Cap 25: dalia granate

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Pocos minutos faltaban para las ser exactas las dos de la tarde, los ojos agitados de Cloe atisbaron ello en el reloj superpuesto sobre la pared del salón en un intento desesperado por hallar la razón del tórrido silencio de sus progenitores, ¿por qué se quedaban allí mirándoles sin decir nada?, acababan de anunciarles su vínculo y ellos no atinaban a emitir ni un solo resoplido. Quizá era por la hora, sí, debía ser el sol estival que a esas horas solía alcanzar el pic de su intensidad, mitigando los ánimos y aletargando los sentidos; O quizá, era la magnitud de sus rayos ígneos que se infiltraban por la ventana y que al ser tamizados por esa cortina translúcida concedían al lugar un aura surreal de madriguera clara, ambarina y difusa, como si se tratase de un espejismo lejano que impregnara en sus mentes la sensación de desprendimiento, distanciándoles de ese espacio terrenal que era el salón.

— ¿De verdad están saliendo? —El rostro ceñudo de Nicole se posó sobre los jóvenes que sentados uno al lado del otro en el sofá más pequeño del salón, acariciaban con discreción sus manos en son de apoyo y socorro.

—Creí que apenas se llevaban —comentó Erick, mirando profundamente extrañado a Cloe.

A decir verdad, las facetas que lucían más sorprendidas eran, en efecto, la de Nicole y Erick, cuyas inocentes mentes sumidas en la algarabía de su paseo, no habían alcanzado a notar que entre los muchachos acaecía algo más que una retozona amistad, y que encima, solo asociaban a la condición solitaria de ser los únicos adolescentes en el grupo durante el viaje. Sí, era cierto, evidentemente existía cierta atracción patente entre ellos, pero en realidad, a sus ojos, aquello estaba lejos de convertirse en algo más. Eso claro, hasta ahora.

—Ella era la que me tenía mala —señaló con el dedo a la fémina a su lado, recibiendo como respuesta un suave empujoncito en su hombro—. Pero sí, mamá. Estamos saliendo.

Cloe intentó leer en los rostros de los presentes alguna señal, alguna sospecha que le diera a conocer qué era lo que realmente pensaban, porque lo cierto es que al único que veía satisfecho con la noticia era a Marc, que no dejaba de esbozar una sonrisa colmada de contento, más aun cada que observaba la mano de su hijo acariciando sus dedos nerviosos. Sin embargo, Cloe no sabía si era señal auténtica de entusiasmo o más bien mera causa de ese ánimo enérgico tan característico suyo, y que no parecía difuminarse ni acaeciendo frente a él la mayor de las desgracias.

—Mis felicitaciones, chicos —terminó por decir en una sonrisa el padre del castaño mientras se erguía, no sin antes propinarle una leve palmadita allí a la espalda de su amigo Erick.

Se disculpó invitando a Nicole a que le ayudase con los preparativos para esa tarde, pues tenían las entradas ya listas para llegar a una hora fija a Palais Longchamp, un monumento que si bien comprendía dos de los museos más llamativos de Francia, aquel día solo se ocuparían en conocer sus alrededores verdes, por cuyos jardines floreados y arbolados se llevaría a cabo una excepcional exposición de esculturas una vez que anocheciera.

—Timothée, muchacho. ¿Puedo hablar contigo un momento? —habló sereno el padre de la fémina, levantándose del sofá frente al suyo.

Cloe estaba lista para protestar, con su torso recto, su mandíbula tensa y sus brazos cruzados en el regazo, pero Timothée le tranquilizó con una sonrisa ligera y un golpecito en su pierna, comunicándole que no pasaba nada, que todo estaba bien. Y pese a que la chica alcanzó a entrever en sus gestos un nerviosismo velado y en su caminar torpe una manifiesta preocupación, lo cierto es que hubo un algo en su mirada apaciguadora que le hizo notar que él, a diferencia de ella, no estaba sorprendido, sino que incluso, hasta se lo esperaba.

Claro que a ella lejos de tranquilizarle, la situación no hacía más que ponerle de pelos, ¡le crispaba los nervios!, le hacía sentir una molestia desusada esa actitud agobiante de su padre tildada bajo el eufemismo de la protección, ¿qué era de hablar de hombre a hombre? ¡Como si ella no pudiese trazar los límites por sí misma!

Extraños en el océano - Timothée Chalamet ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora