CAPITULO II: DENIAL

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Hace ya varios minutos que Paulina había llegado, pero aún no se atrevía a salir de la camioneta. Tenía miedo. No quería ver a su familia en estos momentos. Si su padre, con solo escuchar su voz, pudo notar que algo pasaba, no quería imaginar lo que sucedería si la vieran así. Ya había dejado de llorar a la mitad del trayecto, pero sus ojos aún se notaban un poco rojos e hinchados. Intentó realizar unos ejercicios de respiración para poder calmarse; pero podía sentir cómo la ansiedad y el pánico comenzaban a apoderarse de ella. Sus pastillas. ¿Dónde estaban sus pastillas? ¿Por qué no las había tomado? Desde que ingresó a la universidad y se hizo cargo de la florería comenzó a sufrir esos ataques; por eso tomaba el tafil. Sin embargo, desde que conoció a José María ya casi no lo consumía. Él siempre la ayudaba a buscar una solución a sus problemas, aun cuando ella se negaba a pedir ayuda. ¿Quién diría que sería él la razón por la que volvería a engancharse con el tafil?

Una vez que logró calmarse, reaplicó su maquillaje y se acomodó el cabello. Luego tomó una bocanada de aire, cogió sus cosas, y finalmente salió. Era momento de ocultar sus emociones y hacerse la fuerte. Era momento de ser Paulina de la Mora, la indestructible, la que podía sola con todo y solucionaba los problemas de los demás. Lo único que pedía era no encontrarse con su...

― ¡Mamá! Ho-hola. ― dijo sorprendida y escondió inmediatamente los papeles. Su padre la miró un poco avergonzado. Sabía lo difícil que era para ella esconderle la verdad a su mamá.

― Hola, cariño. ¿Dónde estabas? Quería hablarte sobre los Balvanera.

― ¿Pasó algo con ellos?

― No, tranquila. Solo quería comentarte que estuvieron encantadísimos con los arreglos que preparaste y que te daban las gracias.

― Ay, qué bueno. Me da gusto por ellos. ― dijo mientras miraba por todos lados buscando a su hijo. ― Oye, papi, ¿y Brunito?

― Está con Julián en su habitación, mi amor. ― respondió Ernesto, mirándola extraña.

― Bueno voy a verlo. ― Paulina esquivó su mirada y se retiró.

― Mija, no se demoren. Ya vamos a almorzar. ― Logró escuchar a lo lejos la voz de su madre.


Ya quería que se terminara el día. Toda la semana si es posible. ¿Por qué cuándo uno quiere que el tiempo pase volando es cuando más se demora? Lo único bueno en este momento era su niño, Brunito. La luz de sus ojos. No podía creer lo rápido que estaba creciendo. Aún recuerda cuando era pequeño y amaba jugar con ella, ahora paraba metido en su celular, jugando no sé qué. Por eso, no se sorprendió cuando lo vio bien entretenido con tu tío explicándole cómo funcionaba uno de sus tantos videojuegos.

― Hola, July ― saludó a su hermano para hacer notar su presencia.

― ¡Pau, por fin llegas! La neta que tu hijo tiene muchas cosas en su celular... Bueno voy a ver que están haciendo abajo. ― La abrazó y se fue. La verdad era que quería ver si había llegado Diego, el asesor financiero y amigo íntimo de la familia. No le había dicho a nadie pero tenía un pequeño crush con él.

― Hola, ma. ― Brunito la miró y sonrió.

― Ay, mi cielo. Mi niño bello. ― susurró y lo abrazó con todas sus fuerzas. Apoyó su mejilla sobre su cabeza y aspiró su perfume. Estar con su hijo siempre la relajaba y eliminaba de su mente cualquier problema que estuviera enfrentando. Él la recibió con mucha alegría e intentó acurrucarse. Ya tenía diez años, casi once, pero estar en los brazos de su mamá siempre sería su lugar favorito. Obviamente, no lo haría en público, especialmente frente a sus amigos porque pues tenía una reputación que mantener. Pero, estando en casa, no tenía por qué hacerse el niño grande. Así que simplemente disfrutó el momento. Sin embargo, comenzó a preocuparse cuando pasado varios minutos su mamá seguía sin soltarlo.

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