𝒂𝒏𝒈𝒆𝒍 𝟎𝟒

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Los tres ángeles, con la belleza que los caracterizaban, llegaron al autódromo donde supondrían que encontrarían a Joe Álvarez. El jefe de la mafia, solía ser un aficionado por las carreras de autos, y los hombres habían sido 'contratados' clandestinamente gracias a Volkov, quien había puesto sus nombres en la lista de empleados.

Los hombres, vestidos de mecánicos, arreglaban el vehículo contra el que competiría Joe, por lo que trataron de pasar desapercibidos.

—Gustabo, voy a entrar —comentó Segis por el pequeño micrófono que se encontraba oculto en su chaqueta.

Horacio, al escuchar esto, bajó un poco el cierre de su traje y levantó el pulgar dando a entender que estaba preparado.

Joe fijó su vista en Gustabo, quien se enalteció del suelo con un movimiento sensual tratando de cautivar al jefe. Y así fue, ya que Joe se acercó a entablar una conversación con el chico.

Sus amigos lo miraban impresionados, jamás habían visto una actitud así venir del menor, y en cierta forma, a Segismundo le causó un cosquilleo en sus partes bajas, pero sacudió la cabeza evitando ese tipo de pensamientos.

Por otra parte, muy a lo lejos, un señor con gafas oscuras miraba la escena con enfado, ¿Quién se creía ese capullo para mirar así a su Gustabo? Sabía que no podía montar un escándalo —aunque tampoco era de esos hombres que lo hacían— debía mantener un perfil bajo si no quería mandar toda la misión a la mierda. Pero que conste que le molestaba, y mucho.

Segismundo y Horacio corrieron hacia un auto descapotable negro, y el gallego frenó para ocultarse en una pared.

—Haz tu magia —le susurró y Horacio asintió.

Con toda la confianza del mundo, el chico de cresta subió al coche y miró al conductor seductoramente.

—Hace calor allí afuera —opinó ventilándose con sus manos—. Aunque bueno, aquí también —se mordió el labio mirándolo de arriba abajo.

El conductor, evidentemente nervioso, solo lo miraba perplejo, hasta que se decidió a hablar: —Haré que te sientas más cómodo —contestó prendiéndola la ventilación del vehículo.

Por su parte, Segismundo se encontraba en la parte trasera del carro tratando de abrir el maletero con un clip de cabello, cuando lo logro, colocó rápidamente la pequeña cámara casi invisible en el maletín que se encontraba allí dentro.

No midió su fuerza al cerrar el baúl, por lo que el conductor se dio la vuelta en busca de sonido, pero Horacio agarró su rostro fuertemente obligando a mirarlo, tan rápido como pudo, Segismundo salió corriendo.

— ¿Y? —preguntó Horacio llegando a su lado.

—Misión cumplida, mañana Joe nos llevara a su paradero fijo.

Ambos chocaron puños y se dirigieron hacia Gustabo, quien había dejado de hablar con Álvarez.

—La primera parte esta lista, necesitamos rescatar al niño —comentó Segis.

—Cuando empiece la carrera, podremos escabullirnos fácilmente entre la gente y podemos...—pero la frase de Horacio quedó en el aire.

—Ahí está el problema, no tenemos idea del paradero del chivato. Deberíamos hacerlo mañana, cuando Joe nos lleve a sus instalaciones con la cámara.

Los tres asintieron, aun sabiendo que a Conway no le iba a gustar la respuesta. (...)

— ¡Capullos! ¡Es que sois unos capullos! ¡Anormales de carrito! ¡Todo mal hacéis!

Y ahí estaba Conway reprimiéndolos por no haber completado la misión tal y como lo había pedido. Habían estado callados desde que comenzó la llamada.

Gustabo miraba la cara de tristeza de sus amigos, principalmente la de Horacio; sabía que el chico era muy sensible a los insultos de Conway y eso le hervía la sangre.

—Pero vamos a ver, Conway—lo cortó el menor—, si tan mal lo hemos hecho, ¿Por qué no lo hace usted y sale de entre las sombras? Estoy harto de escuchar sus constantes quejidos e insultos hacia nosotros, sabemos que podemos ser unos capullos, mariconettis y toda la vaina, pero eso no le da derecho a hacer sentir mal a mis compañeros. Cuando sepa valorar nuestro trabajo y el terrible esmero que le ponemos, vuelva a contactarnos.

Sin más que decir, agarro a Segismundo de la mano y a Horacio del traje y los llevó hacia fuera de la oficina, dejando a un perplejo Conway a través de la línea.

Al salir al aire libre, tomó una bocana de aire y se giró a ver a su compañero Horacio, quien tenía unas pequeñas lágrimas en los ojos. El chico de cresta se acercó al menor y lo abrazó:

Gracias, Gustabo. (...)

Los tres chicos habían decidido salir a tomar algo, para olvidar el mal trago que habían pasado hoy en la oficina. Contactaron con su amigo Pablito y su hermano Emilio, también invitaron a Rogelio, el primo de Segismundo, a Jhonny, Trujillo, y Tony. Quedaron en verse en 'The Hen House' a las 11 p.m

Gustabo y Horacio estaban preparándose en su casa, y mientras tanto hablaban de cosas triviales.

— ¿Qué tal va todo con Volkoff? —preguntó Gustabo abotonando su camisa.

—Siempre es lo mismo, no me va a prestar atención nunca —contestó algo desanimado Horacio.

—Que va, es un gilipollas si no te para bola—contestó el menor mirándolo con una sonrisa—. Eres una gran persona, y si no lo sabe valorar, no te merece.

Horacio se asombró de las palabras de su amigo, este día sin dudas el castaño no paraba de sorprenderlo.

—Gustabo...

— ¿Si?

— ¿Tas' bien?

El chico se quedó pensando, ¿estaba bien? Claro que lo estaba. Había mandado a la mierda a su jefe por sus amigos y eso lo hacía sentir de puta madre, aunque, en el fondo, sabía que no había sido solo por eso. Estaba enojado por su poco tacto al decir las cosas, estaba enojado con el mayor por no haber cruzado palabras con él después de la fiesta, y por sobre todo, estaba enojado con Jack por haberlo enamorado.

Pero lo único que salió de la boca de Gustabo fue:

—Estoy bien.

𝐥𝐨𝐬 𝐚́𝐧𝐠𝐞𝐥𝐞𝐬 𝐝𝐞 𝐂𝐨𝐧𝐰𝐚𝐲 ; spain rpDonde viven las historias. Descúbrelo ahora