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La semana pasó volando. Rosé hizo un progreso increíble con las cajas empacadas y tuvo al centro de caridad local pasando dos veces porque los objetos se estaban apilando y llenando su sala. Fue algo triste ver sus cosas lentamente disminuyendo y su casa tornándose más vacía, pero se sintió bien el tenerlo todo listo.
El viernes a la mañana, Lisa iba a firmar el último de los documentos y las personas de la mudanza iban a recoger sus cosas al mediodía. Se despertó con una sensación de emoción y también de tristeza. Se encontró deseando mudarse a la casa nueva. Todo era un poco emocionante. Los dueños anteriores ya la habían desocupado y Lisa había enviado a un equipo de limpieza ayer, por lo que todo lo que quedaba era conseguir las llaves y mudarse.
Lisa fue a la oficina y la llamó un par de veces, dejándole saber que todos los papeles fueron firmados y estaban listos para mudarse. Estaría allí en una hora para ayudarla con los preparativos finales que necesitaran ser hechos.
Rosé caminó con lentitud alrededor de su casa una vez acogedora y no pudo evitar que las lágrimas corrieran por sus mejillas. Esta casa había sido la primera sensación real de seguridad que ella y Leo habían tenido. Había estado tan orgullosa cuando firmó con su nombre en los papeles y supo que el lugar era suyo y nadie podría quitárselo y ahora se iba a ir de allí. Sintió como si estuviese abandonando su casa segura.
Ahora todo se encontraba en cajas, o habían desaparecido y ella se iba a marchar hacia una nueva aventura. Se limpió las lágrimas y decidió que iba a venderla. El pensamiento de regresar a su casa sola era demasiado deprimente para siquiera contemplarlo. Caminaría a través de las habitaciones y vería a Leo en cada esquina y ahora también se imaginaría la inmensa presencia de Lisa allí. Rompería su corazón un poco cuando alguien más la ocupase, pero al menos, entonces sería amada y nuevos recuerdos podrían ser creados.
Le diría a Lisa que hiciera las llamadas, dado que era buena en ello. Conociendo a Lisa, estaría vendida en cuestión de días. Tenía una manera de hacer que las cosas sucedieran mucho más rápido que la persona promedio nunca podría lograr.
Compuso su cara a tiempo, porque Lisa atravesó las puertas y echó un vistazo alrededor.
—Supongo que no queda nada por hacer más que esperar a los de la mudanza. Traje algo de almuerzo para que comamos y llamaré a la empresa y los haré venir antes —dijo.
La empresa de mudanza apareció como unos treinta minutos después de su llamada. A Rosé le sorprendió que no se teletransportaran y aterrizaran en las escaleras, mientras Lisa se encontraba en el teléfono con ellos.
Los hombres eran profesionales y ella no tuvo que decirles o hacer nada. Vaciaron su casa en el camión en aproximadamente una hora y estuvieron en camino hacia la mansión donde Lisa tenía a alguien esperándolas para dejarlas entrar. Lisa estaba esperándola, mientras Rosé miraba alrededor de la casa completamente vacía, con una sensación de completo asombro. Comprobó cada armario dos veces para asegurarse de no haber olvidado una sola cosa y prolongó su última vez en la casa por unos minutos más.
Tuvo que darle crédito a Lisa porque no dijo nada mientras ella arrastraba los pies. Lisa incluso salió para darle unos cuantos minutos más a solas. Una última lágrima se deslizó por su ojo y luego cuadró los hombros, se limpió la cara y salió por la puerta del frente, cerrando con firmeza detrás de ella mientras se despedía de su vieja vida.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Lisa, a medida que se dirigían a sus vehículos. Fue un momento raro y tierno y casi logró que sus lágrimas regresaran.
—Estoy bien, solo es un poco más difícil de lo que pensé que sería despedirme de esta casa. Sé que no es mucho, pero ha sido mi cada por casi nueve años —dijo Rosé, con un pequeño gimoteo.