25/10/19

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Querido diario:

Samuel es como una bombona de oxígeno. Es totalmente diferente de todo lo que haya respirado antes: no sabe prácticamente nada de literatura, detesta el pueblo, es frío y distante...pero a la vez, es justo lo que necesitaba. El viejo aire que estaba acostumbrada a inhalar, era cada vez más turbio. Dudé de si me habría equivocado al dejar el pueblo tan repentinamente. Hasta pensé en regresar. Pero ahora, ahora mis pulmones se han acostumbrado a él. Y no dudan en inspirar más y más de su esencia. Nunca estoy satisfecha. Quiero llenarme de él. Del olor a pino que se compra por 2,50 euros en una gasolinera y se cuelga del retrovisor. Simplemente sé que, sin él, me ahogaría. Casi no lo conozco. Hemos pasado unas pocas tardes juntos, pero cuando estoy con él, el subir y bajar de nuestros pechos se acompasa, y eso es lo que me gusta. No nos une lo que compartimos, pues apenas tenemos nada en común, ni si quiera memorias: estoy unida, irrevocablemente unida a él, por las ganas de empezar a compartir.

Me gusta pensar que el peso que tiene alguien en tu vida, es algo así como ir a comprar manzanas. A medida que alguien va ocupando más pensamientos en tu cabeza, es como si una mano cuidadosa fuese depositando manzanas en un cesto que cada vez pesa más y más. Un montón de significado, Como el de Nada, traducido en manzanas. En estos momentos, yo devoro cuantas manzanas soy capaz, para que puedan seguir entrando en el cesto, para absorber toda la esencia posible de Samuel. Es realmente temerario. Creo que si el cesto llegase a desbordar, el peso de Samuel me aplastaría. Me vería envuelta por hileras de frutas rojas y carnosas, que descenderían en picado hasta formar una gran masa dulce llena de jugo. Creo que solo de aquella podría saciar mi sed. Cuando cada centímetro de mi cuerpo esté rodeado de carmesí. De Samuel.

Claro que esto él no lo sabe. Ni lo sabrá nunca. No quiero espantarle, y eso es algo que se me da demasiado bien para arriesgarme a dar un paso en falso. Por el momento, me contento con nuestros encuentros furtivos. A veces viene a recogerme al café, sin previo aviso, y me enseña lugares tan insignificantes a los ojos de los demás, que permanecen ocultos en su magnificencia. Y me refiero a lugares como el de antes de ayer, cuando me llevó a ver un depósito de agua en desuso. Sé lo que estarás pensando, diario. No parece el lugar más romántico del mundo. Un gran bidón oxidado no es precisamente el mejor lugar para una cita. Sin embargo, dentro vive una camada de gatos que me resultó la mar de entrañable. Según me ha dicho, va de vez en cuando a darles de comer. Quién diría que el chico sombrío tiene interés por los animales. Me sorprendió tanto que me entró la risa. Le dije "¿qué pasa, ahora tienes debilidad por los bichejos?" Su respuesta no pudo sino confirmarme que es todo lo contrario a lo que exhibe con su apariencia "¿Te piensas que si no tuviera debilidad por los bichejos me habría fijado en ti?"

Otros días simplemente entra en el café, y trabaja en proyectos para la universidad. De vez en cuanto me lanza hábiles miradas que terminan perdiéndose por alguna ventana o en algún rincón vacío. Yo también me dedico a observarle. Y ahora que me he fijado bien, sus ojos no son tan verdes como me parecía al principio. Son casi azules. Azules como un mar en calma en medio de la tempestad de un ceño fruncido, un oleaje de rizos salvajes y una mueca indescifrable entre los labios.

AuroraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora