El viaje

1.1K 88 64
                                    

Camus

Aquella noche casi no pudo dormir. La idea de abandonar el Santuario le había arrebatado completamente el sueño. Por supuesto que no sería fácil para él pero ¿qué no habría sido capaz de hacer por Milo? En ese momento él no era más que una molestia. Si lo amaba, lo mejor que podía hacer por él era permitirle continuar su vida sin interferir en ella.

Apenas aparecieron los primeros reflejos del sol en la mañana enfiló entonces hacia la cámara del Patriarca. Si deseaba irse de allí primero necesitaría autorización y sabía que para obtenerla debía contarle a Shion sus motivos.

- Ya no soporto estar aquí. Le pido por favor que me autorice volver a Siberia. - concluyó con su discurso.

- Pues.. Supongo que ya no hace falta que los doce vivan aquí - respondió el ariano con la tranquilidad que lo caracterizaba. - Tienes mi permiso, Camus. Sólo me gustaría hacerte una pregunta antes.

- Lo escucho - aceptó de inmediato aquella condición.

- ¿Has hablado esto con Milo?

- ¿Mi deseo de volver a Siberia? No, por supuesto que no, ni lo haré.

- No, Camus. Me refiero a todo. ¿Sabe él lo que te pasa?

- No.. - respondió apenado. - Créame, no tiene sentido hacerlo a menos que desee humillarme.

- Entiendo.. - lo miró a los ojos como un padre miraría a un hijo. - Bien, no hay más que decir, entonces. Este también es tu hogar y puedes volver cuando lo desees, Camus. De necesitarte, me comunicaré contigo. Por favor, cuídate.

- Se lo agradezco - pronunció poniéndose en pie.

Después de una pequeña reverencia, se dispuso ir a Capricornio. Si quería irse sin ser visto necesitaría la ayuda de su mejor amigo.

- Así que nos abandonas - comentó el español luego de escucharlo.

- No puedo quedarme aquí, Shura. Ya no lo soporto.

- ¿Y cómo puedo ayudarte, amigo mío?

- Necesito que me confirmes qué día irá a Santorini.

En aquella isla había nacido Milo, no muy lejos de allí. Y al menos en tiempos de paz, el griego tenía la costumbre de pasar por allí un día o dos al mes. En ese lugar estaba la casa en la que había nacido, el lugar donde había crecido y era de esperarse que lo amara tanto como él amaba a Siberia. Su amigo no tardó demasiado en conseguirle la información que necesitaba. No era difícil hacer hablar al escorpiano si se sabía picarlo.

Una semana. Ese era el tiempo que tenía. Tan sólo siete días para despedirse del griego sin que éste lo supiera. Sólo a eso se había dedicado pues no necesitaba mucho más para emprender el viaje. La cabaña en Siberia le ofrecía más de lo que podría esperar. Y aunque se había propuesto disfrutar su última semana en el Santuario, los días se le habían desvanecido como agua.

En lo que ese tiempo duró, había notado a Milo bastante triste a decir verdad. Por supuesto que no le agradaba verlo así pero ya no le correspondía a él animarlo. En silencio le reprochaba a Kanon el no cuidarlo con el ahínco con el que él lo hubiera hecho, más no había nada que pudiera hacer al respecto. Pese a comprobar que su ánimo no era el mejor, era imposible afirmar que éste afectaba en algún punto su belleza. Por el contrario, veía a Milo incluso más hermoso que en el pasado.

Parecía que no pero en dos años el griego había cambiado notablemente. Su cabello había crecido bastante, lo que no dejaba de ser extraño pues siempre lo había usado más bien corto. Sus rasgos, de una belleza arrebatadora, se habían acentuado muchísimo más. Lo notaba más pálido también, lo que significaba que había estado encerrado mucho más tiempo que en el pasado. Sonrió con tristeza al pensar en ello. Debió haber tenido más de un problema amoroso con Kanon pues siempre que los tenía con él su habitación era su mejor amiga por excelencia.

Resurgir (MiloxCamus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora