Capítulo doce

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Separarse se había hecho inevitable una vez que el sol se había ocultado. Lovino había prometido regresar con Feliciano para resolver todos los asuntos que los apremiaban y sabía que su hermano estaba esperándolo para saber qué había sucedido. No habían salido en todo el día de la trastienda, casi que tampoco habían hablado luego de arreglar las cosas y Antonio se había despedido de él con la creciente y cálida sensación de que no había nada que pudiera separarlos y que podrían enfrentarse a lo que fuera.

Estaba contando los míseros ahorros que había podido juntar cuando lo sorprendió el timbre del teléfono rompiendo el silencio. Lo observó sonar un instante debatiéndose en la duda de si responder o no. Suspiró resignado y atendió la llamada. No podía ignorar a Gilbert, simplemente no estaba bien, pero debía decirle que ya no trabajaría para él, le debía eso al menos.

—¡Heeeeeey! —del otro lado la voz explosiva de su amigo parecía más alegre que de costumbre— ¿A que no adivinas quién llama? ¡Pues claro que sí! Tu increíblemente asombroso amigo Gilbert.

—No lo hubiese imaginado —rodó los ojos pero no pudo evitar una sonrisa en los labios al oírlo.

—Tengo que contarte algo de lo más genial.

—Ah... sí... Yo también tengo que decirte algo, Gilbo.

—¿De veras? —lo evaluó picado por la curiosidad— ¡Genial! Ahora estoy inundado de trabajo, no te imaginas cuánto, pero mañana vente a cenar. Obvio que yo invito, no tienes que agradecerme.

—Bien, pero realmente tengo que decirte algo, Gilbert, escucha...

—Ahora no puedo quedarme a hablar, mañana me cuentas todo. No quería olvidarme de pedirte que vinieras y me estaba tomando unos minutos para un café. No te das una idea del caos que es el cuartel hoy ¡En fin! Nos vemos mañana en el pub a eso de las nueve ¡Adiós, Toño!

—Pero... —no había llegado a despedirse antes de que su amigo cortara la llamada.

Suspiró y volvió a echar una mirada donde estaban sus escasas pertenencias preparadas para ser guardadas junto con el estuche de la guitarra. Quizá despedirse en persona de Gilbert después de todos los favores que le había hecho era la mejor manera de honrar su larga amistad.

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—¡Aquí estás!

Gilbert pasó un brazo tras los hombros de Antonio con camaradería al verlo llegar y lo llevó dentro del pub sin notar la expresión de incomodidad que llevaba su amigo.

—¡Ah... Hola! —trató de imitar su tono entusiasta.

Antonio conocía a Gilbert lo suficiente como para deducir que estaba de un humor excelente tan sólo viéndolo sonreír de esa forma que dejaba a la vista sus especiales colmillos afilados que le habían ganado el título de perro guardián. Se sentaron en la mesa habitual y, sin necesidad de pedirlo, les trajeron una jarra rebosante de cerveza rubia.

—¿Cómo está Elizaveta?

—Pff, ni la menciones —le dio un largo trago a su vaso—. Si normalmente tiene un humor de perros imagínatela ahora que está con la panza a punto de explotar. Me despierta a cualquier hora porque dice que necesita una tarta de manzana o un endiablado plato de goulash ¿Cómo quiere que le consiga goulash a las tres de la mañana?

—Pensé que para alguien tan genial como tú no sería un problema —bromeó haciéndose una idea sin esfuerzo de su amigo corriendo por la ciudad buscando complacer a su esposa.

—¡Lo soy! ¡El más genial! Pero eso no quita que todas las malditas tiendas estuvieran cerradas a esa hora. Tuve que ingeniármelas para prepararlo yo mismo pero Liz no sabe apreciar lo que es realmente bueno —resopló quitándose el recuerdo de la mente y se inclinó hacia delante en la mesa buscando su atención—. En fin, no era para hablar de la bruja para lo que te pedí que vinieras, Toño.

El lenguaje de las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora