Capítulo 4: Noche perfecta

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El momento había sido más que incómodo, no solo por el hecho de que luego de mi confesión, el orgasmo incontrolable había llegado empapando los dedos de William.

Luego de segundos en lo que intenté regular mi respiración, al fin la sangre había subido nuevamente a mi cerebro, e intenté hablar, pero por más que lo intentaba las palabras no salían de mi boca.

Will tampoco se veía muy cómodo con la situación, pero me sostuvo firmemente hasta que los temblores de mi cuerpo cesaron. Con delicadeza me volvió a poner sobre el suelo, sin dejar de acorralarme contra la pared. Levanté el rostro para observarlo.

— Lo siento —. Susurró e hizo una mueca.

La situación era de lo más extraña y yo solo quería salir corriendo de ahí. Aun hormigueaba esa zona sensible en mi, y me sentía terrible porque el efecto del alcohol se había marchado junto con mi dignidad. Él volvió a hablar.

—. Es difícil creer que alguien que ya es mayor de edad sea virgen aún, no me mal interpretes, es solo que no me lo esperaba.

Fruncí el ceño en cuanto lo escuché hablar. Entonces mi cerebro empezó a trabajar con todo lo que daba, y las piezas poco a poco empezaron a cuadrar en mi cabeza.

William no lucia como un adolescente precisamente, la forma en la que vestía y... la agilidad de sus ded... ¡Basta!

— ¿M-mayor de edad? —. Las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera pensar con claridad. Mordí mi labio inferior con nerviosismo—. Bueno, mayor de edad es un término muy amplio si lo vemos desde un punto de vis...

El horror surcó su mirada. De pronto una risa de nervios picó en mi garganta rogando por salir. La incertidumbre de su boca queriendo gesticular me agobiaba.

— Joder, dime que tienes mas de dieciocho por favor —. Suplicó y supe que la había cagado.

Una risita nerviosa se me escapó. Por omisión bajé la mirada y aprovechando que los brazos de Will estaban contra la pared, uno a cada lado de mi cara, me agaché y salí de su agarre.

— ¿Qué importa eso? —. Me excusé dándole la espalda y girando el anillo en el dedo en que lo había puesto luego de que me curara la herida—. Tampoco soy una niña, Will, ¿y tú cuantos años tienes para que esto te afecte tanto?

Estando de espaldas a él pensé que no respondería.

— Mierda, ¿¡cuantos años tienes!?—. Dijo con exasperación.

¿Que tan justo sería decirle que dentro de dos semanas cumplía diecisiete?

— Responde—. La dureza en su voz era evidente. Me giré para enfrentarlo y observar como su semblante había cambiado. Era tan dramático y se veía tan lindo, pero estaba segura de que si me le acercaba me ladraría como un perro rabioso.

— Casi dieciocho—. Mentí, su expresión no cambiaba y quise reír en ese momento. Para mi no era la gran cosa — Bueno no, de hecho cumplo diecisiete en un mes.

*** *** ***

— Te juro que fue hermoso, me trató tan lindo, fue amable, fue...

— ¿Como lo más especial del mundo?

— ¡Exacto!—. Chilló Gaia y suspiró como una soñadora.

Bajé el rostro hasta mi regazo con una felicidad nostálgica al escucharla contarme su historia de amor, y observé sobre los lentes de sol oscuros la venda que envolvía mi dedo. Miré hasta las maletas que yacían en la vereda fuera de mi casa. Los segundos pasaban y en lo único en lo que se sumía en mi mente era en los recuerdos de la noche de ayer y en qué por supuesto odiaba mi vida por tener que abandonar mi hogar.

Las luces parpadeantes del auto que aparcaba fuera me indicaba que el momento había llegado. Gaia, a pesar de lucir contenta por su noche perfecta, lucia como un bebé contenido las lágrimas.

— Aún podemos huir y quieres, mi bici está cerca—. Susurró con la voz entrecortada.

— Huir significa que dejes a Jayden y no puedo intervenir en su historia de amor, así que aunque suena tentador... no puedo.

— Voy a extrañarte, Emma.

— Yo más, Gaia.

Y esas fueron las últimas palabras de amor que había recibido en mi país. No más pijamadas, no más tardes de shopping, no más Gaia y no más mi vida tal como la conocía y me gustaba.

*** *** ***

Dicen que cuando uno se siente mal, o aburrido, o simplemente sin ganas de nada, el tiempo suele ir más lento. Sin embargo, y gracias a todos los cielos, en un abrir y cerrar de ojos había cumplido dos semanas desde que nos habíamos mudado. Mi madre estaba muy feliz, paseaba con Calvin, su prometido, organizando los detalles de la boda, que a ciencia cierta no tenía una fecha muy clara establecida.

Por otro lado mi relación con él no avanzaba, se había quedado en el punto en el que él intenta ser amable para ganarse mi afecto pero claramente no lo consigue porque es la razón principal de que yo haya tenido que abandonar mi antiguo hogar.

Aun así, él no parecía darse por vencido.

— G-Gracias, Calvin —. Dije tomando la bolsa negra con dorado que me había extendido. Mi madre estaba a su lado con una enorme sonrisa que no hacía más que ponerme incómoda.

— Míralo, cariño —. Insistió y aunque intenté darle a entender con la mirada y una sonrisa incómoda que no me hiciera hacerlo, ella pareció no entender o simplemente ignorarlo.

Sin más opciones accedí. Un vestido rosa pastel con pequeñas incrustaciones de piedra en el cuello era el obsequio. No estaba mal, solo que ese color no era mucho de mi estilo, aun así volví a agradecer y unos segundos después subí a mi habitación, que sin duda era lo mejor desde que habíamos llegado.

Revisé el correo con ansias de encontrar un mensaje de Gaia, pero no fue así. Mi celular había sufrido una pequeña caída al retrete por lo que no tenía, así que sin tener idea de que hacer, decidí salir al balcón.

El viento era helado, pero lo ignoré porque no planeaba permanecer ahí mucho tiempo. Observé los alrededores. Vivíamos en una residencia. Todas eran casas muy parecidas, sobre todo por lo lujosas y grandes que eran. Unas pocas lucían deshabitadas, y en otras simplemente parecía no haber nadie en ese momento.

No me di cuenta cuando un Audi negro aparcó en la casa a la cual desde mi balcón tenía vista, la cual se había convertido en mi única distracción, con su gran cerca y piscina que desde lejos apenas lograba ver.

Me preguntaba constantemente quien vivía ahí, pero lo juro, ni en un millón de años esperé ver a William bajar de ese coche y entrar en aquella casa.

Y sí, el mismo William dedos ágiles.

Justo cuando pensé que moraría en mi balcón por la impresión, mi computadora sonó, indicando que un nuevo correo había llegado.

Culpa MíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora