Sonriente.

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Tal como se lo pidió Kyle, caminó por casi media hora antes de comer el pastelillo que le devolvería su estatura original. Había estado ansioso por comerlo, de verdad se veía delicioso, pero cuando llegó el momento ansiado y le dio la primera mordida, los ojos le lagrimearon por el sabor inesperado: sabía a vinagre con pasas.

Se tragó el primer bocado con un feo escalofrío. De verdad que sabía horrible. No tenía deseos de comerse lo que quedaba, pero lo pensó mejor: si no se lo comía todo, corría el riesgo de quedar de menor estatura de la que tenía originalmente. Cerró los ojos con fuerza y masticó con prisa el resto. Le dio una tos terrible.

Se estaba limpiando las lágrimas que le habían asomado en los ojos, cuando comenzó a aumentar de tamaño. Cuando por fin los abrió de nuevo, había recuperado su estatura.

-¡Uju! ¡Hurra! -festejó con un saltito. Luego volteó y miró atrás-. ¡Kyle, donde sea que estés, gracias!

Con su buen ánimo renovado, caminó a buen paso entre el pasto, que en realidad, a diferencia de lo que le había parecido cuando era diminuto, no era muy amplio, pues no tardó nada en llegar a un sendero.

-Debe ser por aquí -habló consigo mismo, y corrió un poco por el camino antes de volver a reducir su velocidad.

La tarde ya había caído, y sospechó que pronto anochecería. Y así era. Su actitud positiva amenazaba con empezar a desvanecerse cuando en efecto, todo se empezó a poner oscuro. Se frotó los nudillos.

-Oh, no... ¿Qué voy a hacer cuando en verdad anochezca? No conozco este lugar... Me voy a perder -dijo con tristeza.

Su temor no hizo más que aumentar cuando el sendero que seguía se internó en un bosque. Los árboles se veían siniestros a su alrededor.

Caminó encogido, mirando con aprensión las sombras que se empezaban a acentuar.

-Uh... No temas, Butters -se dijo con su vicesita temblorosa-. Seguro estás por llegar... N-No hay nada que perder...

Trataba de convencerse de aquello, cuando le pareció ver la luna entre los árboles. Por inercia, trató de verla con más claridad, pero entonces notó que ésta se movía, y que de pronto, un par de ojos verdes brillantes aparecían encima. Aquello le dio un buen susto: retrocedió con un salto y un pequeño grito y trató de fijarse mejor. La luna pareció alargarse aún más y los ojos se abrieron más ampliamente. El corazón se le aceleró. Era una aterradora cara invisible.

-Un... Un... Un... Ah... -retrocedió un poco más.

-¿Siiiiii? -se movió lo que debía ser la boca.

Estaba por preguntar quién o qué era, pero entonces, los colores comenzaron a aparecer y a volverse sólidos, hasta dar lugar a un chico vestido de azul que le resultaba absolutamente familiar y que estaba sentado en una rama del árbol.

-¿Craig?

-El mismo -dijo igual de sonriente que antes-. ¿Quién eres tú, linda niña? -dijo mientras con facilidad se recostaba sobre la misma rama, dejando a la vista una larga cola anillada.

-Soy... Marjorine.

-Marjorine... Nunca te había visto. Estoy seguro de que no eres de aquí.

Mientras Craig hacía esa observación, Butters lo observó más detenidamente. En lugar de su usual gorro azul llevaba otro del mismo color, pero con diferente forma: éste tenía orejas de gato. Por otro lado, la cola anillada se movía constantemente, inquieta, y en ella se intercalaban dos tonos diferentes de color azul, uno más claro que el otro. Sin embargo, lo que más llamó su atención era que ese Craig era un poquito mayor. Quizá tendría 15 o 16 años. No podía quedarse sin preguntar.

Marjorine en el País de las Maravillas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora