Capitulo 1 (Montimer)

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Larry se levantó más temprano que de costumbre. La leña estaba agotada y no había con qué encender el fuego para preparar el desayuno. La noche anterior fue envestida por una tormenta de grandes proporciones y para evitar el frío él y Montimer decidieron que los niños durmieran con ellos. Ronie y Richard estaban contentos y todos se acurrucaron a como pudieron en la pequeña cama, el acompañamiento y el helado clima les hizo tener un sueño pesado, todos se cubrieron con la misma piel, Larry y Monti a los costados, Ron y Richie en el medio, fue por eso que nadie se dio cuenta que Larry no estaba hasta un poco más tarde. Montimer fue el primero en percatarse. Vio que en la cama solo estaban él y sus hijos, no se extrañó, pero al sentir un vacío en la casa tuvo una vaga idea de que algo estaba pasando. Un mal presentimiento. Vio a los niños dormir plácidamente y los cobijó con la gruesa piel que lograron conseguir en una de tantas exploraciones que hicieron tiempo atrás. Se levantó de la cama y fue a la cocina, pensó que encontraría a Larry, sentando, tomando té caliente, esperándolo con una taza para él y unos frutos secos que sabían tan bien con el té negro que solo Larry sabía preparar, pero no encontró a nadie y tuvo un leve escalofrío; uno que entró por los pies y atravesó el espinazo llegando hasta la punta de sus orejas..

Revisó en todo el interior del árbol en el cual habitaban, pero no estaba en ninguna parte. Larry a veces salía sin decírselo a Montimer, así que pensó que estaba afuera. No debieron haber pasado muchos minutos desde que él se fue a hacer quién sabe qué cosa.

Se dirigió a la entrada de la madriguera y justo antes de correr la cortina que torpemente los aislaba de los fríos vientos suspiró con preocupación.

Cuando salió vio como la blanca nieve reverberaba la luz del sol, era un blanco perpetuo e inmisericorde del cual nadie se podía librar, pero él ya estaba acostumbrado, aun así siempre le molestaba cuando era lo primero que veía en una mañana.

Montimer emprendió el vuelo para buscar a los alrededores del árbol.

—¡Laaarryyy! —gritó el murciélago desde lo alto.

Se posó en una rama y gritó de nuevo.

—¡Laaarryyy!

El corazón de Montimer empezó a agitarse por el desconcierto. No sabía qué estaba pasando y muchos pensamientos los sacaron de sí. «¿Y si se fue?», «¿Y si nos dejó a los niños y a mí para siempre?», «Entonces si se fue, no sentía apego por nosotros», «¡Todo fue mentira!». Empezó a temblar. Sintió un nudo en la garganta, como si tuviera algo atravesado y no evitó sentirse herido. Era un dolor que jamás antes había sentido. 

—Larry —musitó. Llevó su mano derecha a su pecho porque sentía que su corazón se estrujaba.

Continuó buscando por los alrededores, pero fue inútil. Sus lágrimas emergían como gotas de un liviano cristal opalescente que reflejaba el sol. Planeó hasta el puente que construyó con sus propias manos para Larry y se detuvo en el extremo de la isla. A su espalda se veía a la perfección el árbol en el que habían habitado por un año y no pudo evitar sentirse abatido. Fue entonces cuando se percató de algo. En la nieve, justo después de donde terminaba el puente vio que algo sobresalía, no podía definir qué era, pero se movía con suavidad al son de la leve y llana brisa de la mañana. 

Voló hasta donde estaba eso que se movía y una leve incertidumbre fue convirtiéndose poco a poco en horror, en miedo. Era una pluma, grande y de color café que danzaba al compás del racheo del viento. «No puede ser», susurró. La cogió. Las conocía. Las había visto antes. Era un pluma de un búho. Uno grande a juzgar por la envergadura de esta. 

—¡Maldición! —exclamó.

Sus ojos se abrieron más cuando vio que en la nieve se podían ver huellas, unas huellas que mostraban la lucha de alguien por escapar de una muerte inminente. Primero iban hacia el puente, vio unas ramitas desperdigadas, fue entonces cuando recordó lo que Larry mencionó la noche anterior: tenían que ir a recoger leña, la que tenían solo daban abasto para esa ocasión y él le dijo que iría, que no se preocupara, pero por alguna razón Larry decidió ir solo, sin decirle nada y ahora por lo que puede ver... «¡No!» pensó, continuó caminando y mientras lo hacía iba sucumbiendo a las lágrimas. Justo antes de llegar al puente dos grandes agujeros reflejaban que el búho se posó antes que el ratón llegara. Larry se detuvo y después retrocedió, imaginó Montimer, corrió al lado contrario con todas sus fuerzas, se miraba en las pisadas. Las siguió y después de un rato, estas solo desaparecían, sin más. 

Tu rastro de sangre en la nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora