Capítulo 3 (Larry)

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Cuando desperté, me sorprendió lo liviano que me sentía, además el dolor en mi cráneo seguía allí, estático, sin ánimos de retroceder. Me llevé la mano derecha a donde sentía el punzón de dolor y me di cuenta que una venda estaba amarrada a un cabeza, encubriendo la herida. Estaba acostado sobre una cama de ramas y hojas, algo acolchada, pero un poco incomoda. Una manta me cobijaba, no podía mover mi torso y tuve miedo de destaparme, tenía la leve certeza de que, si lo hacía, podía verme sin una extremidad o con un agujero en alguna parte de cuerpo.

Recuperé un poco más la noción. Sentí un leve calor provenir de muy cerca, eché un vistazo y pude ver una fogata encendida. Ese fuego que estaba un poco lejos, pero aun podía percibir su calidez, se sentía agradable. A un costado de la fogata estaba un bolso que parecía cargado con muchas cosas, no pude definir qué eran por la distancia que nos separaba, pero también le resté importancia, lo menos que quería era aumentar la intensidad del dolor que me aquejaba tratándome de mover por cosas innecesarias.

Estaba en un cubil, muy amplio y el olor a humedad era molesto, me irritaba la nariz, tanto que no podía dejar de moverla. Miré un rato al techo tratando de repasar lo que me había pasado, parecía una terrible pesadilla de la que todavía no me hubiera despertado. Estaba solo ya que no pude ver a nadie más, aunque no estaba del todo seguro, en algunos lugares del cubil reinaba una insondable oscuridad, alguien podía ocultarse allí sin ningún problema, y levantarme para indagar no era una opción viable por el momento, solo faltaba esperar.

Pude escuchar provenir del boquete que era la entrada un sonido estridente, como un rugido, me asusté por un momento, pensé que el ave vendría a comerme, pero me relajé cuando me di cuenta que era una tormenta (muy fuerte) lo que producía ese ruido. Pequeños copos de nieve lograban entrar a través de la entrada y se derretían al aproximarse al calor del fuego. No sentía frío, tal vez me ayudó el hecho de estar cerca de la fogata o por estar cubierto por la manta (muy gruesa), quizás por perder esa facultad o porque ya estaba muerto.

Empecé a llorar, todo el miedo que tuve al momento del ataque fue arrullándose en la base de mi estómago, ese sentimiento subió a mi garganta como si tuviera algo atravesado en ella, me imposibilitó respirar y la única forma de sacarlo fue en llantos. Estaba asustado, muy asustado... no por lo que me había pasado, sino por el hecho de pensar en quienes amaba, mi familia, Montimer, Richie y Ronie. Los dejé solos y debían estar preocupados. Luego me di cuenta que también lloraba por el hecho de haberlos perdido, ha como perdí a mis padres y a mi abuela, aunque lloraba porque sabía cuáles eran los sentimientos que debían de estar experimentado... en realidad ellos me habían perdido a mí.

Lo tormenta me sacó de mis pensamientos, una ventisca entró y casi apagó la fogata. Si se apagaba probablemente moriría por el frío. Era bastante normal que un animal tan pequeño como yo muriera así, o muriera comido, hasta por una caída de gran altura, pero nada de eso me ocurrió. No sabía por qué es que estaba vivo, acostado sobre una cama de ramas y hojas, cubierto por una gruesa manta parecida a las que solo se encuentran en las casas de los desaparecidos humanos, al lado de una fogata, vendado y vivo... vivo.

Percibí como las lágrimas mojaban el pelaje de mis mejías en su recorrido, me sentí aturdido, turbado por la terrible verdad irremediable, el destino de los débiles como yo... Montimer siempre me repetía que yo no era alguien débil, que por el contrario era tan fuerte como el más fuerte de todos los lobos. Recordar eso me infundió un poco de ánimo.

Pasó algo de tiempo y la tormenta parecía que no menguaría en toda la noche, eso pensaba, estaba muy oscuro dentro del cubil a pesar del fuego que con mucha dificultad espantaba la oscuridad que se cernía sobre los riñones y no sabía si en realidad era de noche o de día. Logré ver varias raíces de árboles en el techo de la cueva, eso me indicaba que estaba debajo de uno, pensé que tal vez estaba cerca de donde el pájaro me había capturado, no muy lejos de árbol en donde vivía, de Montimer y los niños. Ladeé mi cabeza y traté de dormir ya que el dolor del cuerpo se intensificaba, el frío comenzó a inundar el cubil, trataba de espantarlo pero no se iba, quería agarrarme el cuerpo y se potenciaba más y más porque la fogata estaba a punto de apagarse. No podía dejar que se apagara, así que traté de levantarme ayudándome de mis codos, pero no pude, no me percaté que mi brazo izquierdo estaba en cabestrillo y al solo tratar de moverlo me hizo quejarme del dolor. Era un dolor agudo, pero a la vez se desperdigaba por los dedos, la mano, el brazo y el antebrazo hasta llegar al hombro. Decidí tratar de no moverme más, resignado a la oscuridad y al frío perpetuo, oculto dentro de un horrible lugar.

Tu rastro de sangre en la nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora