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En la misma ciudad, específicamente en un bar

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En la misma ciudad, específicamente en un bar.
El sol se estaba ocultando, dando a entender que la noche se acercaba...

Unos autos de negro se estacionaron frente al lugar en fila. Bajando varios tipos enternados con clara apariencia y semblante peligroso.

Un auto en especial destacaba del resto. El chófer se bajó rápido, abriéndole la puerta a su importante pasajero.

- ¿Aquí es? - preguntó, aquel hombre bajandose del vehículo.

- Si, señor Gallaghan. Dígame, ¿quiere que sus hombres lo acompañen?

- No es necesario. - hizo un ademán para que vuelvan a los vehículos.

Prendió un cigarrillo, pasando del auto hacia la entrada del establecimiento.

Hizo voltear algunas miradas de las señoritas que pasaban por el lugar.
Después de todo... ¿Quién no vería a aquel hombre sumamente atractivo?

Portaba simplemente una camisa y pantalón de vestir junto con sus mangas remangadas, dejando a relucir sus tatuajes que le marcaban a la perfección los músculos. Su altura le ayudaba bastante a llamar la atención, parecía pasar del 1.96. Y terminando todo con unos bellos ojos esmeraldas.

Era entendible que robo miradas al entrar al bar. En especial de las bailarinas y meseras, quienes no desaprovecharon la oportunidad de hablarle, acercándosele sin permiso de nadie.

- Si quieres... Me tienes gratis. - mencionó  una de ellas con tono coqueto, pasando suavemente sus manos por los fuertes brazos de él. - Yo te debería pagar, galán.

Para un hombre esto significaria el cielo. Pero para él... Ni siquiera se digno a verla.
Quitó su mano con repulsión, alejándose rápidamente de ellas.

Quería terminar rápido y largarse de ahí, odiaba las luces fosforescente de bar.

Dio un corto recorrido, yendo hacia la parte trasera, donde encontró una puerta en el fondo.

Tocando un par de veces, salió un mesero a recibirlo.

- Bienvenido de vuelta, señor Gallaghan. - señaló con su mano el camino. - El señor Moretti, lo espera adentro.

Guiandolo en su corto camino. Pasaron por un largo pasadiso de habitaciones, que al parecer estaban siendo usadas y no de una forma sana. Se escuchaban claramente los gemidos por todo el lugar.

Llegando por fin, a la que parecía ser la última puerta. El mesero la abrió de par en par, dejando la vista de alguien muy conocido por él.

- ¡¡Mi gran amigo Daymon!! - gritó el hombre, yendo a abrazarlo en saludo. - ¿Cómo estás, mi amigo? Pasa siéntate.

Lo guió a sus muebles. Sentándose frente a él mientras Daymon apagaba su cigarrillo en el cenicero.

- ¿Gustas algo de tomar? - preguntó el.

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