Capítulo 14

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Lauren POV

Miré a Camila a los ojos y comencé a rememorar de nuevo toda la historia, como había hecho miles de veces en los últimos cuatro años. Sabía que sería un momento doloroso, pero ella necesitaba saberlo y yo necesitaba explicárselo.

–Cuando yo tenía cuatro años mis padres tuvieron otra bebé y la llamaron Verónica. Desde el primer momento en que la vi, y sin que nadie me lo dijera, supe que, de alguna manera, estaría a mi cargo porque era mi hermana pequeña. Algunos de mis compañeros de colegio tenían hermanitos pequeños y yo los había visto jugar con ellos más de una vez, así que aparte de ser feliz con la llegada de la nueva integrante de la familia porque tendría a alguien más con quien jugar, supe que era mi deber como hermana mayor protegerla. El día que le dieron el alta a mi madre y volvió a casa junto con Vero no me separé de ella. La seguí a todas partes a donde iba con la bebé y observé atentamente cómo le daba de comer, la bañaba, la mecía y le cantaba para que se durmiera. Poco a poco, mis padres fueron incluyéndome cada vez más en las tareas de cuidarla para que no me sintiera desplazada, y realmente jamás me sentí así. A veces sólo me pedían que la abrigara con la manta o que le llevara algún peluche a la cuna para que no estuviera sola, y yo con eso era feliz porque sentía que estaba haciendo cosas por ella.

Camila no dejó de mirarme ni un segundo, siguiendo la historia en silencio.

–A medida que ambas fuimos creciendo, nos convertimos en grandes amigas aparte de ser hermanas. Vero era la persona más alegre que he conocido nunca, llena de vitalidad y con un gran sentido del humor. Es cierto que nos peleábamos casi a diario, ¿pero quién no se pelea día sí y día también con su hermana? –rememoré con una sonrisa triste. –A pesar de eso le ayudaba en lo que podía: con los deberes, la defendía cuando nuestros padres la regañaban e incluso estuve a punto de pegarles a unos chicos de su clase porque se metían con ella –Camila sonrió levemente, y yo negué con lentitud con la cabeza, recordando aquellos buenos tiempos. –Cuando cumplió los dieciocho años, mis padres le regalaron un auto. Yo estuve tan contenta como ella al ver aquel regalo, pues a pesar de que yo tenía una moto a la que adoraba, aquel auto me pareció lo más fascinante del mundo. Por aquella época yo tenía veintidós años, estaba estudiando en la universidad y era bastante aficionada a las fiestas, a las chicas y a la velocidad. Vero me llevó a dar una vuelta con su nuevo auto, pero yo me moría por que me dejara probarlo pues quería comprobar qué velocidad era capaz de alcanzar. A la vuelta dejó que fuese yo la que condujera, y comencé a hacer la imbécil mientras conducía –mi voz se tornó sombría, y por un momento creí ver que Camila había contenido la respiración. Parecía que ya sabía que se acercaba la parte difícil. –Hacía movimientos bruscos con el volante porque creía que nada podría pasarnos, que los accidentes sólo los tenían los imbéciles que no se fijaban, pero yo estaba convencida de que controlaba el vehículo con una gran habilidad. Comencé a acelerar cada vez más a pesar de las quejas de ella y de los gritos e insultos de los demás conductores. Pero yo estaba cegada aquella tarde, estaba… embelesada con el auto y con la libertad que me proporcionaba conducir de aquella velocidad. No me di cuenta del momento en el que me cambié de carril, y ni siquiera recuerdo si vi el camión que colisionó contra nosotras y que hizo que nuestro auto se saliera de la carretera.

Me desperté en el hospital cinco días después, y lo primero que hice fue preguntar por mi hermana. Recuerdo que me dolía todo el cuerpo y que pensaba que me quedaba poco tiempo de vida porque no podía soportar tanto dolor. Pero el padecimiento físico se disipó cuando me dieron la noticia. Tuvieron que ingresar también a mi madre porque entró en un estado de ansiedad descomunal y pensaron que incluso podría darle un infarto. Mi padre vino a verme y me dijo que se alegraba de que estuviera viva, pero vi en sus ojos que me culpaba de todo lo sucedido. Y fue entones cuando supe que yo había matado a mi hermana. Los médicos esperaron unos días más para decirme que me había quedado parapléjica a causa de un mal golpe que recibí en la espalda durante el accidente, pero ni siquiera me importó. En lo único en lo que podía pensar era en que yo no merecía vivir, ni parapléjica ni de ninguna forma. Poco después me convencí de que permanecer para siempre en una silla de ruedas era mi castigo y terminé aceptándolo. Unas semanas después me dieron de alta, y más de una vez pensé en… –negué con la cabeza, dándome cuenta de que aquello no hacía falta explicarlo. –Sé que mi madre me odió durante algún tiempo. Ella conocía mi afición a la velocidad, y a pesar de que yo sabía que odiaba odiarme, lo hacía. Y jamás la culpé. Durante muchos meses apenas nos dijimos ni una palabra. Claro que se alegraba de que yo estuviera viva, pero por mi culpa había perdido a su hija pequeña. Después ocurrió lo que te conté con Shawn y dejé la universidad… Hasta que decidí que lo mejor para todos sería que me fuera a vivir sola. Mis padres se negaron, claro, pero no me importó. Tenía algún dinero ahorrado, por lo que alquilé este piso, que pertenece a mis padres, y al año siguiente viniste a vivir al edificio de enfrente. Supongo que el resto ya lo sabes.

So she dance (Adaptacion Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora