Capítulo 12

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La mano de él subió por uno de los muslos femeninos, sintiendo la cremosa piel a su tacto, buscó su entrepierna y sin previo aviso introdujo un dedo a la vez  que acallaba un intenso gemido en la boca de Aniole con otro beso demoledor, mientras acariciaba suavemente aquel delicioso monte de Venus.
— Estás tan húmeda— gimió él cerca de sus labios— Eres perfecta.
Soltó las manos de ella, que a su vez en un gesto desesperado por sentir el pecho de granito sobre el suyo propio arrancó el sujetador.
Ya no habían barreras que les prohibieran sentirse en su máxima esencia.
Piel con piel.
Deseo con deseo.
Gael subió ahora ambas ambas manos recorriendo con delicadeza cada parte del cuerpo femenino. Chupó con frenesí uno de sus suaves senos mientras acariciaba con una mano el otro, para luego cambiar.
Besó su plano abdomen hasta llegar nuevamente a la zona íntima de Aniole y chupar con frenesí el delicioso sabor.
Aniole se retorcía de deseo. Un deseo incontrolable que hizo que se agarrara con fuerza al cabello masculino para aferrarlo más a su vulva y seguir sintiendo aquel placer infinito.
Su cuerpo comenzó a temblar. Un orgasmo avasallador se apoderó del cuerpo de Aniole provocando un fuerte estremecimiento en ella.
¿Cómo es que nunca sintió nada semejante? Ni siquiera con Eduardo había sentido aquel temblor estremecedor en su cuerpo. Siempre creyó que toda esa basura del orgasmo y el punto G y todas esas estupideces existían en las novelas románticas.
Escuchaba a Yamila hablar del tema, pero nunca creyó que existiera nada como aquello realmente. ¡Joder!, ¿cómo era posible que a sus treinta años nunca hubiera experimentado algo como aquello.
Bendito el día que conoció a Gael.
Bendita aquella cola en la que por primera vez se sintió dominada por unos ojos verdes de mirada limpia y seductora.
Bendita aquella lengua tan maravillosa que estaba haciendo estragos con su estado emocional.
Benditos también aquellos dedos largos y firmes que arrancaban de su cuerpo hasta la más leve sensación.

Gael supo que ya había llegado el momento. Ella estaba lista. Lista para él. Para recibirlo. Buscó su miembro con una mano dirigiéndolo a la entrada del sexo de ella.
Respiró hondo y ambos quedaron quietos un instante, solo segundos, para mirarse a los ojos.
Él colocó sus manos sobre las de ella y entrelazaron sus dedos.
Gael emitió un gemido de placer desde el fondo de su alma cuando comenzó a moverse, muy despacio.
Entró y salió poco a poco y la obligó a notar cada centímetro de su cuerpo. A reconocer que existía entre ellos una conexión que iba mucho más allá del deseo o la atracción.
Aniole se perdió en aquellos ojos esmeraldas y demostrándole a su vez que era conciente de todo lo que él despertaba en sí misma.
Gael apretó con fuerza sus dientes al sentir un placer infinito cuando deslizó su falo dentro de los empapados labios del sexo femenino.
Pegó su torso al de Aniole y se esforzó por mantener la compostura ante el deseo y placer exquisito que sentía su cuerpo al estar dentro de ella.
Los gemidos que salían de la garganta de la chica, le resultaban eróticos en demasía. Gael sentía no solo arder todo su cuerpo, también su pelo, su cabeza.
Necesitaba sentir en cada uno de los centímetros de su cuerpo el de ella.
Apoyó la frente en la de Aniole y movió su nariz para acariciar la de ella además de sus labios.
— Ahora te necesito más— gimió él en un arranque de pasión y apretando sus húmedos labios contra los de ella dejándola sin poder responder.
Comenzó a mover sus caderas con suavidad con el único objetivo de llevarlos a ambos al clímax. Aniole levantó sus caderas y le rodeó con sus piernas por la cintura, provocando que Gael comenzara movimientos un poco más duros y acelerados.
Él notó el momento exacto en que Aniole volvió a tener otro orgasmo, los labios de su sexo esta vez comprimieron su duro miembro provocando que para  Gael fuera ya difícil contener el suyo propio y se entregó al mismo tiempo que ella.
— Fue una bendición conocerte, preciosa¿Sabías?– exclamó él apoyando sus fuertes brazos en el mullido colchón a ambos lados de la cabeza de la joven para no aplastarla con su peso, pero sin separar sus caderas mientras bombeaba su semen dentro de ella.
— Para mí también— convino Aniole acariciando el hermoso rostro masculino— Nunca me arrepentiré de haberte acosado en cada cola— sonrió y él también.
— Y a mí me encantó que lo hicieras— dijo besando de nuevo su nariz para rodar y caer rendido a su lado y abrazarla junto a su propio cuerpo.

El amor en los tiempos de la covid-19Donde viven las historias. Descúbrelo ahora