Capítulo 3: Tick Tack

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Estaba alistándome para correr, lo juro, pero la mano cálida de William envuelta en mi cintura me lo impidió, y casi enseguida, haciendo que mi alma regresara al cuerpo, lo escuché decir:

— Te lo mereces Axel, deja de ser un idiota que no te pagan por serlo.

— Eres un aguafiestas, Will —. Gruñó y me dedicó una mirada de arriba a abajo —. Cuando te hayas divertido lo suficiente con esta perra podrías prestármela.

Las palabras de aquel chico que al parecer se llama Axel, estaban cargadas de odio. La mueca de dolor que mantenía en el rostro no me pareció suficiente, ¿qué le había hecho yo a este chico para que me tratara así?

Pudo haber sido el alcohol, o el enojo que me provocaba solo verlo, pero al final mi puño terminó estrellado contra su ojo, haciéndolo tambalear y soltar un grito de dolor y furia.

— ¡Basta, Axel! —. Esta vez fue Will quien intervino cuando aquel chico se me acercó desafiante. La adrenalina apenas me permitía poder mantenerme en pie —. Deja de actuar como un imbécil.

Estoy segura de que en mi rostro una sonrisa triunfal se asomaba. No me di cuenta de que llevaba el anillo de plata que me había dado mi madre hasta que vi la marca de sangre que se corría bajo su pómulo. Aunque mis nudillos también dolían y empezaban a enrojecerse a pasos agigantados, para mi había valido la pena.

— Vamos —. Susurró Will aun por sobre la música. Las ganas de vomitar estaban presentes en mi, pero mi corazón seguía tan acelerado que me mantenía distraída de las náuseas—. Quiero revisar esta mano.

No me dio mucho tiempo a elegir. Sus dedos se envolvían con los míos manteniendo una familiaridad que en otro momento me hubiera parecido ridícula considerando que a penas lo conocía y él no tenía ni idea de mi nombre.

La música dejó de ser tan fuerte. Del bolsillo trasero de su pantalón sacó una llave y pronto nos encontramos dentro de la casa, a simple vista completamente solos. Subimos unas escaleras y la vista de muchas medallas y trofeos en una estantería llamó mi atención.

Sin decir nada en todo el camino entramos a una habitación sencilla, aunque habían ciertas cosas que indicaban que alguien se estaba quedando ahí.

— ¿Siempre eres así de agresiva? —. Aunque hubo diversión en esa pregunta no evité sentirme avergonzada.

— Solo cundo... —. De un pequeño maletín sacó alcohol y algodón. Literalmente mordí mi lengua para no gemir por el dolor que me provoco sentir el ardor del líquido sobre mi dedo —. Solo cuando me cruzo con un imbécil.

No sabía que me había lastimado tanto la mano. Al parecer, luego de que William sacara mi anillo de mi dedo y me lo entregara me di cuenta de los pequeños cortes que envolvían el lugar donde antes se encontraba. Lo más seguro era que de la presión y el impacto me haya terminado por lastimas a mi misma.

— No es necesario que hagas esto, Will... —. Disimulé una mueca evitando decir lo que en realidad quería decir, que era que el jodido alcohol ardía hasta mis vidas pasadas.

— Si lo es, pero si te lastimo dime y lo haré más despacio —. Lo miré por escasos segundos y pensé:

¿¡Donde está el agua bendita cuando se la necesita, señor!?

— Lo siento, no me refería eso —. Al parecer yo era un foquito de navidad andante, todo rojo y reluciente, pero el también había notado el doble sentido de sus palabras, aunque no haya sido al propósito... ¿o si?

— Es... probablemente el alcohol, no te preocupes.

— Bien, ¿por qué no me cuentas algo de ti? —. Dijo y apretó una gasa pequeña alrededor de mi dedo.

Culpa MíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora