Capítulo catorce

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Lovino escupió algo de sangre en el suelo gris de la celda mugrosa en la que los habían dejado. Había recibido algunos golpes más de los agentes por tratar de proteger a Feliciano de la brutalidad con la que los habían arrastrado hasta allí. No podía evitar insultarlos y esa había sido la consecuencia. Sabía que la mayoría de los hombres que trabajaban en ese cuartel los odiaban casi personalmente, habían sido los responsables de la muerte de varios de sus compañeros a lo largo de los años, tampoco podía culparlos.

Apoyó la cabeza contra la pared de cemento fría esperando que eso calmara un poco el dolor. Miró a Feliciano que seguía de pie aferrado con ambas manos a la celda con la mirada perdida en la puerta y en los dos policías que estaban apostados allí para vigilarlos, armados hasta los dientes.

No estaba listo para afrontar la derrota, no tenía ánimos en el cuerpo para aceptar todo lo que aquello significaba. Había sido tan inocente e idiota pensando que podrían escapar de ese destino, había sido un imbécil por confiar en Antonio, después de todo se había demostrado del lado de quién estaba. No tenía fuerza para insultarlo siquiera, se estaba rompiendo todo en su interior y todavía quedaba mucho por lo que luchar como para quebrarse aún. No quería darle aquella satisfacción a los puercos. Cerró los ojos tratando de concentrarse en su dolor físico.

La puerta se abrió y se armó un cierto revuelo.

Del otro lado de la celda estaba Ludwig con la respiración agitada y la expresión contorsionada por la sorpresa.

—Entonces era cierto...

Caro mio... Ya lo sabías, lo supiste siempre...

Feliciano que había estado totalmente resignado hasta ese momento parecía revivir del pozo de la oscuridad en la que estaban, podía sentirlo sonreír a pesar de estar a espaldas de él.

Miró a Ludwig con odio, no tenía la culpa de lo que les estaba pasando pero allí estaba para burlarse de ellos, de su derrota. Podía leer en sus severos ojos celestes que se estaba debatiendo internamente en ese momento.

—No quisiste admitirlo pero sabías la verdad...

Era evidente que su hermano estaba enamorado del macho patatas en traje de policía que estaba de pie frente a ellos, sabía que no podía evitarlo y más que nunca entendía sus sentimientos.

—Feliciano... —miró a los oficiales que estaban montando guardia en la puerta y tomó aire volviendo a su postura fría y recta— Yo me ocupo de la seguridad de estos prisioneros, vayan a ayudar con el resto.

—Pero Gilbert nos dijo que de...

—¡Es una orden!

Los dos policías en la entrada se dedicaron una mirada confundida pero cedieron ante la voz de mando de un oficial de mayor rango que ellos dejando su puesto y cerrando la puerta tras ellos.

Cuando Ludwig dirigió la mirada a Feliciano volvía a ser el joven confundido que no sabía cómo reaccionar. Feliciano extendió la mano hacia él a través de los barrotes de la celda y hasta Lovino percibió la tensión en el aire hasta que Ludwig venció la distancia que los separaba tomando su mano. Lo odiaba pero era la persona que su hermano había elegido y no había hecho nada para lastimarlo a pesar de todas las alternativas que tenía para hacerlo.

—Yo... Feliciano... Aunque lo supiera no esperé que... ¿Ya hablaron con su abogado? No vas a estar en prisión por siempre...

Ludwig era alguien práctico, no se detenía demasiado a analizar las emociones y estaba entrenado para ser diligente para resolver conflictos. Incluso de espaldas podía imaginar a su hermano sonriendo con condescendencia ante aquella ingenuidad. Soltó una carcajada llena de la amargura que lo dominaba y ambos le dirigieron la mirada. Ludwig prácticamente lo veía por primera vez en la esquina oscura de la celda lleno de magulladuras y con los brazos cruzados, era una imagen lamentable de sí mismo y lo sabía.

El lenguaje de las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora