două

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(Numeración en rumano)

—Gilbert Blythe levántate de una vez, debemos ir a la escuela.— Los quejidos de la rubia se escuchaban sobre las risas del que era regañado.

—¿Podría dormir solo cinco minutos más?— Su voz ronca sonó haciéndola sonreír, amaba eso. Pero no iba a caer ante sus encantos, un simple "No" hizo que el chico soltara un suspiro rindiéndose.— Está bien, sal un momento para que me cambie.

—Ay, y yo que quería ver.— Bromeó saliendo de la habitación para ir a la cocina, donde Bash y su hermano esperaban con el desayuno.

Habían pasado solo tres días de su llegada, pero ya se comenzaban a acomodar en el lugar. Ella dormía con su hermano en la habitación, que según Gilbert, perteneció a su padre. Mientras Sebastian dormía en la habitación de invitados, todos tenían su propio espacio, todos tenían sus propios quehaceres hogareños, aunque le dejarán los más sencillos a la menor de la casa.

Ese día, después de clases Gilbert iba a mostrarle el pueblo, siendo él el único que conocía todo el lugar. Además de presentarle a sus amigos que dejó ahí antes de partir, sobre todo a cierta pelirroja a la que había comenzado a tomarle cariño, siendo parte de sus comentarios diarios antes de conocer a la rubia.
A Eleonor no le molestaba ello, al contrario, tenía muchas ganas de conocer a la chica de la que su novio habló más de una vez.

—¿Y tu esposo?— Preguntó en burla un Henry que terminaba de servir los desayunos.

—Primero que todo, aún no nos casamos.— Mencionó con una sonrisa.— Segundo, ya viene, se está cambiando.

El chico dejó los platos en la mesa, y sonrió con una expresión confundida al ver la vestimenta de su hermana. La chica llevaba una de las famosas camisas blancas de su novio en la parte superior, mientras unos pantalones de su hermano, que ella misma había arreglado, cubrían sus piernas. Los vestidos para las chicas de su edad eran cortos, no cubrían todas sus piernas y el frío la molestaba. Por lo que había hecho caso omiso a todo lo inadecuado que eso podría ser, y se vistió con ropas masculinas, dando el suave toque femenino con su cabello cayendo completamente suelto sobre una bufanda que había tomado de las cosas de Bash. Tenía una mezcla de ropa entre las cosas de los hombres de la casa, pero aún así todo ello le quedaba bien.

—¿Te doy uno de mis abrigos o lo tomarás de la maleta de Bash?— Él mencionado miró a la chica antes de reír por el comentario del rubio.

—En realidad iba a tomar uno de Gil, queda mejor gracias a nuestras estaturas.— El chico que iba entrando a la cocina la miró con una divertida expresión, aunque realmente se esperaba algo así.

El desayuno fue comido por la gran familia, era algo diferente para todos, Gilbert estaba solo con su padre, Henry y Eleonor eran solo ellos dos, mientras Bash llevaba diez años en aquel barco. Ese cálido ambiente familiar, eran tan diferente, tan hermoso y extraordinario.

—Me he tomado la libertad de coger algunas manzanas, están en la mochila que le he dejado a Ely, están sus meriendas.— La voz de Henry salió del cómodo silencio mientras todos dejaban sus platos en el lavavajillas.

—Claro papá.— Bromeó su hermana caminando a la mochila mencionada, que luego colgó sobre sus hombros.

—Amor, vamos ya.— Gilbert volvía a la sala con un abrigo, que luego pasó sobre los hombros de la chica, para protegerla aún más del frío.— Bash ¿Nos acompañas? Así no te quedas solo mientras Henry va al huerto.

—Claro que no, Blythe, de esta casa no salgo hasta primavera.— Todos rieron ante ese extraño comentario.

Después de las cortas despedidas, tomaron diferentes caminos, mientras Henry pasaba al huerto, Gilbert y Eleonor se tomaban las manos mientras el chico guiaba al camino hacía la escuela.
No fue mucho tiempo, pero ella ya mostraba un leve cansancio, cuando con una sonrisa divisó a la iglesia que constituía la escuela. Soltó la mano del chico y como si se olvidara de la falta de oxígeno en sus pulmones, a causa del cansancio, corrió a la puerta del lugar, abriéndola de golpe haciendo un fuerte ruido, lo que provocó que muchas miradas se fijaran directamente en la chica ataviada con ropa de hombres, quien entró justo segundos después antes del que se había ido del pueblo por largos meses.

Promesa [Gilbert Blythe]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora