</3
Rosé se despertó con el sonido de golpes provenientes de alguna parte. Nunca fue una persona madrugadora pero el insistente golpe la puso de un humor peor del que normalmente tendría al despertarse.
Salió de la cama y bajó con pereza las escaleras, sin molestarse en ponerse una bata para cubrir la camiseta vieja y los pantalones cortos. Si la persona era lo suficientemente ruda como para despertarla temprano un sábado, entonces quien fuera podía lidiar con su ropa de dormir.
Sabía que su cabello sería aterrador y sus ojos todavía estaban entrecerrados. Tal vez espantaría al visitante no deseado como para que nunca volviera a llamar temprano de nuevo. Abrió la puerta de golpe.
—¿Qué quieres a estas horas? —espetó antes de alzar la vista.
Jadeó cuando vio a Lisa parada en su porche delantero. Ella no parecía contenta. No tenía idea qué estaría haciendo en su puerta delantera en cualquier momento, mucho menos tan temprano un sábado.
—¿Es así como saludas a todos tus invitados? —preguntó, con una sonrisa burlona.
—Número uno, no eres una invitada y número dos, la mayoría de la gente es lo bastante inteligente como para no aparecer en mi puerta al amanecer, un fin de semana —volvió a espetarle, sin importarle si estaba siendo grosera.
Inhaló el aroma de café y sus ojos se agrandaron mientras buscaba el maravilloso olor. Lisa estaba sosteniendo dos tazas grandes y ella estaba luchando consigo misma sobre cerrarle la puerta en la cara o agarrar la taza. Ahora estaba despierta y deseaba mucho ese café.
Lisa tuvo que evitar que la sonrisa llegara a sus rasgos ante la mirada de pura lujuria en los ojos de Rosé cuando vio el café que estaba sosteniendo. Había tomado la decisión de último minuto de pasar y agarrarlo. Incluso después de una semana solamente de trabajar con Rosé, ya sabía que no era una persona alegre hasta que no tomara su primera taza. Había aprendido a esperar para hablar con Rosé hasta que al menos se hubiera tomado media taza.
Se la tendió como una ofrenda de paz, olvidando por un momento que estaba allí para exigir respuestas. Rosé tomó ávidamente la taza y le dio un largo sorbo con un suspiro.
Lisa sintió el suspiro atravesarla completamente hasta la punta de los pies. Maldita sea, Rosé podía ir de casi aterradora a realmente exótica en una fracción de segundo. Deseaba esa mirada en su rostro cuando se deslizara profundo en su cuerpo. Sus pantalones se estaban volviendo apretados, mientras más se desviaban sus pensamientos.
—Eh, gracias por el café, ahora vete y regresa a una hora decente —dijo y comenzó a cerrar la puerta en su cara. Estuvo tan sorprendida al ser despedida tan completamente que casi le permitió cerrar la puerta. En el último segundo, puso el pie en la puerta, deteniendo el progreso. La miró como si hubiera perdido la cabeza.
—Tengo que hablar contigo —casi gruñó.
—Lo que sea, puede esperar hasta el lunes a la mañana. Me traje el trabajo a casa y tendré todo listo para ti —dijo con exasperación. Rosé pensaba que estaba allí por trabajo. Bueno, razonó consigo misma, ¿sobre qué más pensaría que podría ir?
—Voy a entrar, Rosé. Tenemos que hablar —dijo en su voz más autoritaria. Ese tono había hecho a más de una persona retroceder y temblar. Rosé simplemente se encogió de hombros como si no pudiera importarle menos.
—Como sea, Lisa, apresúrate entonces, así puedo volver a acostarme. ¿Qué hora es de todos modos? —preguntó. Entonces se dio la vuelta al reloj y jadeó con indignación a la vez que se daba la vuelta hacia Lisa —. Son las malditas seis y treinta de la mañana —gritó, como no pudiera creer que se atrevería a acercarse tan temprano—. En mi día libre —continuó.