[13] ARUNA

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Abrí mis ojos y mi garganta cosquilleó, tuve que toser levemente. Mis dedos temblaron cuando intenté cubrir mi boca. Todo lo que veía era blanco, de un blanco congelado como un color cielo muy tenue. Y todo lo que sentía, bueno, era frío. Estaba congelada de pies a cabeza.

Pude vislumbrar la luz del día donde sea que estaba, pero no me llegaba el calor del sol desde aquí.

A mi cabeza llegaron imágenes recordando lo ocurrido, una tras otra bombardeándome de principio a fin. Las sirenas, por empezar, que ahora me resultaban tétricas y viscosas no hermosas y deslumbrantes. El tacto de sus manos y garras sobre mi cuerpo, el frío arrebatador al chocar contra el agua. Y la oscuridad infinita en las profundidades.

También hubo destellos de algo más, como luz y sombras. Como un recuerdo no muy completo. Pero la sensación estaba allí, un beso frío que me había hecho despertar. Los labios del sirenio en mi boca, yo escupiendo agua y su mirada azul tratando de buscar la mía y hacerme enfocar. Todo se apagó hasta volver a prenderse y lo siguiente que supe era estaba siendo arrastrada, luego cargada en una espalda, hasta uno vaya a saber dónde.

Abrí más mis ojos, intenté enfocarme en el presente donde la realidad era muy distinta a las anteriores. Ahora mis sentidos volvían poco a poco torturándome por el dolor latente en diferentes partes de mi cuerpo y ese sentir frío.

Estaba recostada con una manta húmeda. No, la manta en realidad era esa capa detestable y pesada. Pero a pesar del frío que transmitía había una fuente de calor que me ayudaba a regular mi temperatura. Sentí un leve cosquilleo en mi nuca que me alarmó. Giré mi rostro, dientes castañeando, y encontré el rostro adormecido del sirenio. Era poseedor de una paz en su rostro la cual no compartía.

Me levanté de golpe con mi corazón galopando, sacando su brazo de mi cintura y destapándonos. Mis pies saltaron en el lugar al sentir mi piel chocar con el piso helado, me aseguré de pararme sobre la manta húmeda antes de mirar al sirenio.

— Te despertaste ¿Qué haces? Te congelarás.

— ¿Me congelaré? — Solté una exhalación anonadada — ¡Estoy congelada! ¿Y qué rayos creías que hacías? ¿Sabes quién soy yo? ¿Crees que puedes tocarme, así como así?

No sabía si me había entendido entre el apuro con el que salían mis palabras y mi voz temblorosa interrumpida con el golpeteo de mis dientes al temblar.

— ¿Así agradeces que salve tu vida? — Contestó Narayan algo molesto mientras se levantaba de su lugar.

Me quedé sin respiración, aún sentía el calor de su cuerpo contra el mío por más que tratara de ahogar esos recuerdos con gran ímpetu. Estaba ligero de ropa, solo esos pantalones algo ajustados y húmedos y sin remera. Me fue imposible no admirar su contextura física, desde su abdomen hasta el ancho que había de hombro a hombro, cómo su piel delineaba tan bien su figura y esa clavícula marcada que invitaba a mucho más.

La imagen de sus labios en los míos, aun cuando el fin había sido el de salvarme la vida al hacer funcionar mis pulmones, me estaba desquiciando por dentro. Debía borrar esa imagen, ese sentimiento fugaz que coloreaba mis mejillas cuando recordaba el frío y suave toque, húmedo, desquiciante...

Casi retiro mi mirada de su cuerpo con pesar, totalmente arrepentida de cómo lo había mirado, pero algo me dijo que observara su rostro. Sus ojos se mantuvieron revisando mi cuerpo de pies a cabeza.

Miré hacia abajo, mi pantalón y mi remera era lo único que hallé de todas mis pertenencias. Y ambas se encontraban húmedas y pegadas a mi cuerpo.

— ¿Dónde está mi ropa Narayan? — Le acusé totalmente abochornada, di unos pasos mientras él retrocedió — ¡Habla! ¿Dónde están mis cosas?

CRÓNICAS DE NYSSA: Hermanos de Fuego.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora