Capítulo 9 (Lucas y Jordan)

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La tormenta azotaba el bosque con una inclemencia perturbadora. Nunca se había visto una de tal magnitud desde hacía muchos años. Jordan, un lobo gris de pequeño tamaño, montaraz y con expresión seria, se debatía con el viento el poncho de tela que llevaba puesta encima. En sus espaldas cargaba un haz de leña que llevaría al lugar donde estaba habitando desde mucho tiempo atrás. Vivía solo, amparado a la buena de Dios, abandonado por su propia familia, sobrevivió y se aferró con uñas y dientes a la vida y ahora estaba allí, en medio de una tormenta y siendo arrastrado por la ventisca.

No tenía miedo, más bien le divertía batirse en duelo con los gélidos ventarrones que quebraban ramas, hacían caer árboles y arrastraban objetos o animales más pequeños que él. Enfrentarlas era una manera de saber que estaba vivo, una manera de gritarle a su ausente familia «¡Miren, hijos de puta! ¡Sigo con vida! ¡Vivito y coleando para su desgracia!». Siempre se abastecía de leña en un lugar que se encontraba lejos porque decía que allí se estaba una madera resinosa que era capaz de arder y mantener el fuego vivo durante varias horas sin gastarse.

Esa tarde en particular tuvo la suerte de haber encontrado un árbol que el viento arrancó desde la raíz, lo desmigajó en pedacitos y se los echó encima, calculaba que lo que recogió le rendiría al menos dos semanas.

Mientras caminaba, muy a lo lejos logró divisar una tenue luz trémula, pero imperturbable; provenía de un cubil que estaba a las faldas de un árbol inmenso y sin embargo muerto. Normalmente evitaba todo contacto con otros animales, pero si encontraba alguno que necesitaba su ayuda nunca la negaba, aunque estos nunca se lo agradecieran. Pero decía que no lo necesitaba, que las cosas se hacen para uno mismo, como si uno se curara solo, y cuando nos curamos nosotros mismos nunca nadie en su sano juicio se daría las gracias a sí mismo. Sería cosa de locos.

Esa luz que centellaba como una moribunda luciérnaga, le dio la idea de que tal vez alguien estuviera allí, tal vez necesitaba comida, llevaba un poco podría dejar unas cuantas cosas; o necesitaba leña, les dejaría suficiente para que no se murieran de frío en el transcurso de la tormenta.

Con mucha dificultad llegó al lugar, era un cubil espacioso, lo suficiente como para que dos lobos de su tamaño cupieran sin estorbarse. Revisó con la vista. Al principio no divisó nada a simple vista, pero sus orejas se pusieron alerta cuando un llantito infantil y sosegado le hizo volver su mirada a la izquierda. Muy cerca del fuego que estaba a punto de extinguirse vio un bulto casi minúsculo, se percató que el llanto provenía de allí. De inmediato supo que era un bebé. Bajó el haz de leña que llevaba a sus espaldas y entró. Primero olio el bulto, luego lo destapó.

—¡Mis santos cojones! —exclamó Jordan—. ¡Es un bebé murciélago!

No tuvo ni el valor ni el corazón para dejarlo allí. Lo primero que le llamó la atención de la criatura era que poseía un auténtico color blanco, lo otro es que no tenía muchas horas de nacido, pues le colgaba de su panza un cordoncito con el que antes se aferraba a su madre; sus ojos estaban cerrados. Jordan se preguntó quién era la madre, pero no le dio importancia, total cualquier cosa podía suceder en el maldito bosque. Tomó el bulto con mucho cuidado, apagó el fuego y se quitó el trapo que llevaba encima para usarlo como un portabebés demasiado grande para el murciélago que lloraba, se lo puso en el pecho, después de sentir el calor y los latidos del corazón de Jordan el chiquillo se calmó. Se durmió casi de inmediato.

Jordan, oyendo de nuevo solo el silencio avasallado por el ruido del viento, se preguntó, también, qué es lo que estaba haciendo ese niño allí. ¡Un recién nacido! Pero la pregunta que más le golpeaba la cabeza era el qué iba a hacer con él.

Trató de no pensarlo mucho. Cogió de nuevo el haz de leña y volvió a su camino, tenía un largo camino que recorrer y un atraso podía significar la vida o la muerte en aquellos parajes helados donde hasta su propia conciencia podía congelarse. Estaba vez sentía más frío.

Tu rastro de sangre en la nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora