La tristeza del mar

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It's warm, the skin I'm living in
It creates and shapes what is within
So please look away, don't look at me
As we sink into the open sea

We Sink, Of Monsters and Men

El mar está más inquieto que de costumbre.

Las olas se azotan con mucha más saña en las playas del archipiélago, como si tuvieran miedo y quisieran demostrar su fuerza.

«Extraño», piensa Izuku.

El agua es una fuerza tan poderosa que a Izuku no se le ocurre ante qué pueda mostrarse temerosa, tan dispuesta a desplegar su fuerza.

—Voy a ir a las grutas —le anuncia a Tsuyu—. No le digas a Yagi. —Una pausa—. Ni a mi mamá.

—¿No quieres preocuparlos? —pregunta Tsuyu.

—No, no todavía.

—¿Sientes algo?

—Tengo un presentimiento desde hace días —admite Izuku. Quizá es más que eso. Desde el día que le cantó a los antiguos, pidiéndoles protección—. No sé si...

—Tus presentimientos nunca han estado equivocados.

Izuku mira hacia arriba, hacia la superficie.

—Desearía equivocarme con este, con todas mis fuerzas —dice—. El mar está demasiado inquieto.

—Todos lo hemos notado. Ibara dice que su cabello está demasiado inquieto —le informa Tsuyu.

El cabello de Ibara, la única sirena con algas en la cabeza, tiene vida propia. Puede extenderse tanto como Ibara desee y ella es la que los alerta si hay extraños en la zona. Hace año y medio —desde el día que perdió a Kacchan— que no se para un barco nuevo, pero antes eran muy comunes.

—Voy a ir a las grutas, quiero hablar con Tooru.

Tsuyu asiente.

—No le diré a Yagi ni a tu madre. Pero no tardes.

Las grutas están en la isla principal del archipiélago, muchos metros por debajo de la superficie. No toda la gente del agua se atreve a meterse al entramado de cuevas y rocas que es sólo para buscar a la Dama del Agua. Los humanos creen que es un mito. Algunos la veneran, especialmente entre los marinos y los piratas. Pero Izuku sabe que es real.

Tooru Hakagure, protectora de los mares y oráculo de la gente del agua.

Vive sola, dentro de las grutas. De forma de agua, es prácticamente invisible a los ojos del resto de los seres vivos.

Izuku siempre se recuerda que debería ir a verla más seguido.

Cuando llega al fondo de las grutas, donde el agua empieza a calentarse, la llama. Usa su voz, porque ella siempre acude a su canto. Desde que Izuku era un niño y se perdió por primera vez en aquellas cuevas, Tooru ha acudido en cuanto empieza a cantar. No importa la melodía.

Esa vez tampoco falla.

—Tooru. —Izuku sonríe al distinguir la silueta.

—Izuku —responde ella—. Creí que te habías olvidado de mí.

—Nunca —le asegura Izuku—. Eres mi admiradora número uno.

Es una mentira inofensiva. Porque nada se compara a los ojos de Kacchan viéndolo cantar por primera vez. La manera en que su mirada se suavizó y se quedó mirándolo como si lo viera por primera vez es algo que Izuku todavía recuerda a la perfección.

Ni siquiera la manera en la que se mueve la silueta de Tooru se compara a aquello.

—Me halagas. —Parece que sonríe, pero nunca puede saberlo realmente porque es sólo una forma de agua indefinida—. Pero sospecho que esta no es una visita de cortesía, ¿o sí?

Tooru se mueve e Izuku siente su presencia a centímetros de él.

—No, no lo es.

—¿Quieres saber qué he visto? —pregunta ella.

—¿Cómo lo sabes?

—He visto cosas —dice ella. Hay una pausa—. El agua tiene miedo. Trae rastros de magia antigua olvidada hace mucho.

Izuku se muerde la lengua. Está nervioso. A veces le cuesta recordar que es el protector de la gente del mar. Que su magia no tiene rival —aunque quizá, en su juventud, Yagi hubiera podido superarlo—. A veces cuesta asumir que es más que un hombre del mar muy asustado todo el tiempo.

—¿Magia antigua?

—Arcaica —corrige Tooru.

Izuku abre mucho la boca.

—Pero... los arcaicos...

«Los arcaicos están muertos», piensa. «No queda ninguno». La gente del mar se había asegurado que su magia oscura no asolara más la tierra. La leyenda decía que los arcaicos habían sido los primeros en pisar la tierra. Los Antiguos los habían creado porque estaban deseosos de crear vida y darle magia, pero algo había salido mal. Se habían quedado en simple experimento y su magia había resultado ser demasiado oscura. Los consumía vivos.

Entonces los antiguos habían acudido al agua y le habían pedido una manera para controlar a los Arcaicos. El agua creó, en respuesta, a la gente del mar y les dijo que su canto sería mágico.

Las leyendas contaban que la gente del mar viví en cada rincón de los mares de los trece reinos. Lucharon contra la magia de los arcaicos y, poco a poco, los Antiguos llenaron los trece reinos de otras criaturas.

Pero los hijos de los Antiguos se volvieron contra los hijos del mar. Los persiguieron y acorralaron en el archipiélago donde viven. En el resto de los trece reinos, aquel archipiélago diminuto se conoce como el fin del mundo. Izuku lo sabe porque Kacchan se lo había contado.

«Vine hasta el final de todo para conocerte», dijo una vez.

En respuesta, los Antiguos le habían dado la espalda a sus propios hijos, porque estos los habían olvidado.

Pero la gente del mar no olvidó.

—Alguien está despertando su magia, Izuku —dice Tooru, antes de que Izuku pudiera procesar todo lo que implicaba que los arcaicos o su magia estuvieran de nuevo sobre el mundo conocido—. El agua lo sintió y me trajo el mensaje.

—¿Tendremos que luchar de nuevo?

—No lo sé —reconoce Tooru—. Es sólo un rumor que surca el mar. Quizá la magia tarde años en despertar completamente. Quizá sean sólo meses.

Izuku traga saliva.

«Así que están de vuelta».

—Ah, y otra cosa —añade Tooru.

—¿Sí?

—No sé si es una mala noticia —reconoce—, ni siquiera sé que es. Pero el agua se remueve inquieta. Es como si llorara, a veces.

—¿El agua puede llorar? —pregunta Izuku.

—Si escuchas con atención como se estrella en las rocas de la playa, puedes oír su llanto —responde Tooru—. Ve a la playa, escúchala. Ustedes, la gente del mar, saben oír su desesperación, su miedo, su alegría. Pero su tristeza se les escapa porque no están acostumbrados a sentirla triste. —Suspira—. El mar está llorando, Izuku. Llora por la vida de alguien. Por una búsqueda. Pero no sé qué significa.

Izuku sacude la cabeza.

—Ojalá yo sí —murmura, más para sí que para la dama del agua.

—De todos modos, escúchala —le pide Tooru—. Hacía muchas eras que el mar no sonaba tan lastimero.

Until I Breathe This Life [Katsudeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora