El niño que entró al agujero del árbol.

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Aquella tarde no había sido la mejor. No había sido suficiente llevarlo a su misa de confirmación, cosa que le había generado cierto alivio, puesto que dejaría de ir a las desesperantes clases religiosas los domingos. No... Lo llevaron a su ceremonia de confirmación y luego reunieron a sus familiares en casa: a sus tíos y primos, que solían ser groseros y desconsiderados la mayor parte del tiempo. Esa celebración no podía haberse hecho para él, definitivamente. No le habían preguntado si quería ir cada domingo a la iglesia para quedarse a estudiar la religión de sus padres y tampoco le habían preguntado si quería que le hicieran la fiesta. Se sentía harto.

Sus primos ya lo habían molestado y se habían burlado de él. Sus tíos ya lo habían interrogado, ridiculizado o regañado. Por el momento, había conseguido quedarse sin más molestias, desanimado, en una de las mesas, obligado a quedarse por su padre. Pero entonces ocurrió: vio a su padre acercarse con su abuela del brazo. Sí... su abuela, que más que otra cosa, gustaba de intimidarlo.

-¡Butters! -lo llamó su padre en cuanto lo vio salir corriendo-. ¡Butters, ven a saludar a la abuela!

El niño no se detuvo. En cambio se fue directamente a su cuarto y ahí se quedó encerrado, algo aliviado, hasta que su padre, como temía, fue a tocar la puerta con impaciencia. Butters se paró en medio de su habitación, ansioso, frotando sus nodillos. No quería salir.

-¡Butters, le has faltado al respeto a tu abuela por última vez! ¡Estás castigado, señorito! ¡Iré por las llaves y cuando entre estarás en problemas!

-Oh, cielos...

Mentiría si decía que no estaba preocupado. Lo estaba. Pero siempre lo castigaban. No quería el castigo, claro, pero tampoco quería pasar el resto de esa tarde siendo intimidado por la abuela. ¿Y si sus primos lo notaban y se burlaban de él? Nadie lo iba a defender. El escenario, en lugar de mejorar, se volvía peor en su imaginación. Con eso en su mente lo decidió: no bajaría. ¿Pero cómo? ¿Qué podía hacer? Solo se le ocurrió una cosa: salir y esconderse afuera. Y en realidad ya se le había ocurrido algo más.

Se escondió debajo de la mesa de la cocina durante casi 15 minutos. Nadie de su familia lo notó. Y una vez que pensó que había pasado tiempo suficiente, corrió al cuarto de sus padres. Los pasillos de las habitaciones seguían vacías.

Una vez dentro de la habitación de sus padres hizo lo mismo que antes: cerró con seguro y fue directo al armario de su madre. Ahí había muchos vestidos. Ninguno le quedaba... Y así estuvo revisando uno por uno, hasta que dio con una caja.

La abrió, no esperando realmente encontrar algo útil en su interior, mas cuál fue su sorpresa al encontrar ahí lo que precisamente necesitaba. ¡Un vestido de su talla! Un vestido amarillo y ligero que se probó y le quedó como si hubiera sido diseñado para él mismo. Se sintió maravillado con la idea. Dio una vuelta sobre sí mismo, viéndolo moverse con gracia. Jugueteó un rato más mirándose al espejo, en medio de las risas. Aquello era divertido y curioso. Lo que no pensó Butters fue que su madre lo había comprado con la intención de dárselo de regalo a una de sus primas. Jamás lo sospechó.

Entonces se fijó en su cabeza. Se tocó el cabello corto con sus dedos y la ansiedad regresó. No le serviría de nada tener un vestido adecuado si por su cabello aún se veía como un niño. Entonces revolvió entre los cajones de su madre. No había nada... Nada en absoluto... Hasta que, como si fuera un milagro, alcanzó a ver una peluca amarilla sobre uno de los muebles más altos. Le quedaba muy lejos, pero eso no lo iba a desanimar ahora: solo tenía que trepar a lo alto del mueble y tomarla. Solo eso.

Como pensó, no fue tan difícil. Consiguió agarrar la peluca y caer de sentón sobre la alfombra de la habitación. Se sobó, mas no le había dolido mucho. Cuando la tuvo en sus manos se la puso sobre la cabeza y vio suceder la magia: ahí, frente a él, había una niña, bastante ordinaria y bonita

Marjorine en el País de las Maravillas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora