• Camus
Un ligero y suave pétalo de rosa llegó a sus manos, atraído por la brisa. Con la palma extendida, dejó que se depositara en su piel. Clavó sus ojos en el pétalo que, aún vivo, luchaba por no morir. Levantó la vista y la dirigió a quién observaba hacía rato. Tan concentrado estaba en sus pensamientos que no se había percatado de su presencia.
Había entrado a su templo, lo había encontrado en su jardín, lo había observado desde un pilar en completo silencio y aún así el griego no parecía reaccionar. Incluso desde allí podía sentir la tristeza que el escorpiano irradiaba. Débil, apagado y aún así tan bello. Parado en el medio de su jardín, tan sólo tenía ojos para el firmamento arriba suyo.
De buena gana habría ido a su encuentro de inmediato pero su admiración no se lo permitió. Le había hecho tanta falta que aunque su deseo fuese más grande, eligió embobarse un poco más con su belleza. Por supuesto que estando en Siberia era aún consciente de lo mucho que lo amaba, de lo mucho que lo extrañaba y necesitaba, pero tenerlo justo enfrente..
Ése era un enorme privilegio. Uno que sólo lograba acrecentar todo eso que por él sentía.
Ni la emoción más ruin podría haber hecho mella en Milo. En la perfección que los dioses le habían dado. Dueño de la belleza más peligrosa que conocía, Milo era una especie de droga a los ojos de cualquiera. Y aunque fuese un tanto caprichoso, intenso y atolondrado, así lo amaba y no le habría cambiado absolutamente nada.
No hacía mucho que había llegado al Santuario en compañía de Kanon, minutos nada más. Y aunque se detuvo a saludar a cada uno de sus amigos en el trayecto hasta Escorpio, estos lo liberaron de inmediato. Había regresado por una sola razón y la comprensión de sus compañeros no le había fallado.
- Ya vete, Camus.. - le había sonreído Kanon. - Te está esperando.
Sin perder más tiempo entonces, subió hasta el octavo templo. El guardián de aquella casa era su prioridad y lo entendían. No podía negar que estando ya dentro de su propiedad, a tan sólo metros de su dueño, sin embargo, que experimentaba cierto miedo. No podían haber quedado en peores circunstancias que en las que quedaron. Y aunque tuviera la sincera declaración de Kanon a su favor, no podía ocultar que sentía temor por su reacción.
Pese a ello, estaba decidido a anunciarse. Lo miró desde la distancia por última vez y liberado un pesado suspiro, elevó una de sus manos a la altura de su pecho. Pequeños, diminutos copos de nieve comenzaron a generarse a centímetros de su piel, levitando alrededor de su cuerpo. Y junto a una ligera y fría brisa también creada por él, les ordenó que fueran en busca del griego.
Blanquecita, aquella suave corriente envolvió al caballero de Escorpio que, de repente, parecía salir de un trance. Confundido, éste siguió la brisa y su blanquecino polvo hacia donde parecía provenir, consiguiendo que se diera vuelta por completo. Y al verlo allí, de pie frente a él y a tan sólo unos metros, quedó estático. De su mano resbaló el tallo que fue dueño de todos esos pétalos ahora desperdigados en el Santuario. Con los ojos celestes bien abiertos, Milo no podía ni pestañear.
Entendiendo que el escorpiano no podría moverse de su lugar ni aunque quisiera, dio entonces los pasos que lo separaban de él. Atónito, éste lo miraba como si de un fantasma se tratara. No quiso acercarse demasiado pues no sabía con qué se encontraría pese a todo, pero sí lo suficientemente cerca, sin embargo, para poder admirar sus ojos y sus labios.
- Hola, Milo.. - susurró tierno.
Más el aludido no emitió sonido alguno. De pie, no podía más que mirarlo. Él le sonrió. Qué hermoso era y por Athena.. Cómo lo amaba..
- ¿Estoy soñando? - fue lo primero que el griego pudo pronunciar. Incrédulo, continuaba viéndolo como si realmente no estuviera allí.
- No.. - negó con la cabeza. - No lo creo.
No pudo evitar sonreír nuevamente pues siempre que algo dudoso le sucedía Milo preguntaba si no era un sueño.
- ¿Estás aquí? - susurró. - ¿En verdad estás aquí..? ¿Hablándome..?
- Así es.
Los ojos de su amado no le sacaban la vista de encima a los suyos ni por un segundo, aún incrédulo a sus palabras. En silencio, le devolvió la mirada. Pasados unos segundos, fue el griego quien avanzó. Dando un paso más, elevó su mano hasta que esta estuvo a la altura de su frío pecho, rozándolo con los dedos. Y cuando al fin lo tocó, el escorpiano no pudo evitar retroceder ante el asombro producido por el tacto.
- Realmente estás aquí.. – susurró emocionado. – Has vuelto..
- Sí.. - afirmó suavemente, con la voz cargada de todo el amor que sentía por ese hombre. - He regresado a hacer lo que debí hacer desde un comienzo..
Dicho esto avanzó un paso más, él esta vez, hasta estar a tan sólo centímetros del escorpiano. Por largos segundos lo miró. Milo, aún pasmado, no le quitaba los ojos de encima tampoco. Con los ojos húmedos de lágrimas, tomó la palabra.
- ¿Y qué cosa es esa? - pronunció esperanzado.
La forma en que él formuló la pregunta lo convenció. Milo estaba tan necesitado de su amor como él del suyo.
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Resurgir (MiloxCamus)
Fiksi PenggemarLos caballeros dorados han vuelto a la vida. ¿Qué tanto pudieron haber cambiado las cosas en el Santurario? Esta es la historia de un revivido santo de Acuario, quien deberá descubrir cuán diferente se encuentra su relación con el caballero de Escor...