta a espantar a la tonta persona que molestaba mi paz, me giré. Más no pude, no cuando fui recibida por una enorme y cálida sonrisa de una niña con intensos ojos azules.

Su sonrisa me aterra. Parece que se congeló.

Pero sus demás rasgos lo recompensan, su cabello es hermoso, ella parece agradable. Y ¡Dios! sus ojos son bellísimos. Me encantan. ¡Quiero unos así!

—Hola...—devolví el saludo un tanto tímida.

—¿Eres Samantha? —Pregunta con una notoria cara curiosa.

Espera... ¿Cómo ella sabe mi nombre?

—Si, ¿Y tú eles? —me sentí tan avergonzada.

Me preocupaba mucho nunca poder pronunciar bien las palabras, mamá siempre me dice que es normal que aún soy pequeña. Pero es injusto, esa niña dice bien esas letras difíciles y yo no. Y lo peor de todo es que ella se estaba riendo, lo supe cuando se tapó el rostro, mientras veía sus hombros sacudirse, entonces, mis ojos comenzaron a llenarse con lágrimas, odio llorar pero no puedo evitarlo.

Entonces sentí sus manos cálidas retirar las lágrimas en mi rostro, para luego hacer que la mirase.

—Oye tranquila, yo tampoco podía decirla la tonta "r" y ya lo logré, también lo harás Sama, —en otro momento me hubiera molestado por su confianza, pero ella es muy agradable y tierna— ah y me llamo Daya...

Un señor entró en nuestro espacio, me asusté. Había un extraño en casa y no podía, ni debía, acercarme a extraño pues ellos serían capaces de hacerme mucho daño. Retrocedí unos cuantos pasos, dispuesta a irme corriendo hasta estar segura en los brazos de papá.

Nuestro héroe.

—¡Papi! —volvió a chillar la niña ojos de mar.

¿Papá?

¡Vaya! Yo que casi salgo corriendo.

—¿Qué hace por aquí, nena? —preguntó el ahora padre de la castaña.

—Es que iba hacia donde me indicaste papi, pero de camino escuché música de balé y sabes que me encanta, me detuve a escucharla y me encontré a Samy —¡Dios mío! Es una parlanchina.

Habla demasiado y rápido, casi me da mareos. Su papá pareció pensar lo mismo pues sonrió a la vez que negaba, para luego asentir satisfecho por la respuesta de su hija, para finalmente girarse hasta mí.

—Hola pequeña Samantha —y vaya que eran parecidos, la sonrisa de la niña y la suya son idénticas.

Aún estaba algo incomoda, de todos modos ambos eran extraños irrumpiendo la paz de mi dulce hogar. Pero papá y mamá decían que no saludar era un gesto descortés. Y no podía permitirme ser grosera, papá y mamá se han encargado de que aprenda a ser educada hasta en otros idiomas, me han mostrado otras costumbres y culturas distintas a las mías, sólo para que aprenda a comprender a los demás, así que no puedo defraudarlos. Quiero que siempre estén orgullosos de mí.

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