Capítulo once

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—¡Lovi, buen día! Ya sé que nos despedimos sólo hace un momento pero me hace feliz que... —el brillo en su rostro al reconocerlo cruzando la calle se borró pronto al descubrir que algo no estaba bien— ¿Qué pasa, mi amor? —dejó las herramientas que estaba usando para cortar los tallos de las flores y fue a su encuentro alarmado.

La expresión de Lovino, que pretendía mantener una fachada de furia, estaba a punto de quebrarse en lágrimas. Había salido de la casa sin tiempo a poner en orden sus pensamientos y la visión de Antonio preocupado por él lo confundía aún más. Había ido con la decisión de meterle un balazo en la frente pero ya no tenía claro nada más.

—¡No me llames así! Deja de fingir, bastardo ¡Detente..! —apartó de un golpe la mano que había intentado acariciar su mejilla— ¡Dime la verdad! ¿Cuánto tiempo pensabas que iba a pasar sin que lo supiera?

Los ojos de Antonio se ensombrecieron al oír sus palabras y sus hombros cayeron derrotados al entender lo que estaba pasando.

—Así que te has enterado —lo miró un instante con la angustia dominando sus movimientos y Lovino no supo cómo interpretarlo. Si había estado usándolo, ¿por qué no se reía en su cara o se regocijaba de su estúpida inocencia?—. Aunque ahora me odies, ¿me escucharías? Puedo darte mi versión y prometo no ocultarte nada. Planeaba contártelo en algún momento... —Lovino lo analizó con temor a decir que sí y estar cayendo en alguna especie de trampa— Pasa... Puedo calentarnos algo de café...

Antonio entró en la floristería y Lovino decidió seguirlo después de algunos angustiosos segundos. El desánimo que se había reflejado en los ojos de Antonio y la actitud descolorida le decía que no corría peligro. A sus espaldas, desde el balcón de la casa, Feliciano los vigilaba con el mismo nudo en la garganta hasta que los perdió de vista.

Quedaron envueltos por un pesado silencio mientras Antonio cerraba la puerta de la trastienda y les servía café a los dos en las viejas tazas desparejas que tenía allí. Lovino se sentó en la cama y todo en aquel lugar le hizo revivir los últimos días tan intensos y que ahora se le aparecían a la distancia. Una parte de él deseaba desesperadamente creer que todo había sido real. Ese deseo lo impulsaba a decirle que todo estaba bien y que había sido un malentendido para poder seguir con su vida como antes. Pero se quedó inmóvil con la taza humeante en sus manos mientras esperaba, debía saber la verdad.

—¿Qué es lo que sabes? Así sé por dónde empezar, han pasado demasiadas cosas... —suspiró apoyándose contra la pared en actitud resignada.

—Eres un fugitivo... —trató de empezar por lo que sería menos doloroso de aceptar. Si empezaba diciéndole que lo había vendido a los policías sabía que terminaría teniendo que disparar, necesitaba saber por qué.

—Sí, lo soy —apartó la vista a un punto perdido en la nada tratando de organizarse en sus memorias—. Parece como si hubiese sido hace miles de años que escapé de casa. Parte de otra vida.

—¿Por qué mataste a esa familia? —todavía no podía encajar en su cabeza que el alegre florista que le sonreía como un niño en Navidad y llevaba en su cuello un pequeño rosario de madera se hubiese manchado las manos de esa forma.

Antonio negó con la cabeza con la mirada cansada.

—Yo no los maté, pero no tengo pruebas de mi inocencia. Fue todo una trampa. Necesitaban un chivo expiatorio y me cargaron con el crimen.

—Pero... —internamente su corazón sintió un pequeño alivio— ¿Quiénes? ¿Por qué?
—Es largo de explicar pero no tiene sentido seguir simulando que no ha pasado. Para entenderlo tienes que saber más cosas que he estado tratando de evitar —suspiró y tuvo que hacer un esfuerzo para revivir los oscuros recuerdos—. Yo era un necio, no sabía cómo funcionaba el mundo por ese entonces. Trabajaba con mi madre en una floristería en una ciudad pequeña. Ella me había enviado para que estudiara afuera y al volver había adquirido malos hábitos. Te dije que era malo administrando el dinero, en esos tiempos me gastaba todo lo que ganaba en salir de juerga con amigos, en apostar en las corridas de toros, en cosas sin sentido. Realmente no medía las acciones, creía que podía gastarme mi parte de esa forma porque me correspondía la mitad de las ganancias.

El lenguaje de las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora