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Hoy es la primer noche que JiMin pasaba en aquel lugar, encerrado en la habitación blanca, lejos de cualquiera de las demás y completamente aislado, sin oportunidad de escapar.

Estaba sentado, viendo fijamente hacia un punto exacto, no había captado completamente su estancia ahí, estaba perdido en su cabeza, inmerso en sus pensamientos, tanto así, que no notó cuándo paso a estar detrás de sus ojos y ser solo un espectador en su cuerpo.

El otro había tomado posesión del control y se levantaba, con su típica sonrisa y la locura contenida en sus ojos oscuros. Para cuando JiMin se dió cuenta de ésto, volvió a la realidad, seguía en la misma habitación, en la misma posición que recordaba, no había nada distinto, a pesar de que afuera ya estaba completamente oscuro.

Se estiró un poco, y fue cuando escuchó alguien que le susurraba al oído, una voz muy familiar para él.

Fuiste tú, tú, tú, nadie más que tú.

Se tapó los oídos, tratando de ignorar la voz de su antes mejor amigo, tarareando una canción. Cuando creyó que se había ido la voz, otra se escuchó.

Un asesino, solo eres eso, jamás le importaste a nadie, ¿quien cuidaría a un cerdito como tú?

Agitó la cabeza, la voz de JiSoo lo hizo sentir escalofríos, se giró bruscamente al escuchar la tercera voz, una que elevaba de a poco el tono.

¡Maldito gordo! ¡Seguro me las pagas! Una desgracia como tú no debía nacer.

Y a pesar de que se golpeó la cabeza y se tapó los oídos y cantaba alto cualquier canción para no escuchar, las voces seguían gritando, gritando e insultando. No fue hasta que escuchó una cuarta que las otras tres enmudecieron.

JiMin, JiMin, JiMin.

Solo repetía su nombre una y otra vez, pero eso era más que suficiente para lograr que se volviera un ovillo, abrazándose a si mismo y ocultando su cabeza en sus piernas. YoonGi decía su nombre, pero parecía escupirlo, lleno de ira, odio, ya no era una voz dulce y tierna que lo hacía despertar, esta vez era áspera y ruda que lo hacía hundirse en su pesadilla cada vez más.

De repente, las cuatro voces se alzaron estrepitosas y gritaban su nombre, al mismo compás, y poco a poco lo consumían, lo habían querer salir de ahí y buscar alguien que las sacara. El chico se levantó de su lugar, mareado por el único color en la habitación, dió vueltas, tratando de gritar aún más fuerte y ocultar esas voces, pero era imposible, si el gritaba ellas lo hacían también, con el doble de volúmen.

Los hombres entraron y sujetaron a JiMin de brazos y piernas, impidiendo que se moviera. Un quinto sujetó su cabeza mientras aún gritaba y el sexto le inyectó el sedante, lo que calmó al chico, o al menos eso creyeron, porque él seguía escuchando las voces, hasta que cayó profundamente dormido por la inyección y se olvidó unas horas de su realidad que lo atormentaba.

White roomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora