2.- Me perteneces

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P.O.V. Samuel

Bajé del coche para encontrarme a Mike, uno de mis guardaespaldas, sosteniendo a la muchacha con cara de impaciencia.
La pequeña no paraba de retorcerse y gritar. De vez en cuando sollozaba.

-Dámela.–Mike me miró con agradecimiento infinito en sus ojos, y tomé a la muchacha en brazos, cargándola como un saco de patatas.
Ante el cambio de posición, comenzó a gritar con más fuerza.

-¡Por el amor de Dios, niña! Nadie va a hacerte nada, cállate de una vez–dije algo impaciente.

-¿¡Cómo puedes decirme que nadie me va a hacer nada!? ¡Me van a obligar a prostituirme!–Chillidos. Chillidos, y más chillidos.

-¿Quién carajos te dijo que te voy a obligar a prostituirte?-Pregunté, pasmado. Sonreí al sentirla tomar aire desesperadamente luego de gritar durante un minuto sin pausa, y comencé a caminar hacia mi casa, ante la mirada divertida de mis empleados.

-¡Tú! ¡Te dije que no era una puta y me dijiste que si no lo era, lo sería muy pronto! ¡No voy a dejarlo convertirme en una puta!–decía gritando.

-¿Puedes parar de gritar? Gracias al cielo, los oídos todavía me funcionan, a pesar de que tú estés atentando en su contra.–le ordene.
La muchacha se quedó callada, pero sus gritos fueron reemplazados por pequeños sollozos, lo cual era mucho peor.–Prefiero que grites...-Comenté con un suspiro.

Los sollozos se hicieron más intensos, y sentí una repentina opresión en el pecho.
¿Qué era eso? Yo no sentía culpa, ni remordimiento, ni pena. Samuel García no sentía.–Oye, tranquila.–Intenté suavizar mi voz para no asustarla más, y abrí la puerta de mi habitación en el tercer piso.-Todo va a estar bien–dije tratando de tranquilizarla, pero parecía imposible.

-Seré una prostituta. Nada va a estar bien–dijo con un hilo de voz. Sollozaba, simplemente no paraba. Su voz sonaba ahogada, y una terrible sensación de responsabilidad me invadió.
Deposité a la muchacha sobre mi cama, y al apartarme para mirarla sentí como si mi corazón se rompía en mil pedazos.
Sus ojos estaban rojos e hinchados, las mejillas bañadas en lágrimas. Sus hombros estaban caídos y sus labios lastimados de tanto mordérselos.

Me permití pasear mi vista por su cuerpo. Era un cuerpo pequeño, pero perfecto. Casi suelto una carcajada al reparar en su pijama de Ositos. A todas luces parecía no ser más que una niña, pero una niña no podía tener ese cuerpo, ¿O sí? Sin poder contenerme, me puse en cuclillas frente a ella y aparté un mechón de su pelo color oro del rostro.

–No serás una prostituta. Lo hubieras sido si te hubiera dejado con Polo, pero no aquí. No te obligaré a hacer nada que no quieras hacer. Por favor, deja de llorar...–Le pedí con voz suave.
Dejó de sollozar, pero lágrimas silenciosas seguían escurriendo por sus mejillas.

-Si no me obligarás a hacer nada, ¿Por qué no me dejas ir?–Pregunto inocente.

Suspiré, y bajé la vista. No podía dejarla ir.
-Porque sabes demasiado.–respondí sin más.

P.O.V. Carla

-¿Por qué sé... demasiado?-Lo miré con los ojos entrecerrados.

-Sí.-Se limitó a responder antes de levantarse y caminar hacia la puerta.

-¡Pero si no se nada!-Me paré y seguí sus pasos.- ¡No sé una mierda! ¡Oye!
Se giró antes de salir por la puerta, rascándose la frente. Parecía agotado, y bastante enfadado.
-Pensé que ya habíamos superado la maldita etapa de los gritos. Me paré en seco, a solo un metro de él, y fruncí el ceño.–No sé nada.-Repetí, con solo un hilo de voz.

Carmuel: Suya/Mío |Adaptación|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora