Capítulo 4 (Montimer)

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En el insondable estado de la inconciencia del sueño, Montimer pudo percibir el vacío en su pecho; un vacío que estaba allí, justo en su corazón, dispuesto a quedarse sin que él pudiera hacer algo, pero Montimer pensó que sí podía hacerlo, que debía hacerlo. Estaba dispuesto a realizar cualquier cosa costara lo que costara sin importar las consecuencias.

Cuando despertó se dio cuenta que lloró durante la noche porque le ardían los ojos. Las lágrimas ya no estaban, pero todavía las sentía, podía seguir sintiéndolas todo el día, salían de sus ojos e iban arrastrándose por sus mejías, por el pelaje de sus mejías, incorruptibles muestras del sentimiento tortuoso y, llegando al extremo de sus cachetes, caían a la cama y desaparecían, pero otra ya venía detrás y recorría el mismo camino que la anterior.

Vio que Ronie y Richie estaban dormidos. No quería despertarlos, pero tenía que hacerlo. Ellos respiraban tranquilos, en su sueño estaban ajenos al sufrimiento de la vida, el sufrimiento que tanto había padecido y que estaba seguro seguiría padeciéndolo hasta el final de sus días.

Se limpió el rostro con el reverso de sus manos casi desesperadamente y después despertó a Ronie.

—Ron —dijo Montimer casi murmurando—, tengo que salir. Debo seguir buscando a Larry.

Ron estaba despierta. Lo estaba desde hacía algún tiempo y en toda la noche casi no pudo dormir porque tenía pesadillas relacionadas con Larry. Lo veía enterrado en la nieve, con frío y casi sumido en la inconciencia sin que nadie pudiera ayudarle. Despertaba de golpe y agitada. Se sentaba en la cama y luego veía a todos lados deseando que Larry estuviera allí, de pie viendo como ellos dormían, pero no era así. No había nadie de pie. Sollozaba.

—Cuidaré de Richie —dijo ella con los ojos abiertos, todavía recostada, luego se sentó en la cama y vio a su padre con tristeza.

Montimer la abrazó y le dijo que haría hasta lo imposible para traer de vuelta a Larry, verás que sí cumpliré mi promesa. No debes de preocuparte, cariño, no debes de preocuparte. Ron le correspondió el abrazo pensando que esas palabras no eran dirigidas a ella. Montimer estaba sentado al borde de la cama, se levantó, tomó el bolso que siempre llevaba cuando salía a buscar alimentos y se dirigió a salida.

—Tengo que irme —dijo Montimer—. Recuerda que no debes de salir, afuera es más peligroso que antes.

Ronie saltó de la cama y se dirigió hasta donde estaba su padre. Esta vez solo se quedó de pie, sin decir nada pero con sus ojos diciéndolo todo.

Montimer atravesó la cortina y salió volando del balcón, volvería para dejar alimentos para los dos niños y luego se iría a la búsqueda de Larry. En ese momento Ronie se le estrujó el corazón.

Esas acciones fueron repetidas por varios días. Llegaba, dormía y a la mañana siguiente se iba y regresaba al siguiente, cansado y abolido por el peso de los recuerdos y la desesperación; el rostro triste que antes tenía había regresado, ya casi no tenía ánimos para hablarle a los niños o para jugar y estos, al verlo, solo se alejaban evitándolo, porque ya no lo reconocían.

En una de esas tantas salidas Ronie lo acompañó a la puerta, iba a salir volando como ya era la costumbre y ella solo se quedaría en silencio, observando como su padre se perdía entre los árboles y la nieve mecida por las ráfagas de viento. Pero Ronie dijo algo:

—El ya no regresará..., ¿verdad? —Se llevó sus manos con los dedos entrecruzados al pecho, como temiendo la respuesta de su padre.

Montimer se detuvo, de golpe. Esa pregunta lo sacó de sí y una ira incontenible lo invadió, una ira agazapada que fue conteniendo junto con la tristeza de la posible pérdida.

Tu rastro de sangre en la nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora