Capítulo 3

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Aniole observó cada movimiento de aquel hombre que le transmitía sensaciones desconocidas, sensaciones que solo había leído o visto en novelas de romance y películas. Sintió las famosas mariposas en el estómago y sonrió recordando a la rana René cuando dice:"cuando sientas mariposas en el estómago bebe agua y ahógalas". Pero no quería ahogarlas, le gustaba sentir aquella sensación de nervios. Era el estado puro y sincero de cuando te atrae algo o alguien. Ni siquiera había sentido aquello con Eduardo. Solo un deseo se instaló en su mente: quería conocerlo, quería sentirlo cerca y por primera vez en la vida también se sintió protegida.

- Así como te digo Yamila, fue impactante- le comentó Aniole unas horas más tarde a su amiga Yamila por teléfono.
- Y me imagino que no pudiste evitarlo- exclamó Yamila soltando una sonora carcajada.
- Es algo que no pude controlar- contestó Aniole sin poder evitar corresponder a la risa de su amiga- No sé por qué mi vista fue a parar a su paquete y no pude apartarla por un buen rato.
- Será la escasez de sexo que tiene tu cuerpo. Y dime ¿se le marcaba mucho?
- Y eso que tiene que ver. Por Dios Yamila acaso estamos locas las dos, mira que estar hablando del pene de un desconocido- bufó Aniole molesta consigo misma.
- Pero no respondiste mi pregunta- insistió Yamila ignorando las palabras dichas por su amiga- ¿Se le marcaba un buen paquete o nada en absoluto? Recuerda que el tamaño no es importante pero influye mucho- bromeó Yamila.
- Creo que mejor dejamos el tema. He quedado traumada con todo esto.¿Cuándo vienes por acá?
- No lo sé- contestó Yamila- Pero recuerda que de los cobardes no se ha escrito nada y tú nunca lo has sido. Si te gusta el tipo lánzate.

Aniole quedó pensativa. Yamila tenía razón. Estaban en pleno siglo veintiuno ¿quién dice que una mujer no puede enamorar a un hombre? ¿ Por qué hacer caso del maldito tabú de que el hombre siempre debe ser el primero en dar el paso? Por supuesto que no.

Y ahora estaba ahí. Otra vez en una cola. Ni siquiera sabía qué estaban vendiendo y tampoco le importó. Él estaba ahí, de nuevo. Lo vió repartir el número y esta vez cuando le tocó a ella el turno de darle nuevamente el carnet lo hizo a la vez que le entregaba también un papel doblado.
Él la miró a los ojos, desprovistos ahora de sus gafas negras, con las que se sentía segura. Sintió perderse nuevamente en aquella mirada esmeralda y aunque su corazón latía desbocado y de su cuerpo se apoderaba aquel calor abrasador producto de los nervios, ella también le sostuvo la mirada.
Él no le devolvió el papel, sí el carnet no sin antes observarlo detenidamente.

Gael la vio irse. Aquella mujer lo descolocó por un instante. Tocó en su bolsillo el papel que ella le entregara e intrigado lo sacó para leerlo. Era un número de teléfono y un nombre: Aniole.
Recordó a la dueña, aquella chica de tez morena y ojos marrones con aquel delicioso cuerpo hecho para pecar y aquel sencillo vestido rojo que cubría lo justo y dejaba mucho a la imaginación.

El amor en los tiempos de la covid-19Donde viven las historias. Descúbrelo ahora