Eso Me Hace Sentir Increíble...Y Asustada

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Sebastián podía estar seguro de que había arrancado un pedazo de la piel de su cuello. Él generalmente tenía comezón cuando no concordaba con algo, pero aun así lo hacía. La picazón lo estaba dejando loco. Cielos, esa era una idea idiota, ¿por qué diablos estaba concordando con eso?

Era miércoles y ellos estaban sentados después de clases en la sala de la secretaria para preguntar sobre el intercambio. Valentina lo había presionado para que fuera con ella, con la excusa de que fuera él la persona que quería hacer el intercambio y no ella. La chica golpeteaba los dedos en la mesa por la espera, mientras la funcionaria los atendía, por mientras Sebastián intentaba al máximo contener la comezón, pues creía que su nerviosismo era tanto que podría arrancar una vena importante en cualquier momento.

-Entonces...-Dijo la mujer sentándose.- ¿En qué puedo ayudarles?

Sebastián miró a Valentina, que percibiendo su hesitación le dio un leve codazo incentivándolo.

-Es...es que yo quería hacer un intercambio. -Dijo repitiendo lo que ensayaron antes de entrar.- Y quería tener informaciones.

-Está bien. Pero entonces necesito que sus padres vengan aquí para conversar con nosotros, así les explicamos bien cómo funciona todo. -Explicó la mujer.

Sebastián asintió lentamente, feliz por saber que era una pésima idea apoyar las ganas que Valentina tenía de irse lejos. Sin dudas sus padres no apoyarían eso tampoco.

-Entonces, perfecto. Vámonos, Valentina. -Dijo él sin poder contener el entusiasmo en su voz mientras se ponía de pie.

-No. Pero, señorita...-Dijo Valentina interrumpiéndolo.- Solamente para no perder el viaje, ¿será que usted podría decirnos, más o menos, qué se necesita?

-Está bien. ¿Tú también quieres hacer un intercambio?

El rostro de Valentina se iluminó con la posibilidad.

-Sí, puede ser.

-Voy a buscarles unos folletos, así pueden investigar bien, y sus padres también pueden informarse con ellos. Dénme un minuto. -Dijo la mujer levantándose y rebuscando en una torre de papeles que estaba sobre un armario.

Valentina alcanzó la mano de Sebastián y la sujetó. Él se hubiera molestado aún más con la situación si la sonrisa de la chica no fuera tan bella.

La mujer regresó portando dos pequeños cuadernillos coloridos, entregándoselos.

-Entonces...nosotros regresamos luego con nuestros padres. -Dijo Sebastián, levantándose nuevamente.

-Espera. Solo una última duda. -Se pronunció Valentina interrumpiéndolo nuevamente.- ¿Usted cree que yo tendría algún problema en hacer intercambio, por ser ciega?

La señora evaluó el rostro de Valentina. La pena flotó en sus ojos por una fracción de segundos.

-Mira, te voy a ser sincera, nunca tuve a alguien ciego haciendo un intercambio. Pero creo que es solamente cuestión de encontrar a la familia preparada para recibirte. -Dijo la mujer, quedando feliz que pocas palabras llevaron una sonrisa con esperanza al rostro de Valentina.- Vamos a hacer lo siguiente. Tú me das tu número de teléfono, yo hago una pequeña investigación y te contacto.

Mientras Valentina le pasaba su número y la mujer le daba la esperanza de que era posible encontrar una familia dispuesta en recibirla, Sebastián giraba sus ojos disconforme con el mínimo hecho de que podría ser fácil que su amiga se alejara de él.

Valentina estaba acostada cómodamente en el sofá de la sala de la anciana Amelia, acababa de devorar un almuerzo delicioso. La señora siempre la encaprichaba los miércoles, porque quería agradarle. El paladar de Valentina no era exigente, ella comería cualquier cosa que tuviera frente a ella si estaba acompañado de Ketchup. Pero la anciana adoraba mimar todos sus sentidos restantes. Distribuía afecto al tacto. Ponía música clásica y suave para su audición, su casa siempre olía a flores y muebles rústicos antiguos, lo que agradaba su olfato y cocinaba maravillosamente bien para la apreciación de su paladar. Valentina la adoraba por eso.

In your EyesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora