Capítulo 2: ¿William como Will Graham?

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Con sorpresa me giré ante aquellas palabras. Unos pasos por atrás estaba el mismo chico que me había empujado en la entrada. Su sonrisa burlona me dio repulsión en seguida, tal vez por el hecho de que me observaba con descaro de arriba abajo.

No evité preguntarme como demonios había logrado entrar. Después de todo el guardia no parecía muy contento con su intento de escabullirse.

— Créeme que ni a ti te interesa saber, ni a mi responderte, así que puedes perderte en tu mierda, idiota.

Sin darle tiempo a responder me alejé de ahí, rogando internamente por que no le diera la gana de seguirme. Yo podía ser valiente, pero no mentiré diciendo que me agradaba la idea de pasar mi última noche aquí siendo acosada por un imbécil.

— Un mojito, por favor—. Pedí cuando estuve en la barra.

— Son cinco dólares —. Dijo el muchacho que atendía. Evité rodar los ojos y de mala gana busqué dinero en mi cartera.

— Solo los tragos rebajados están gratis, guapa —. Contestó en seguida. Tal vez al ver mi expresión.

Ignoré su comentario y cuando estaba lista para entregar el dinero, divisé a unos escasos centímetros de mi lado la mano de un hombre que extendía diez dólares.

— Está bien, ponme otro.

El chico de la barra no tardó en obedecer y tomó el billete. Mi ceño fruncido y expresión desconfiada fue suficiente para hacerlo hablar.

— Lo siento, vi que mi amigo te estuvo molestando y me pareció buena la idea de recompensártelo.

Sin dejar de lado mi desconfianza lo observé. Lo primero que noté, tal vez por el dolor de cuello que me provocaba mirarlo, fue que era mucho más alto que yo. De cabello claro y ojos difíciles de descifrar, pero sobre todo, con una sonrisa que parecía gritar con voz militar ¡abajo las bragas!

Yo no soy religiosa ni pretendo serlo, pero a ese santo si le rezaba.

— No hace falta, y... me temo que no voy a poder aceptar el trago —. Pero esta era yo haciéndome la justa.

Mis mejillas ardían no solo por el calor que provocaba la aglomeración de personas, sino por mi comentario anterior. En seguida el otro mojito llegó.

— ¿Por qué? —. Preguntó. De verdad parecía sorprendido.

Quise hacer caso omiso a las constantes recomendaciones de mamá acerca de no aceptar tragos a desconocidos, intenté incluso repetirme una vez más aquel "sobrevivirá" que había mencionado horas antes. Pero siendo honesta, temía que si aceptaba aquel trago fuera yo la que no sobreviviría, ya que aunque no me gustara admitirlo, las atrocidades que se veían todos los días en las noticias eran una realidad.

— Lo siento, solo... —. Tragué grueso cuando aquel muchacho dio un paso más hacia mi —. No puedo.

— Está bien, no hay problema, ¿te importaría al menos decirme tu nombre?

Por alguna razón empezaba a actuar como una paranoica, y siendo honesta mi noche no iba siendo la mejor, aunque el chico era guapo y parecía amable decidí evadirlo.

Culpa MíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora