Aurora

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Camus

Con la fría brisa acariciándole la piel, disfrutó de sus últimos momentos en Siberia. Se había ido a sentar en la entrada de la cabaña no sólo para no molestar al agotado gemelo sino también para tomar aire. Lo necesitaba, pues no podía creer que Milo, su Milo, aún lo amara.

Casi tres años habían pasado desde su repentina muerte. ¿Cómo iba a pensar que aquello fuera posible si volver a la vida era lo realmente imposible? Si en verdad Milo lo amaba eso significaba que su amor habría burlado hasta a la mismísima muerte. Pero no, aunque Kanon se lo jurara no podía asegurarlo. No hasta que no lo escuchara de sus labios. Hasta no volver a ver la dulzura de sus ojos o sentir la calidez de su abrazo.

Intentó recordar las conversaciones que había tenido con el griego durante su estadía en el Santuario y lamentó, para su desgracia, darse cuenta de que éste había intentado buscarlo en más de una ocasión. Era cierto, entonces, que quería que fuera a aquella tonta celebración. Incluso había ido a hablar con él por la madrugada ese mismo día, suplicándole que le diera explicaciones. En ese momento había creído que el griego se burlaba de él pero resultaba que la presencia de Kanon no había sido más que una espantosa coincidencia a comparar con sus conjeturas. Se había cansado de observar al escorpiano viéndolo, creyendo que le tenía lástima por lo que le tocaba.

Resultaba que no. Que nada de aquello había sido cierto. Se había comportado como un verdadero idiota con el escorpiano que no había hecho más que buscarlo. Una lágrima recorrió su mejilla. Esperaba, rogaba que no fuera tarde. Milo era su vida. Su motivación y cuota de alegría. Solo él conseguía arrancarle la cordura y sólo él podía hacerlo caer en la locura. Desolado, clavó la vista en la nieve bajo sus pies.

Dentro estaba Kanon, el hombre que se había tomado el trabajo de llegar hasta allí sólo para convencerlo de volver, aún sabiendo lo que eso significaba. No podía sentir más que agradecimiento y un gran respeto por el gemelo pues cualquiera que antepusiera la felicidad de Milo a la suya era considerado su amigo, sin importar ya lo que en el pasado hubiera hecho. Porque sí, si había creído que su novio y él tenían algo era por la infinidad de demostraciones que éste llevaba a cabo delante suyo, claramente a voluntad. Lejos de odiarlo como le había dicho, sin embargo, se sentía en deuda con él.

Sabía cómo se estaría sintiendo. No debía ser fácil renunciar a un anhelo tan grande como aquel. De por vida se lo agradecería. Lo que había hecho por él, por ellos, no tenía nombre y por Athena, no lo olvidaría.

Ansioso por que cayera al fin la noche, se permitió sonreír al cielo. Si los dioses estaban de su lado, Milo podría perdonarlo.

Kanon

Camus lo había despertado con el tiempo suficiente como para cenar y tomarse un baño antes de partir. Contra todo pronóstico (otro de sus prejuicios) había resultado ser un excelente anfitrión puesto que no sólo le permitió que descansara sino que también le ofreció un abundante plato de comida que, no estaba de más decirlo, estaba exquisito.

Cenaron en un ambiente mucho más cordial que el de hacía unas horas. Ninguno nombró a Milo en ningún momento y cuando acabaron el francés lo invitó a tomar el ansiado baño. En extremo caliente, el agua que corrió por su cuerpo le devolvió la fuerza que llegar hasta ahí le había costado. Al salir del baño, comprobó que el francés ya no estaba dentro. Sentado en el pórtico de la entrada, lo esperaba.

- ¿Listo? - le preguntó poniéndose en pie.

- Sí - confirmó. - Pero Camus, ¿no vas a llevar más que eso?

El acuariano cargaba la armadura en la espalda y un abrigo en el brazo.

- Es lo único con lo que vine.

Resurgir (MiloxCamus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora