Sangre a hervir. 2ª noche

103 11 0
                                    

Desperté en una cabaña, a causa de los rayos del sol que atravesaban una ventana que iba directo a mi rostro, un hombre fuerte sentado del lado derecho de la cama, observándome detenidamente, como para tomar precauciones, la profesora entró.

-Es hora de la otra parte del viaje, cárgala y vayámonos. 

-Puedo caminar sola. – le dije.

-Inténtalo – me respondió.

Me paré y caí al piso…

-Está bien – le dije, y permití que el hombre me cargara.

Otra vez aquella sinfonía dulce y acelerada, del latir de un corazón fuerte y sano. 

El hombre estuvo caminando como quince minutos, los conté, pues en algo tenía que concentrarme ya que no estaba caminando, pues cuando yo camino me concentro en no tropezar, ahora que un hombre me cargaba, en lo único que me podía concentrar era en el tiempo que le llevaba llegar a nuestro destino. 

La anciana parecía estar feliz al caminar tanto, cuando llegamos a un muelle, desolado de no ser por los tripulantes y mis compañeros, no había nadie más allí. 

La neblina comenzaba a hacerse más espesa, mucho caso no hice puesto que estábamos cerca de un muelle y el agua bien podía seguir evaporándose.

Subimos al barco, no era tan grande, pero tampoco muy chico, el capitán le hizo una seña a la anciana para que fuera junto a él, mientras tanto yo le decía a aquel hombre que me cargaba y cuyo latir de corazón me drogaba que me bajase, y mientras me bajaba con mucho cuidado me dijo unas cuantas palabras de cautela…

-No se aleje de mí, nunca se sabe cuando un guardaespaldas le puede hacer falta.

¿Guardaespaldas? ¿Eso era de mí? Pensé que era un sirviente de la anciana. Me quedé mirándolo por un tiempo y le rogué que se sentara a mi lado, y como un buen ‘’guardaespaldas’’ me hizo caso.

Tuvimos un momento incómodo de aproximadamente cuatro minutos, luego yo empecé a lanzar las preguntas.

-¿Cómo te llamas?

-David

-Dime David, ¿la anciana te nombró mi guardaespaldas?

-Sí.

-Y ¿Por qué yo tengo guardaespaldas pero mis demás compañeros no?

-No lo sé, señorita.

-¡Claro que lo sabes! Uno no aceptaría ser guardaespaldas de alguien si no supiese a qué clase de enemigo se enfrenta su protegido…

-Mire señorita Meredid, puede que lo sepa, pero tengo órdenes superiores de no decírselo… Entienda por favor.

-Está bien, no te preocupes. ¿Cómo o dónde conociste a la anciana, David?

-Eso si se lo puedo contar. Yo no siempre fui un hombre de grandes huesos, se lo puedo probar con fotos, mi padre era un alcohólico y mi madre se drogaba mucho al punto de pegarme, la señora Mariana mientras iba al mercado por unas frutas observó como mi madre me maltrataba, se acercó u ofreció a mi madre mucho dinero a cambio de mi persona, mi madre sin titubear me vendió como a cualquier esclavo negro de la época. Tenía miedo de la señora, como tú, le decía anciana y eso la hacía enojar, hasta que me comenzó a educar y prepararme físicamente, en ese momento comencé a tomarle cariño y a respetarla, y hasta hoy día sigo a su lado, siguiendo sus órdenes, aunque creo que no me alcanzará la vida para agradecerle haberme sacado de aquel infierno…

La Hija de ÉlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora