CAP X

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Un montón de preguntas invadieron su mente a la vez que contemplaba el asiento vacío de Shiho. Podía haberse dormido perfectamente cómo le había pasado a él, después de todo, decía que tenía que acabar el regalo y pudo irse a dormir tarde por eso.

“¡Kudo” Le llamó el profesor. “Estate atento por favor.” Le pidió provocando unas leves risas en sus compañeros.

Shinichi resopló y se pasó el resto de clases mirando hacia la ventana. Y al sonar el timbre, no dudó en salir corriendo, con su bufanda en la mano. Debía devolvérsela y comprobar que estaba bien.

Empezó a golpear la puerta sin cesar a la vez que llamaba su nombre.

“¡Shiho!¿Estás en casa?” Preguntó preocupado.

Pero no parecía haber nadie en casa. Las ventanas estaban cerradas y no se veía luz o movimiento del interior. Aún sin estar convencido se dirigió a la parte trasera de la casa y se encontró de nuevo con aquel cobertizo dónde la encontró aquella vez. Entrecerrado.

No puede ser…

Su corazón se aceleró mientras sus ojos miraban la puerta y sus pies se acercaban lentamente. Abrió las puertas con miedo pero sus ojos no encontraron nada en el interior. Sin embargo si lo había hecho en el exterior, encontrando las huellas de unas botas de hombre adulto. Podía tratarse de él.

Resopló y salió de ahí insatisfecho por lo que había encontrado. Pasó por el parque con la esperanza de encontrársela, pero tampoco se la encontró ahí.

Había perdido.

Al día siguiente se dio la orden oficial de la desaparición de Shiho Miyano.

<●>

Después de eso, Shinichi se encerró en su casa, ausentándose a clase los siguientes dos días.

“Tienes que saber que tu no tienes la culpa.” Le dijo su madre intentando animarle al verle tan decaído.

“No he podido cambiar nada.” Contestó removiendo la comida sin apenas comer.

“Yo no diría eso.”

“Yo quería que no estuviese sola.” Dijo cabizbajo.

“Entonces, has tenido éxito con eso.” Le contestó su madre.

“Te equivocas. Debería haber hecho más, no ha sido suficiente.” Dijo apretando los puños.

“Echarte la culpa posteriori no te sirve de nada, hijo. Existe un límite a lo que una persona puede hacer y eso vale tanto para ti cómo para mí.” Le dijo mirándole a los ojos. “Debes volver a clase.” Le dijo apretándole la mano con cariño.

Y así lo hizo. Se armó de valor y volvió para seguir contemplando su pupitre vacío.

“Chicos debería contaros una cosa.” Dijo el profesor intentando captar la atención de todos los alumnos. “Shiho ya no va a estudiar en este instituto, se ha mudado con un familiar a otra ciudad de Japón.” Les explicó.

No le costó captar que lo que pretendía, era no causar pánico entre los alumnos. Pero él sabía que eso no era verdad.

Los alumnos empezaron a cuchichear por lo bajo los siguientes minutos, buscando sus propias teorías.

“He oído que su tía le pegaba.” Dijo uno.

“¿Se habrá escapado?” Preguntó otra.

“Mejor que se haya ido.” Llegó a escuchar de otra.

La gente husmeaba en todo y disfrutaba de las desgracias ajenas. Era repugnante.

No pudo evitar pasarse por el aula del profesorado para tener unas palabras con él sin el resto de personas escuchando a su alrededor.

“Padres y profesores nos hemos reunido y hemos decidido que es mejor darles esta versión a los chicos. ¿Lo entiendes, verdad?” Preguntó el profesor.

“Claro.” Asintió tristemente.

Apenas parecía que había ocurrido nada en la ciudad. A pesar de que acabaran de secuestrar a una chica, las calles estaban alegres y circuladas. Pero también sabía que había un coche de policía vigilando la casa de la pelirroja desde hacía un par de días.

Lo había visto.

Parecía ser que su tía era la principal sospechosa.

Y sólo seis días después de desparecer Shiho, desapareció otra chica más. No lo había conseguido parar ni evitar que se desencadenase.

Las cosas cambiaron entonces.

Los jóvenes se limitaban en ir del colegio a casa y viceversa. El miedo corría por sus cuerpos y por el de sus padres. Dos chicas en una semana, si que era para estar asustado.

El caso había empezado a aparecer en las noticias y la gente vivía más intranquila. Podía darse cuenta también de que el coche de policía que se encontraba en frente de su casa, ahora solo ocasionalmente. El objetivo debía haber cambiado al ser catalogado el caso cómo secuestros en serie.

Aún así, él seguía pasando cada día por delante de su casa al volver de clases. Con la esperanza de encontrar alguna pista o rastro. Y ese día pudo ver a su tía salir para tirar la basura.
Sus expresiones eran gélidas. Siempre había sido una mujer que imponía y con un aura muy oscura a su alrededor. La vio tirar la bolsa al lado de las otras y volver a su casa sonriendo. ¿Cómo podía sonreír?

Kudo no se lo pensó y se acercó corriendo hacia la bolsa que había tirado la rubia.

Sólo diez días después de que su sobrina desapareciese, lo que tiró dentro de esa bolsa de basura, fueron un par de guantes de lana... inacabados.

Sus puños se apretaron ante la rabia. Su corazón se aceleró y su sangre empezó a correr con fuerza. Se sentía furioso. Sus pies empezaron a correr a la vez que chillaba y un flash le deslumbró la vista haciéndole caer.

Abrió los ojos en el suelo y se rascó la cabeza adolorida a la vez que se reincorporaba y trataba de levantarse. Algo había cambiado. Su cuerpo volvía a ser su yo adulto, sus manos volvían a estar manchadas de la sangre de su mejor amigo y su alrededor el mismo que había dejado antes de adentrarse a esa regresión.

Había vuelto. Y no lo había conseguido.

Las sirenas de la policía empezaron a sonar de nievo a su alrededor. Estaba atrapado en esos callejones y manchado de la sangre de su mejor amigo. No debía haberse acercado tanto, solo tenían pruebas falsas contra él, pero no tenía nada que pudiese defenderle.

Empezó a buscar una salida con la mirada. La noche era oscura y no conocía mucho esa parte de Tokio. Sus manos empezaron a sudarle y su cabeza empezó a sentirse acorralado entre esas cuatro calles mientras titubeaba con los pies sin saber bien que dirección tomar.

Y las sirenas se escuchaban cada vez más cerca. Su realidad no era mejor que lo que había tenido que afrontar.

Una potente luz le enfocó la cara, provocándole que tuviese que taparse los ojos con una mano.

“¿Necesitas ayuda?” Le preguntó una voz conocida.

Kudo se quedó sin habla, parado en el mismo lugar.

“Vamos sube.” Le dijo el hombre ofreciéndole un casco de moto. “¿Quieres escapar, no?”

Akai.

Se quedó mirando a su compañero unos segundos y después asintió poniéndose el casco. Necesitaba escapar de ahí y poder encontrar a quien había asesinado a Heiji.

Eso no acababa ahí, estaba seguro de ello.

Bajo la nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora