Capítulo 8

738 26 2
                                    

Lysander terminó de comer y yo apenas había comido bocado, porque la intriga se había comido mi apetito. Ahora que lo tenía con la boca vacía debía lanzarme como un animal taurino a embestirlo de preguntas. Esa sería la Tiffany osada, pero la actual apenas podía mirarlo por más de tres segundos, y no estaba con la confianza para cambiar de tono.

Lo tenía tan cerca de mí y, a la vez, a dos cuadras de distancia. La voz se me apagaba antes de pronunciar vocablo. La maldita falda no bajaba y ya estaba a punto de sacar la bandera blanca. Debía elegir qué palabras usar antes de preocuparme porque se me viera la ropa interior, estando con las piernas cerradas.

«¡Por favor, niña!», me dije y resollé con disimulo, pero a mi me pareció un escándalo en su aposento secreto.

Lysander me diría en cualquier momento: «Esta niña es extraña».

Cambié de postura y lo mire fijamente.

—Sé lo que quieres saber —dijo Lysander.

—¿Qué? ¿En serio? —dije pasmada.

—Así es. Tus ojos me lo acaban de decir.

—Yo...

—Te contaré del porqué estoy aquí.

«¡Qué ansias!», me dije.

—Me transportaré hasta la raíz del problema. ¿Me acompañas?

—Sí, supongo...

—Vámonos.

Dentro de un afamado hotel, por su excentricidad y ostentación, se hospedaba un hombre de fina estampa. La edad no le prohibía ser galante con las damas. Dicho hombre se llamaba Otoniel y derrochaba elegancia con cada paso que daba. De ocupación testaferro, este hombre tenía un hijo llamado Lysander, de diez años. Pronto partirian a Nueva York.

Otoniel revisaba un memorándum y Lysander veía televisión con el volumen alto.

—Qué sofisticado es todo —dije con estupor.

—Habla más abajo que mi yo de diez años te oirá.

—¿Ese niño eres tú?

—Sí, ese niño educado y obediente.

—Qué lindo... Digo, sorprendente.

Todo andaba viento en popa hasta que, de pronto, Lysander fue testigo de una pequeña escaramuza, en la alcoba de su padre, que por su naturaleza, no debía pasar a mayores.

Los ánimos se caldearon y se escuchó a alguien desenfundar un sable. Se percibió un forcejeo interminable.

—Dios... ¿Qué pasa, Lysander?

—Hasta ahora ni yo sé lo que pasó...

—Dios... Me preocupa.

—No podemos movernos de acá porque... Bueno, ya lo habrás intuido...

—Sí, creo... Es verdad, no puedo moverme. ¿Solo podemos ver a tu yo de diez años?

—Desgraciadamente sí.

—Dios...

—Tiffany, mira lo que sucede después.

De pronto se escuchó un grito desaforado que sacudió la alcoba de su padre. Después, hubo un silencio inopinado que se tornó tétrico. El pequeño Lysander desvió la mirada hacia la alcoba de su padre. El niño se levantó por la curiosidad.

—Niña, ahora podemos avanzar... Sígueme.

—Espérame, Lysander grande...

El silencio acompañó a Lysander y su certidumbre lo dejó solo. El niño asomó la cabeza, timorato, y vio a su padre agonizante en el piso. Le faltaba una extremidad y su ropa elegante se había ensuciado con sangre. Aunque la ropa no era lo importante en ese momento.

—Ay, no... Pobre hombre —susurré—. Pobre tú de diez años.

—Mira mi cara de desolación. Esto es traumático.

—Lysander, dime que no pasará lo que estoy pensando... —Me cubrí la boca y lo abracé.

Secreto de bragas ©️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora