2. Carla

1.9K 157 8
                                    

Era viernes, Carla y Daniela acababan de llegar del colegio. Luisita aún estaba trabajando, Oli había quedado con unos amigos después del instituto y Amelia había pasado la mañana trabajando desde casa. Cuando ésta entró en el salón, sus hijas se habían acomodado rápidamente, una con un libro y la otra con la videoconsola. Entonces, notó que algo no andaba bien porque estaban muy calladas y concentradas, haciendo caso omiso al saludo y la presencia de su madre y sin mirarse entre ellas como solían hacer, compartieran o no alguna confidencia.

-¿Qué ha pasado? -cuando ninguna contestó, se acercó un poco más a ambas y las miró detenidamente, primero a una y luego a la otra. Entonces lo vio-. Dios mío, Dani, ¿qué ha pasado? -preguntó acercándose del todo, sentándose a lado de su hija menor y cogiéndola suavemente por la barbilla.

-Nada -Daniela no la miró.

-¿Nada? -Amelia, que no había soltado la barbilla de su hija, hizo que la mirara-. Esta mejilla morada no parece nada.

-Mamá, déjalo, por favor... -suplicó Dani casi susurrando.

-Daniela, es mejor que me cuentes qué ha pasado antes de que venga tu madre -advirtió Amelia-. Ya sabes que ante estas cosas reacciona igual que tu abuelo Marcelino -señaló, quizá equivocadamente, ya que había sonado como una amenaza y no era el momento. Amelia suspiró antes de intentar rectificar, pero fue interrumpida antes de que pudiera hacerlo.

-Mamá, para -intervino Carla, quien había estado observándolas en silencio todo este tiempo, dejando el libro olvidado-. Ha sido culpa mía.

-¿Tuya? -Amelia puso los ojos como platos-. Le has pegado tú o...

-¡No! Dios, claro que no -negó algo ofendida, con una expresión facial similar a la que solía poner Luisita en circunstancias similares-. Se lo han hecho después de que le diera un puñetazo a un idiota del colegio que me ha insultado.

-¿Qué? -lo que le acababa de contar Carla le había sentado como un golpe en el estómago-. Pero que tu hermana tiene 10 años, Carla, por favor... -Amelia quiso enumerar todos los motivos por lo que estaba mal que Daniela se hubiera visto envuelta en una pelea, pero no supo qué palabras usar para reflejar esa inquietud.

-¿Qué quieres decir? -Carla volvió a ofenderse-. ¿Que tenía que haberme defendido yo solita por ser dos años mayor?

-No pongas palabras en mi boca, ¿eh? -advirtió Amelia levantando un dedo-. Vuestra madre y yo siempre os hemos enseñado que las cosas no se arreglan con violencia.

-Lo sabemos, mamá -respondió Daniela con un hilo de voz, avergonzada.

-Pero contadme de una vez qué narices ha pasado, ¡por dios! -Amelia tenía mucha paciencia, pero no soportaba estar en la sombra ante una situación así y estaba al borde de perderla-. ¿Por qué os habéis peleado con ese chico?

-No es necesario -dijo Carla con desgana y empezando a levantarse del sofá.

-Ese chico se llama Rafa y ha llamado a Carla tortillera -cuando la rubia de 12 años escuchó a su hermana empezando a explicar lo ocurrido, volvió a sentarse y cerró los ojos, como intentando suavizar el "golpe"- y luego nos ha dicho a las dos que éramos un error de la naturaleza por ser hijas de bolleras -soltó Daniela hablando rápido y al borde de las lágrimas-. Me han dado ganas de pegarle y ya está -concluyó elevando la voz y cruzándose de brazos.

Carla había apoyado sus brazos sobre las rodillas y había apoyado su cara sobre las manos mientras miraba hacia el suelo, no quería mirar a su hermana pequeña ni a su madre. Se sentía avergonzada. A Amelia le dolió que su hija menor tuviera que repetir las dolorosas palabras que había tenido que oír de un niño maleducado que probablemente tenía unos padres ignorantes, pero también le dolía que Carla estuviera pasando por algo importante y no lo hubiera compartido con ella. Se sentía impotente, por lo que estuvo unos minutos callada, sin saber qué decir o qué hacer.

-Daniela, estoy orgullosa de que hayas querido defender a nuestra familia, pero no quiero que vuelvas a recurrir a la violencia, ¿de acuerdo? Nunca -Amelia usó un tono suave, procurando no sonar enfadada, dolida o impotente, aunque le estaba resultando muy complicado. Después se dirigió a su otra hija-. Carla, amor, sabes que si necesitas hablar de lo que sea, cualquier cosa, nos tienes a tu madre y a mí, ¿verdad? -cuando Carla asintió y volvió a mirar al suelo, Amelia volvió a dirigirse a la pequeña mientras se levantaba del sofá- Dani, cariño, vamos a ponerte un poco de hielo ahí, ¿vale?

***

-Mamás, ¿podemos hablar? -Carla preguntó titubeando tras entrar en la cocina, donde sus madres limpiaban tras la cena, con la ayuda de Oliver. Éste las miró, como excusándose para salir de la cocina y Luisita le sonrió al tiempo que Amelia asentía con la cabeza. Entonces, el moreno de 17 años salió de la cocina, no sin antes dejar un suave beso en la mejilla de su hermana y revolverle cariñosamente el pelo rubio.

-Siéntate aquí, cariño -indicó Luisita una vez Oliver había salido. Carla obedeció al tiempo que se colocaba el pelo. Cuando las tres estaban ya colocadas alrededor de la mesa, la pequeña decidió intervenir.

-A ver... -empezó Carla mirando hacia abajo-. Ya sé que sólo tengo 12 años, pero es posible que me guste una chica del cole y que los demás se hayan enterado.

-Mi vida, sabes que no tiene nada de malo que te guste alguien, ¿verdad? -se apresuró a decir Amelia para dejar claro, antes de que la conversación continuara, de que eso no suponía ningún problema.

-Ya sé que tu madre y yo siempre os decimos que os centréis en los estudios, pero el corazón es así -explicó Luisita acariciándole la mejilla-. No por eso tienes que contarnos esto avergonzada, mi amor.

-No estoy avergonzada por eso -expresó algo frustrada. Luisita y Amelia se miraron en silencio-, yo voy a seguir sacando buenas notas.

-Lo sabemos, Carla -manifestó Amelia para enseñarle que, ante todo, la apoyaban. Pero sentía que había algo que se les escapaba y, claramente, el género no era el problema y, al parecer, los estudios tampoco... Entonces, ¿qué pasaba? Fuera lo que fuera, pronto lo iban a descubrir.

-Siento mucho haber dejado que los demás niños del cole se enteraran de que tengo gustos diferentes -soltó de carrerilla y avergonzada. Luisita y Amelia se miraron frunciendo el ceño-. A ver, yo no sé si me gustan los chicos, si me gustan las chicas o qué se supone que me tiene que gustar. Sólo sé que me gusta Andrea y que tenía que haber tenido cuidado para que nadie se enterara.

-¿Qué? Mi amor, no estoy entendiendo nada -admitió Luisita-. ¿Crees que tu madre y yo íbamos a enfadarnos contigo porque en tu cole supieran que te gusta una chica?

-He oído vuestras historias sobre gente con la que hay que tener cuidado porque no aceptan a personas como vosotras -explicó Carla con voz triste. Amelia y Luisita volvieron a cruzar la mirada.

-Dios -murmuró Luisita frustrada y frotándose la frente. Amelia depositó su mano sobre la que su mujer tenía encima de la mesa para transmitirle la tranquilidad de que estaban juntas en esto y decidió intervenir:

-Carla, cariño, si es cierto que hoy en día aún hay situaciones en las que hay que ir con precaución con respecto a esto...

-Sí, mira el niñato ese al que le pegó tu hermana -interrumpió Luisita. Amelia la hizo callar con solo una mirada.

-Pero eso no significa que tengas que ocultar quien eres o lo que sientes -prosiguió la morena-. Además, esas historias que has oído son de antes de que tú nacieras.

-Aún queda mucho por cambiar -aclaró Luisita-, pero, mi vida, nunca sientas que tienes que ocultar quien eres, ¿de acuerdo? Y siempre que sea necesario, acude a nosotras, que sabes que siempre estamos aquí para apoyarte a ti y a tus hermanos en todo lo que haga falta.

Entonces, Carla intercambió la mirada entre sus madres y vio como ambas le sonreían y le mostraban con la mirada cuánto la querían. Se quedó un rato observándolas en silencio y luego se levantó para abrazarlas individualmente a cada una. Una vez hizo esto, salió de la cocina sonriendo y sin añadir palabra. La vida podía ponerle los obstáculos que quisiera, que ella sabía que siempre iba a tener a sus madres a su lado para apoyarla.

Sempiterno II: InmarcesibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora