𝒂𝒏𝒈𝒆𝒍 𝟎𝟐

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Jack Conway se encontraba en el noveno piso del edificio 'Del perro Heights' bebiendo un Martini con sosiego mientras admiraba cada movimiento que daban los agentes de Álvarez. Notaba la transmisión de información entre ellos y las advertencias de las diferentes personas que se encontraban en la reunión.

Tan pronto vio ingresar al líder de la mafia al salón, se colocó los oscuros lentes para mezclarse entre la multitud de gente y pasar desapercibido.

Por otro lado, en el Audi A6 blanco, iban montados el comisario Volkov y los ángeles de Conway. El plan era el siguiente; Volkov sería el acompañante de Horacio, o mejor dicho, de Javier Acuña. Un importante empresario de la ciudad de Los Santos con buenos ingresos, dispuesto a negociar por armas blancas. Pero para llegar a Álvarez, debería pasar primero por Alonso Urriaga, su mano derecha. Sus guardaespaldas serían nada más y nada menos que Segismundo y Gustabo, quienes mientras Horacio apresaba al chico con cumplidos, deberían recopilar aquella información que los agentes se comunicaban entre sí. 

Al llegar a las puertas del edificio, Segismundo aparcó el vehículo y los cuatro hombres bajaron del coche con la mayor formalidad posible. Se dirigieron al vestíbulo, y allí, Horacio tuvo que dar su nombre para que lo dejaran ingresar. Dos gorilas de Álvarez los escoltaron por un largo pasillo hasta el ascensor, y les desearon una buena velada una vez llegado al piso correspondiente.

Al atravesar el umbral de la puerta, pusieron en marcha el plan. Horacio, del brazo de Volkov, se acercó a Alonso, mientras que los otros dos ángeles se mezclaban entre la gente. Colocaron micrófonos en todas las chaquetas de cada agente que veían, logrando tener un excelente audio de cada conversación. Chocaban con algunos 'por accidente' y otros simplemente eran despistados, por lo que no notaban cuando Gustabo y Segismundo colocaban con sutileza el pequeño aparato negro.

—Buenas noches, señor Urriaga —saludó con cortesía Horacio.

—Oh señor Acuña, que placer verlo por aquí —estrecharon manos y Alonso lo invitó a sentarse—. ¿Algo para tomar? 

—Una margarita estaría bien ¿Tú, cariño? —preguntó pasando los brazos por los hombros de Volkov. Ganándose una mirada de confusión por parte de Alonso.

—Un mojito, si puede ser.

—En seguida —el segundo al mando llamó con un silbido a un camarero y le ordenó los tragos. Él mozo asintió y se despidió con una reverencia—. Y dígame, Javier ¿ha pensado sobre el trato?

—En realidad, si. Quería negociar con su jefe de igual manera, pero... aprovechando que usted está aquí...—lo miró con fogosidad y una sonrisa—. Cariño, ¿podrías ir a buscar mi cartera al carro?

Volkov asintió. Aquellas eran las palabras que le recitaría Horacio para iniciar su parte del plan. El ruso se retiró del lugar y se dirigió al elevador pero, antes de montarse en él, escuchó un ruido a sus espaldas que lo hizo estremecer. Viktor no estaba solo.

En ese mismo momento, pero en diferente lugar; Gustabo se encontraba en el baño refrescando su rostro. Recreaba en su mente la pregunta que Horacio le había hecho hace unas horas atrás ¿Por qué sentía un terrible malestar al pensar que no vería a Conway esta noche?

—Tio, ¿estas bien? —preguntó Segis posicionando una mano en el hombro de su amigo.

—Si, si—contestó tratando de ignorar el revoltijo de emociones que tenia ahora mismo.

—Vale...—Segismundo no se creía nada, conocía bastante bien al muchacho como para saber que algo lo tenía realmente preocupado. Sin embargo, decidió no insistir—. Te espero afuera.

Los pensamientos de Gustabo pararon de golpe. Se estaba desconcentrando mucho de la misión, de su trabajo en sí. No lo podía permitir. Él era el ángel favorito de Conway, y no lo iba a defraudar.

Dejo que el agua cayera en su rostro por última vez y salió del sanitario: —Vamos, a trabajar —habló con determinación a su compañero una vez fuera. El mismo asintió y se dispusieron a seguir con su labor.

Horacio, por su parte, era el que mejor estaba manejando la situación. Alonso se veía bastante interesado en el joven de cresta purpura, pero seguía teniendo la guardia alta. No se iba a fiar de él tan fácilmente, o eso pensaba.

—Y usted Alonso, ¿tiene familia?

—No, no por el momento. 

—¿No? Pero si usted es muy guapo, pensé que ya tenia esposa, hijos y tal —Horacio se iba acercando al mayor.

—Pues muchas gracias, pero la realidad es que soy un hombre que prefiere la compañía de otros hombres. De igual forma, usted... ¿casado? ¿hijos?

—Totalmente soltero. Mi acompañante es solo un pasatiempo, si sabe a lo que me refiero...

—Lo comprendo —Alonso ya se estaba acercando al joven—. Y, ¿usted cree que yo podría también ser su pasatiempo?

—No veo el problema.

En menos de 2 segundos, ambos se estaban besando. Horacio lo disfrutaba; Alonso no era para nada desagradable, es más, hasta en cierto punto, su aspecto le hacia acordar a su amigo Greco. Y mientras lo besaba, pensaba en el buen trabajo que le había tocado. Desde la otra punta, Segismundo lo miraba soltando una risa disimulada, vaya que era rápido su amigo. Gustabo solo se concentraba en las voces de los agentes a los que le había colocado el micrófono en busca de algo interesante, pero por el momento, nada de que preocuparse.

Cuando Segismundo le hizo una seña, supo que esa noche no vería a su amigo de cresta; pues sabía que se iría con el segundo al mando y aprovecharía para pasar una buena noche de la cual también extraería información que seguramente se la comentaría al día siguiente. Por lo que dio por terminada la primera parte del plan.

Salio junto a Segis del edificio con total discreción y se dirigieron hacia el carro, allí los esperaría Volkov para irse a sus casas. Mañana sería otro día. Pero grata fue la sorpresa de ambos al ver que Viktor no se encontraba solo. El olor a canela y tabaco inundó las fosas nasales de Gustabo y justo cuando pensaba que su día no podía empeorar, allí lo vio, tan elegante como siempre. Los ojos del menor se inundaron de lagrimas y lo llamó:

¿Conway?









𝐥𝐨𝐬 𝐚́𝐧𝐠𝐞𝐥𝐞𝐬 𝐝𝐞 𝐂𝐨𝐧𝐰𝐚𝐲 ; spain rpDonde viven las historias. Descúbrelo ahora