Capítulo 8 "Celos"

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Viajamos a la playa de Manhattan en una hora y diez minutos a una velocidad constante de ochenta kilómetros por hora. No fue para nada un viaje en silencio, al contrario, todos nos encontrábamos cantando canciones de niños de kínder. No tenía idea de cómo me seguía sabiendo esas canciones, pero ¡bah! Pasar la tarde con estos chicos va a ser muy interesante.

La playa era… caliente. Literalmente. Desde que me bajé de la Van y sentí el caluroso viento chocando contra mi rostro, comencé a sudar. Rydel soltó un suspiro a mi lado, mirando, a través de sus lentes de sol, el ambiente.

La arena se extendía unos metros de largo y luego estaba el mar. El agua estaba tranquila y casi me dejé llevar por su agradable sonido. Me hacía sentir como si estuviera drogada, a decir verdad. Aunque cualquier cosa me hacía sentir drogada.

Un muelle se prolongaba por la arena y a través del agua. Éste te guiaba hasta una pequeña “casita” con tejado rojo, donde se encontraba una tienda de café y un acuario. No había mucha gente para ser un viernes por la tarde.

Riker se paró a un lado de mí y me sonrió. ¿Qué con esta familia y sus constantes irritantes sonrisas estúpidas? Aunque Riker se veía radiante con esa sonrisa, no como Ross.

—Te extrañamos mucho —dijo él.

—Y yo a ustedes idiotas —respondí con una sonrisa socarrona.

Rodó los ojos, sonriendo divertido. El aire le aventó su cabello hacia atrás. —¿Te digo un secreto? —bajó la voz cinco tonos. Asentí. —Ya todos nos hartamos de que Destiny venga a nuestra casa —me susurró en el oído.

Solté una —muy— sonora carcajada. No podía no amar a este chico. ¿Por qué Ross no podía ser como sus hermanos? Sería un mundo mucho más agradable y divertido.

Escuchaba la conversación de los chicos y sus papás a mis espaldas. Estaban peleando por quién iba a ir por las hamburguesas.

Ross y Rocky se dedicaron a bajar las cosas que traían: un par de sábanas, paraguas (aunque no sé por qué se molestaban en bajarlos pues el sol no molestaba en éste momento), bebidas energéticas (oh si, bebé), frituras y muchos (toneladas de) dulces.

Recuerdo que de pequeña amaba ir a la casa de Los Lynch, pues era como introducirte al mundo de Willy Wonka. Siempre tenían —tienen— dulces por todos lados. Era como una piscina del placer. Y ahora más, pues, según de lo que había escuchado decir a Destiny, sus fans les regalaban chocolates y caramelos.

Fans. Es raro decirlo, pues, conozco a estos chicos desde que tengo memoria y simplemente no puedo enfrentar el hecho de que tengan chicas que gritan detrás de ellos como desquiciadas, locas y sádicas. »¿Te das cuenta que te acabas de describir?« Cállate, voz interna.

Caminé lentamente hasta llegar al mar. Me quité los converses negros que usaba (sin necesidad de quitarme los calcetines, pues no tenía ya que odio usar calcetines con converses). Y me introduje al agua.

Sentí un hormigueo placentero en la puntas de mis dedos, hormigueo que me hizo reír levemente. Mi mirada se posó en mis pies y cómo el agua se arremolinaba en mis rodillas. Como traía un short corto, di unos pasos más hasta que el agua me llegaba debajo del muslo. Las hebras de mi short se mojaron, pero no me importó.

Alejada de todos, me di cuenta que esta playa era una de las más silenciosas y tranquilas. Levanté mi vista para encontrarme con un grupo de jóvenes drogándose debajo del muelle, a lado de una columna. Reí un poco, diciéndome que después iría con ellos, cuando tuviera oportunidad.

Addicted to your poison | R.L.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora