Pasaron la noche en el tejado, tumbados juntos en una manta que Changkyun había traído.
Memorizaron la piel del otro.
—Mira las estrellas —Changkyun señaló—. Son tan amarillas, como tú.
—¿Amarillas? —Jooheon se rió.
Jooheon levantó la mano y besó la delgada línea de piel pálida que se asomaba por la oreja de Changkyun: —Eres tan hermoso.
—No. Tú lo eres —replicó Changkyun.
—No lo creo ni por un momento.
—¡Lo eres, Jooheon! —Changkyun se rió.
—Oh, por favor. Mírate. Eres absolutamente... precioso.
Changkyun esperaba que Jooheon no pudiera ver su rubor en la oscuridad.
