—Lee Jooheon.
—¿Quién demonios eres?
—Soy... soy Changkyun.
Los ojos de Jooheon lo analizaron de arriba a abajo, desde el cabello desordenado y grasientos de la cabeza de Changkyun hasta las gastadas y destartaladas puntas de sus zapatillas.
—Espera. Tú eres el chico de la cafetería de ayer —recordó Jooheon—. Americano, con un poco de crema.
—Sí... tocas muy bien el piano.
—Oh —un toque de color magenta se coló en las mejillas de Joheoon—. Gracias.
Changkyun decidió que quería ver más del rubor de Jooheon. Era la mejor vista del mundo, como nubes de algodón de azúcar acostadas en un lecho de cielo azul.
—Debo irme entonces —Changkyun dio un paso atrás, con sus zapatillas chirriando contra el azulejo recién limpiado.
Jooheon buscó en su mochila, mientras reunía varias pilas de partituras. Changkyun miró. Jooheon respiró. Changkyun tropezó. Jooheon lo atrapó.
Salieron juntos. Changkyun se subió a su motocicleta y Jooheon se dirigió a la acera.
—¿Necesitas que te lleve a casa?
—No. Mi padre me mataría si se enterara de que he estado en una de esas.
—Bueno, la oferta siempre está abierta —en un solo movimiento, Changkyun tomó su casco y lo deslizó sobre su cabeza, enmascarando su cabello y los ojos que seguían a Jooheon por la calle.
