30/10/19

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Querido diario:

Creo que en la vida de todo camarero hay un momento en el que tiene que recurrir a fuerzas mayores para no tirarle por encima la bebida a un cliente, en lugar de servírsela. Para mi hoy ha sido ese día. Unos universitarios entraron sobre las 18:00 armando un buen jaleo. Pidieron unas cervezas. Hasta ahí todo razonable. Pero, cuando las he dejado en la mesa y me he dado la vuelta, uno de ellos me ha siseado para que me volviese:

-¿Querías algo? –le dije con la mejor y posiblemente la más falsa de mis sonrisas.

-Sí, mira, es que esta cerveza tiene algo dentro. ¿Podrías traerme otra?

Cuando fui a recogerla, vi de lo que se trataba. El muy ingenioso había metido un trozo de papel con un número de teléfono escrito a boli.

-Muy gracioso –le dije mientras le devolvía la cerveza.

-¿Qué coño haces? –empezó a subir el tono. -Venga mujer, si aún encima que te estoy dando mi número casi regalado, a cambio invítame a otra cerveza. Sus amigos por supuesto, se reían como si estuviesen viendo El Club de la Comedia.

-Eres muy amable, pero ni después de beberme diez como esta me interesaría tener tu número. Para aquel entonces el papelito ya se había empapado hasta el punto de que los números se habían vuelto indescifrables.

-Te he dicho que me traigas otra cerveza.

-Y ella te ha dejado claro que no le interesas –dijo una voz a mis espaldas.

No sé en qué momento había entrado Samuel, pero parece que llevaba allí el tiempo suficiente para entender qué estaba pasando.

-Discúlpale –le dije al cliente. -Ahora mismo te traigo otra.

Me marché para la barra decidida. Si algo odio en esta vida son los tíos que se las dan de héroes. No me hace falta que nadie venga a socorrerme, y tampoco tenía pensado permitir que un choque de testosterona acabase en una escena que me costara el puesto. Me di cuenta de que Samuel me seguía.

-Puedes sentarte donde quieras, ahora voy a atenderte. –le solté, seca.

-¿Pero en serio vas a permitir que ese gilipollas te trate así? –Samuel parecía incrédulo.

-Sí, precisamente por eso, porque es un gilipollas, y no voy a avivar su egocentrismo teniendo una pataleta. Y tú tampoco. No tenías por qué haberte metido. –le dije mientras cogía una cerveza nueva de la nevera. -Y ahora, si me disculpas...

Samuel se sentó en la barra, y, para cuando volví, estaba ojeando el periódico.

-Lo siento, tienes razón, no debería de haber dicho nada. Es que te miraba como si fueses un maldito trofeo.

-Si pretendes estar aquí tendrás que pedir algo. -Fue todo cuanto le di por respuesta. De repente, dejó de hacerme tanta gracia el hecho de que Samuel estuviese siempre rondándome en el trabajo.

-Ah, sí, perdona, un café solo.

Al poco tiempo se marchó. No sin antes asegurarse de que el grupito de universitarios se iba primero. Cuando fui a recoger su taza, me había dejado una nota enrollada en el asa.

"Te lo compensaré. Te recojo a las 22:00 en tu portal"

Ahora mismo son las nueve y media. Acabo de llegar del trabajo, y me estoy debatiendo entre ir con él o no. ¿Debería arreglarme? Casi siempre me ve en Vans y con el polo del café, pero es la primera vez que me pide salir por escrito, en vez de aparecer sin más. Pensándolo bien, quizás sea la única vez en la vida que alguien me pida una cita a puño y letra, en vez de con un mensaje. Eso me encanta. Ni Samuel tiene mi número ni yo el suyo. Todo entre nosotros sucede en la vida real. No hay ni un despliegue de paralelismos literarios ni una red social de mierda. Quizás debería de ir. Acabo de ver unos faros por la ventana. Esta aquí. Mierda, no me ha dado tiempo ni a cambiarme de ropa. Voy a coger una sudadera y me voy pitando. En realidad me muero por ver que tiene preparado para hoy.

AuroraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora