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—Sé que de verdad te gusta tu casa, pero es que es muy pequeña. Voy a ponerme en contacto con un agente el día de hoy y acordar algunas reuniones. Eché un vistazo rápido anoche y hay algunos lugares realmente buenos en el mercado que me gustaría ver. Preferiría construir mi propia casa, pero eso tomará demasiado tiempo y quiero que nos instalemos tan pronto como sea posible —dijo Lisa, mientras compartían un picnic en el parque.

Leo estaba jugando fútbol con algunos otros chicos, dejándolas solas por primera vez en el día. Todo su cuerpo se puso rígido ante sus palabras. Le gustaba su casa. Sabía que era pequeña, pero la había pagado toda ella sola y no quería tener que renunciar a ella.

—No quiero vender mi casa —dijo, a la vez que se cruzaba de brazos y la fulminaba con la mirada.

—No tienes que venderla. Puedes alquilarla si lo desea o simplemente dejarla vacía. Puedo contratar un equipo de limpieza para que vaya una vez por semana y se asegure de que no le salga moho o resulte dañada —ofreció.

—¿Tengo elección? —le espetó. Sabía que el lugar era demasiado pequeño y que estarían más cómodos con espacio extra pero su mundo le estaba siendo arrebatado y sentía que no tenía control sobre nada.

—No soy tu enemiga, Rosé; estoy intentando hacer lo correcto por mi hijo. ¿Cómo es que querer verlo crecer me convierte en la enemiga? —Lisa le preguntó con exasperación.

Cuando Lisa se expresaba así se sentía como si ella fuera la mala. No era justo que estuviera torciendo las cosas de esa manera. Iba a tener que superar sus sentimientos de traición hacia Lisa por haberla abandonado, o los siguientes nueve años de vida iban a parecer una eternidad.

—Tienes razón, estoy siendo difícil, pero tienes que darte cuenta que Leo y yo hemos estado bien los últimos nueve años y es difícil cambiar —admitió.

—¿Podemos pedir una tregua por el momento, por el bien de nuestro hijo? —preguntó Lisa.

—Suena bien —Rosé le respondió, queriendo algo de paz.

Lisa hizo unas cuantas llamadas mientras Leo estaba jugando y dentro de una hora tenía citas en seis sitios diferente. La asombró la velocidad de la mujer de ser capaz de tener resueltas las cosas.

Leo llegó corriendo y se sumergió en la comida. Todo el momento que estuvo jugando lo hizo estar muy hambriento.

—Hola, amigo, ¿quieres ir a ver algunas casas? —le preguntó Lisa.

—¿Por qué? —preguntó Leo, sin interés.

—Vamos a buscar un lugar más grande para vivir así tendrás más espacio para jugar —le dijo Lisa. Leo estuvo muy interesado tras eso. No podía esperar para irse del parque y mirar las casas. Las primeras a las que fueron dejaron a Rosé asombrada. Había crecido en la casa más grande de su ciudad y pensó que era extravagante pero no se comparaba a los lugares que estaban viendo ahora.

Cada casa tenía portones electrónicos, que requerían una clave para entrar incluso a la entrada. Las casas eran enormes y tuvo miedo de que perdería a Leo si se mudaban a alguna de ellas. Se iba a asegurar de que él no abandonara su vista cuando recorrieran una casa. No sabía lo que Lisa estaba buscando, pero las casas no estaban capturando su interés. Rosé estuvo agradecida por ello. Estaba esperando que los otros lugares fueran un poco más pequeños.

Cada vez que dejaban unas de las casas la agente inmobiliaria parecía decepcionada, pero a Rosé la impresionó lo bien que lo cubría. Estaba segura que la mujer iba a conseguir una increíble comisión si Lisa compraba una de las casas, ya que sus precios eran en millones.

VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora