3. El Callejón Diagón

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La Profesora McGonagall aun acompañaba a Hermione por Londres, llevaban más de una hora caminando desde que salieron de Hampstead, distrito en el cual vive la familia Granger, cuando la profesora miró hacia la niña, que parecía como nueva, no se le veía ni una sola muestra de cansancio, eso sí, cada minuto que pasaba más impaciente se volvía, estaba deseando llegar al lugar del que le había hablado Mcgonagall, a la que las demás personas miraban confundidos, asustados o incluso riéndose por sus ropajes. Al fin pararon de caminar, deteniéndose frente a una estatua ecuestre pegada al lateral de la pared de la plaza a la que habían llegado, repleta de gente, pero con muchos árboles que las hacían pasar inadvertidas.

-¿Hemos llegado ya? -dijo al ver a la profesora detenerse-.

-En efecto señorita Granger.

-¿Dónde está ese lugar exactamente profesora? –preguntó al mismo tiempo que se giraba mirando en todas direcciones.

McGonagall no contestó, seguía mirando a las personas que pasaban, esperando el momento adecuado donde ninguna persona se fijara en ellas.

-Profeso… -intentó llamarla de nuevo cuando, repentinamente, la profesora agarró a Hermione del brazo y agachándose, traspasaron el muro de piedra que se encontraba debajo de la estatua, adentrándose en un nuevo mundo.

Hermione, aun quejándose del agarrón de la profesora, alzó la vista y se encontró con una larga calle llena de establecimientos y tiendas destinadas a todos los magos y brujas que necesiten hacer sus compras. Al tiempo que ambas mujeres avanzaban Hermione miraba todo cuanto podía; observó tiendas de escobas, heladerías, de animales, túnicas y varias librerías, pero lo que realmente resaltaba sobre todo lo demás era Gringotts.

-Primero debemos dirigirnos a Gringotts, el banco de los magos, donde intercambiaremos el dinero muggle que tu padre te ha dado por dinero mágico.

-¿Eh? -preguntó algo despistada, ya que todavía seguía asombrada por todas las cosas nuevas que se estaba encontrando-. Sí, claro.

Al salir de Gringotts McGonagall dirigió a Hermione hacia la Librería Flourish y Blotts, donde compraron todos los libros de las diferentes asignaturas que se impartirían en Hogwarts; Astronomía, Encantamientos, Defensa Contra las Artes Oscuras, Herbología, Historia de la Magia, Pociones, y Transformaciones, que lógicamente, sería enseñada por la Profesora McGonagall.

-Cuantos libros, y que pesados. -dijo Hermione agarrando su cubo con los libros-.

-¿Qué esperaba, cuentos de duendes?

-No, pero se han pasado un poco ¿no cree?

-Sigamos -dijo con una tímida sonrisa-.

-Está bien.

Después de comprar la túnica se dirigieron a Olivanders, la tienda de varitas más famosa de Londres, ahí había comprado su varita la profesora, Albus Dumbledore e incluso Merlín. Ambas entraron a la tienda, donde les recibió Olivander, un señor mayor, con el pelo canoso y unas notables ojeras.

-Buenas Olivander.

-McGonagall, siempre es un placer recibirla. Por lo que veo estás muy bien acompañada -dijo dirigiéndose a Hermione-.

-Le presento a la señorita Hermione Granger.

-Encantada -dijo tímidamente Hermione-.

-Igualmente, señorita Granger.

-Bueno, veamos que tenemos por aquí…, -dijo el señor observando varias varitas de su estantería-. Tome esta señorita Granger; una varita de Pícea, de once pulgadas de longitud, razonablemente flexible y núcleo de fibra de corazón de Dragón.

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