Mami...

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Durante los primeros meses que siguieron, pocas personas seguían recordando con miedo a la Llorona, al dejarse de escuchar los gritos la gente poco a poco iba dejándola en el olvido.

Y no eran los únicos, la misma llorona ya había dejado en el pasado su procesión nocturna para mantener cerca de su hija, tuvo que hacer algo que no pensó que volvería a hacer; dejo de lado la pena, tenía una vida por la cuál preocuparse, su pequeñita poco a poco crecía entre los árboles del bosque, dedicándole hermosas sonrisas y extendiendo sus pequeños brazos hacia la que ella consideraba como su madre.

Un día el marchito y pobre corazón de la mujer sintió después de siglos un haz de calidez con tan solo una palabrita que provino de los labios de la niña en su cuna: Ma...má.

Volteo hacia ella y un mar de lágrimas se precipitaron hacia el suelo terroso, pero no había una pizca de tristeza como lo habían sido todas sus lágrimas desde que fue condenada al castigo eterno.

Se acercó velozmente y con sus brazos llevo a la niña a su regazo dedicándole un afectuoso y quizá tibio abrazo mientras colocaba sus labios pálidos sobre la frente de la pequeña morenita y le daba un tierna beso, como solo una madre puede dar.

Los meses avanzaron, el clima poco a poco se volvía violento e inclemente, la niña no podía crecer ahí o sería presa de la enfermedad, la llorona no se podía permitir eso. Tomo a su hija y partió hacia un nuevo destino para criar a su pequeña, y como no era capaz de mostrarse a plena luz del día tendrían que viajar en la noche, formó la mayor cantidad de mantas posibles, arropó y cubrió con cuidado a la bebé y se alejo del bosque.

Al cabo de un tiempo, encontró una casona; abandonada hacia tiempo por como se encontraba, según escucho cuando vagaba por ahí la familia que una vez habitó en ella quedó sin descendientes y nadie estaba para reclamarla propia. Así se decidió en ese lugar cuidaría de su hija.

Con un movimiento de su mano se abrió la puerta e ingreso a su nuevo hogar en mucho tiempo. Entre las habitaciones de la casona encontró un cuarto que asimilaba a una guardería,  había dos cunas en el centro de la habitación y cientos de mantas, libros y juguetes para niños en los alrededores, debido al largo abandono, todo eso yacía cubierto de polvo por lo que formando un remolino de aire con su brazo libre retiro el polvo para que su hija pudiese disponer del cuarto.

Recostó a su pequeña en una cuna y la contempló, memorizó cada una de sus facciones, acaricio sus oscuros cabellos y sus dulces ojos almendrados, acaricio sus rostro cuando las manitas de la niña tomó su dedo índice comenzando a reírse y a sonreírle.

Aspiró aire con suavidad y pronunció palabras diferentes a las que mencionó los últimos siglos —Descansa mi niña, mami está aquí—

La hija de la Llorona, su PazDonde viven las historias. Descúbrelo ahora