Capítulo nueve

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Cruzó la calle con las manos en los bolsillos como si todo aquello fuese una tarea de lo más desagradable, porque lo era, claro. Haber tenido que elegir un traje y arreglarse con las miradas insinuantes de su hermano riéndose de él como si estuviera haciendo aquello con gusto lo habían puesto de mal humor.

Todavía le quedaba el regusto amargo de la discusión de la noche anterior. Nunca duraba demasiado tiempo seriamente enojado con Feliciano aunque se esforzara y una regla de oro siempre era mantener a la familia unida.

Por más que le había dado vueltas a los hechos, ya había realizado todo lo que estaba a su alcance en el día para movilizar a sus hombres y no había encontrado una excusa factible para cancelar esa ridícula salida. A pesar del peligro de lo sucedido en la noche anterior, no había indicios graves de que corrieran riesgo por el momento si se mantenían apartados.

Por otro lado, si le decía al florista que suspendían sus planes seguro lo estaría molestando para saber por qué y tratando de coordinar insistentemente otro día y no quería más problemas en su vida, cuanto antes se sacara ese compromiso de encima era mejor.

Antonio estaba de espaldas a él llevando las últimas macetas al interior de la tienda que estaba cerrando y no lo había visto acercarse.

—¿Todavía no estás listo? —le espetó de mal humor y Antonio estuvo a punto de dejar caer las plantas tomado por sorpresa.

—¡Lovi! —el rostro que hasta ese momento estaba taciturno se iluminó al verlo— Pensé que no vendrías ¡Pero estás aquí!

—¿Por qué no vendría, idiota? —apartó la vista al suelo. Ahora parecía que él era el que estaba desesperado por salir a cenar— Si no lo hacía seguro te habrías convertido en una molestia aún mayor.

—No lo sé —rió nervioso pero amplió la sonrisa en el rostro conteniendo las ganas de abrazarlo—. Me has hecho feliz, Lovi, déjame arreglarme sólo un segundo —pidió dejando las cosas en el suelo del interior—. Pasa, pasa —pidió cerrando la puerta una vez que los dos estuvieron dentro de la pequeña tienda.

Se quitó los guantes de trabajo mientras Lovino recorría el espacio repleto de flores, tierra, herramientas y macetas por todos lados.

—Me cambiaré en un segundo, lo siento. No tengo ropa tan elegante como tú pero creo que tengo algo limpio y que puede pasar por decente. Espérame, será sólo un momento —se metió en la trastienda sin cerrar detrás de él.

Lovino rodó los ojos espiando un poco mientras Antonio se quitaba la camiseta y revelaba la amplia espalda con unos músculos trabajados y con un par de cicatrices sobre la piel morena. Se ruborizó y apartó la vista velozmente cuando Antonio giró para seguir hablando en tono despreocupado, parecía realmente aliviado de que estuviera allí.

Se sacudió la imagen del cuerpo de Antonio y caminó algunos pasos para distraerse mientras le respondía con monosílabos. De repente se estaba sintiendo nervioso y se sentía un idiota por ello.

Mientras lo escuchaba comentarle su día y las insignificancias de los clientes que había atendido se dispuso a revisar sus cosas. Abrió un cajón y alzó una ceja al notar que estaban los billetes sueltos mezclados entre pétalos de flores secas y una estampita arrugada de la Vírgen. A simple vista sabía que no era mucho dinero pero se preguntó si Antonio era consciente de lo fácil que era robarle teniendo tan fácil acceso. Sonrió de lado negando con reprobación y abrió el segundo cajón. Se le ensombreció la mirada. Allí, con un brillo metálico y contrastando con todo a su alrededor, había un revólver sobre una libreta.

No le llamaban la atención las armas en particular, era obvio, llevaba una él mismo oculta bajo la ropa en ese momento. Lo que lo desconcertaba era qué razón motivaría a un despreocupado dependiente de una tienda de flores de un barrio adinerado y calmo como el suyo a tener un revólver guardado con tan poco cuidado. Con precaución de no tocarlo para no dejar ninguna huella suya en aquel arma, sacó la libreta que había abajo. En la primer página sólo había algunos números de teléfono en una letra pulcra y clara y, en la siguiente, una lista con una caligrafía desprolija y apretada, casi ilegible. Trató de descifrar los garabatos que le revelaban números y algunas palabras en español.

El lenguaje de las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora