–Cariño, me han llamado del colegio de las niñas –explicó Amelia a su mujer, quien estaba al otro lado del teléfono–. Es por Daniela –Amelia había estado reunida en el momento en el que Jesús interrumpió explicando que tenía una llamada urgente, por suerte, la morena había podido excusarse, dejando a Marina al frente de la reunión.
–¿Qué? –respondió Luisita con preocupación, al tiempo que miraba a la cocina a través del cristal que la separaba de su despacho para comprobar si podría ausentarse en caso de que fuese necesario–. Amelia, ¿le ha pasado algo? Me voy del hotel ahora mismo.
–No es necesario, cariño, estoy a punto de llegar al colegio –quiso tranquilizarla, aunque lo que dijo a continuación no fue de gran ayuda–. Creo que ha vuelto a meterse en una pelea.
–¿Otra vez? No, Amelia, ¿qué vamos a hacer con ella? –Luisita se sentó frustrada en su silla y dejó caer la cabeza hacia atrás.
–Estoy llegando a la puerta del colegio –informó su mujer al otro lado del teléfono–. Hablamos luego, ¿de acuerdo?
–Vale, te quiero. Llámame cuanto antes para contarme qué ha pasado.
–Eso haré. Yo también te quiero.
***
Una vez en casa, Luisita y Amelia decidieron que lo mejor sería hablar con tranquilidad con su hija pequeña, especialmente antes de decidir si iba a ser necesario reprenderla. Primero tenían qué comprender cuál había sido el motivo que la había llevado a empujar a varias compañeras de clase.
–A ver, cariño, mamá y yo no vamos a castigarte, ¿vale? –Luisita habló con todo el cariño que pudo para que Daniela no se sintiera amenazada–. Solo queremos saber tu versión de lo que ha pasado –estaban en el salón, Amelia al lado de su hija, en el sofá y Luisita enfrente de ambas, sentada sobre la mesita de café que había delante de éste.
–Sabes que puedes contarnos lo que sea, ¿verdad? –añadió Amelia cogiendo la mano de su hija entre las suyas. Daniela suspiró, preparándose para contarlo todo.
–Los niños de mi clase siempre están diciéndole cosas feas a Sofía, sobre todo las demás niñas. No quieren que nos acerquemos a ellas porque dicen que Sofía no se merece tener amigas por ser rara y a mí me pone muy triste, porque Sofía es buena.
–Cariño, ¿y sabes por qué dicen eso las niñas de tu clase? –quiso saber Amelia, ya que aún no entendía qué pasaba exactamente.
–La llaman marimacho y dicen que es fea porque nunca usa vestidos ni faldas.
–Dios, menuda estupidez –murmuró Luisita antes de respirar hondo para que Dani no sintiera que estaba descargando su enfado en ella, quien no tenía culpa de nada.
–Pero es que ellas no entienden que Sofía no quiere usar vestidos porque, aunque se llame así, no es una niña como nosotras –explicó Daniela sin comprender qué parte de esa afirmación era tan difícil para que sus compañeras no la entendieran.
–Bueno, cielo, que los vestidos no tienen por qué ser una cosa exclusiva de niñas, ¿eh? –Amelia siempre quiso dejarles claro a sus hijos que todo lo que la sociedad marcaba no tenía por qué ser la norma. Tanto ella como Luisita nunca pretendieron imponer a sus hijos cosas con las que ellos no se sintieran cómodos y siempre les explicaron que, si había alguien "diferente" según esa "norma", no había nada de malo en ello–. La gente se puede vestir cómo quiera.
–Y las niñas de tu clase son unas maleducadas, porque Sofía no se merece que le traten así por no ser como ellas –aclaró Luisita conteniendo la rabia e intentando sonar dulce para no sobresaltar a Dani.
–Aunque eso no justifica que quieras solucionar las cosas con violencia –aunque esta era una frase que ya le habían dicho alguna otra vez, no sólo a Daniela, sino a sus tres hijos, Amelia sabía que era necesario volver a repetirla las veces que hicieran falta–. Ya lo hemos hablado, mi vida.
–Es maravilloso que cuides así de tu amig... de tu amigue, pero si vuelve a pasar algo así, acudes a un adulto, por favor –suplicó Luisita alargando la mano para acariciar la mejilla de Dani.
–Y ya nos encargaremos mami y yo de que la dirección del cole tome algún tipo de medida –zanjó Amelia soltando las manos de su hija y rodeándola con un brazo para dejarle un suave beso en la cabeza.
–Vale, mamás –aceptó la pequeña con actitud tranquila y sintiéndose segura y respaldada. Entonces, las miradas de Luisita y Amelia se cruzaron y, en silencio, llegaron a un acuerdo de no tomar represalias en contra de su hija.
***
–La verdad, que menuda joyita de padres deben tener esas niñas –se quejó Luisita sentándose en su lado de la cama. Tras una cena tranquila, habían pasado un rato en familia y luego se habían ido todos a sus respectivos dormitorios.
–¿Crees que los padres de Sofía lo sabrán? –preguntó Amelia dejando el móvil que tenía en la mano sobre su mesita de noche.
–¿El qué? –Luisita la miró con cara de interrogante–. ¿Que se siente diferente?
–No, Luisita –dijo Amelia rotundamente, ya que pensaba que esa parte de la historia no era asunto suyo–. ¿Crees que sabrán que le acosan en el colegio? Quizá ni se ha atrevido a hablar con ellos del tema.
–No lo sé, Amelia, pero no podemos meternos.
–Luisita, podría convertirse en una situación sin solución –advirtió con la esperanza de que su mujer supiera qué insinuaba para no tener que decirlo en voz alta. Era algo en lo que no se atrevía ni a pensar.
–Dios, amor, no me hagas sentir culpable... –suplicó Luisita, quedándose pensativa durante unos segundos–. Está bien, intentaremos averiguar si saben algo y nos meteremos sólo si es necesario. Única y exclusivamente si es necesario, ¿eh? –aclaró levantando un dedo en señal de advertencia, luego se giró para coger el mando de la televisión que estaba sobre su mesita de noche.
–Gracias –dijo Amelia sonriendo. Después desvió un poco el tema–. Es curioso como son los niños, ¿no?
–¿A qué te refieres? –preguntó Luisita, quien había estado a punto de encender la televisión, no lo hizo y bajó la mano, dejándola sobre su regazo.
–Pues que hemos conocido a muchos adultos, algunos siendo incluso parte del colectivo, que se han tomado la identidad de género de otra persona peor de lo que lo ha hecho nuestra hija –explicó Amelia arrugando un poco la expresión facial, mostrando lo chocante y absurdo que podía sonar que gente que pertenecía al colectivo pudiera ser tan intolerante.
–Eso es verdad, pero los niños también pueden llegar a ser muy crueles –señaló Luisita recordándole a Amelia que el problema del que estaban hablando ahora mismo implicaba otros niños y niñas.
–Eso es culpa de lo que aprenden en casa –señaló Amelia– y por la tele –añadió señalando el mando que su mujer tenía en la mano–, porque nadie llega a este mundo con prejuicios innatos.
–Ya, en eso tienes razón –admitió Luisita–. Ha avanzado mucho el mensaje que se suele dar en los medios, pero aún hay algunos muy dañinos –concluyó encendiendo por fin la televisión y devolviendo el mando a la mesita. Cuando volvió a girarse tras dejarlo, se encontró con Amelia a pocos centímetros de su cara. Lo cual solo sirvió para que la televisión quedara relegada a un segundo plano, convirtiéndose solo en ruido e iluminación de fondo. Sin duda, habían tenido un día ajetreado, pero tenían la tranquilidad de que estaban educando a sus hijos lo mejor que sabían, lo cual les daba fuerzas para seguir luchando incansablemente por mantener la conciliación familiar.
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Para este capítulo he contado con la maravillosa colaboración de nuestro querido Lino (linoconde), quien me ha hablado de sus experiencias, me ha dado su opinión y me ha brindado su apoyo de principio a fin, por lo que yo solo puedo estar infinitamente agradecida.
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Sempiterno II: Inmarcesible
FanficSegunda parte de "Sempiterno". Los vínculos familiares de la familia Gómez Ledesma nunca se marchitarán. Luisita y Amelia deciden ampliar la bonita familia que han formado, ¿podrán conciliar la vida familiar, con la laboral y no descuidar su intimid...