06/10/19

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Querido diario:

El chico del que te hablé ha estado viniendo al café, lo que ha supuesto un pequeño descenso de mis ingresos, porque todo ha de decirse, si yo me sentía una máquina de dispensar café, él es una máquina de ingerirlo. Además, teniendo en cuenta lo que me pagan, no sé si podría permitirme seguir así por mucho tiempo. ¿Pero sabes qué? ¡Me da igual! ¡Mi fortuna por un poco de conversación entretenida! Hemos ido hablando comentarios sueltos, entre que atiendo mesa y mesa. Aún no le he visto la sonrisa. Parece tan serio...su gesto y su mirada tienen un aire glacial. La abuela siempre me dice que desconfíe de la gente que no para de sonreír, pero el extremo contrario no me ofrece para nada confianza. Tiene los mismos ojos verdes que Julián, es irónico. Pero en ellos no se esconde el amor, ni la inocencia, están totalmente vacíos. Como si fuesen dos grandes peceras que alguien ha vaciado, pero los iris han permanecido ahí, suspendidos e inmóviles en la nada. Hoy me ha dejado una nota escrita en la servilleta, que he reconocido al instante: "Podría tener lógicamente razón si observamos la vida a largo plazo. Pero la cuestión es que no vivimos en el largo plazo, vivimos en el corto, aquí y ahora" Más abajo escribió también: ya he terminado. La he guardado. Huele como a...pinos. Me recuerda al pueblo.

No sé si se debe a su modo de escabullirse del café (siempre desaparece sin que yo me entere) o a sus gélidos gestos, pero ha conseguido que despierte una curiosidad que creía enterrada en las verdes llanuras del pueblo. Ay, diario, la curiosidad mató al gato, sí, pero el gato murió sabiendo. 

AuroraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora