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—Mamá, estoy en casa —gritó la voz de Leo, despertando a Rosé de su sueño. Escuchó sus pasos corriendo y luego lo vio asomarse en la puerta—. Sí, aquí está, señora Winters, gracias por el aventón —dijo Leo y luego escuchó la puerta del frente cerrarse.
—Hola, Leo —le dijo a su hijo todavía medio dormida y luego miró al reloj.
La sorprendió ver que eran más de las once. Sintió un movimiento a su lado e instantáneamente se puso alerta. Por un momento, había pensado que todo había sido un sueño. Los ojos de su hijo se agrandaron cuando vio a Lisa.
—¿Quién eres? —preguntó Leo. Rosé debió verse completamente aterrada. Su hijo ni una sola vez la había visto con alguien en la cama. No había estado con otra persona desde Lisa. La miró y descubrió que su completa atención estaba en su hijo. Rosé pudo ni siquiera haber existido.
Quiso saltar de la cama y esconder a Leo de los ojos conocedores de Lisa, pero era demasiado tarde. No sabía cómo podría salir de esto. No podía creer que le había hecho el amor, no solamente una vez sino dos, y luego se quedó dormida en sus brazos, cuando su hijo regresaría. Era simplemente una estúpida. Su mente estaba peleando por descubrir cómo explicarle a su hijo de nueve años.
Lisa continuó mirando al chico, lo que era como mirar a una foto de sí misma de niña. No tuvo ninguna duda de que el chico era suyo.
Tenía todo tipo de emociones, compitiendo a la vez, dentro de ella. Sobre todo, había alegría por tener un hijo, había un extremo enojo hacia Rosé por haberle ocultado a su hijo. Estaba confundida, porque acababa de tener el mejor sexo de su vida y sin embargo quería estrangular a la otra madre de su hijo. No sabía cuál emoción abrazar primero. Se dio cuenta que su hijo le había preguntado quién era y también se dio cuenta que Rosé estaba sentada allí como un ciervo atrapado en las luces aproximándose de un auto.
—Soy tu otra madre —dijo. Escuchó la inhalación de Rosé y ni siquiera se molestó en mirarla. Tenía mucho miedo de ceder a su impulso de estrangularla. Sabía que no lo haría realmente, pero estaba bastante furiosa con Rosé en este momento.
—¿En verdad? —preguntó Leo escéptico. Su rostro se contorsionó en tal reflejo de sí misma que quiso gritar de alegría. Estaba conociendo a su hijo. Quiso saltar de la cama y atraerlo a sus brazos, pero estaba completamente desnuda debajo de la protección de la ropa de cama. Supo que la única razón por la que Rosé seguía en la cama era la misma que ella.
—De verdad lo soy —dijo Lisa, teniendo que luchar con las emociones intentando romperlo.
—Si eres mi madre, entonces ¿qué le decías a mamá cada noche antes de tener que irte? —le preguntó el chico y Lisa supo que estaba siendo probada. No había pensado en esas palabras en todos esos años y, sin embargo, nunca las olvidaría.
Inhaló hondo y murmuró las palabras que no había dicho desde la noche antes de tener que encontrarse con Rosé y huir.
—Dulces sueños, princesa, te rescataré de tu torre a la luz de la mañana —dijo, con un ligero picor en su garganta.
Oyó a Rosé volver a jadear y entonces sintió a su cuerpo sacudirse ligeramente. Le echó un vistazo y vio las lágrimas cayendo de sus ojos. Entonces gruñó cuando Leo saltó sobre la cama y le arrojó los brazos. Se sintió pasmada mientras sostenía a su hijo en sus brazos por primera vez. Estaba asombrada y maravillada por el hombrecito. Lo rodeó con fuerza y sostuvo su pequeño cuerpo contra el de ella.
—Eres mi mamá —dijo el chico con asombro. Alzó las manos para tocar el rostro de Lisa, como si estuviera intentando descubrir con certeza si era real—. Mamá dijo que te fuiste por negocios, pero me dijo que un día regresarías y lo hiciste, de verdad volviste —dijo Leo, mientras una lágrima se deslizaba por su ojo. Lisa sintió como si su corazón hubiera estallado en su pecho. Rosé ahora estaba sollozando junto a ellos en la cama.