Infinit

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L'amour ne s'arrête pas lorsque le cœur s'éteint.

Una bomba de tiempo explotó en sus almas, mientras sus ojos se perdían en la desgracia de una soledad indomable.
Volvamos al pasado.

Mira el cielo extrañando a quien le enseñó el significado de los colores adornados por nubes blanquecinas, que al ser tocada por los rayos del sol, se teñían.
Volvamos al pasado.

Respira, mira a su alrededor y cuenta cuántas estrellas puede observar, lo recuerda con cariño, pensando en sus palabras, como años antes le había sonreído en un día como ese.
Volvamos al pasado.

Se pierde en la mirada de la niña que mira al suelo sin entender las lágrimas, se pierde en la tristeza de su esposa al ver el presente inevitable que el destino les había mostrado.
Volvamos al pasado.

Respira, lo intenta, se quiebra.

El día es hermoso, Eleonor caminaba a la escuela con una canasta repleta de galletas, iba con su abrigo blanco, luciendo el vestido blanco que tanto amaba. Mientras el sol brillaba, ella entraba a la escuela, encontrando a la maestra Stacy, quien la recibía con una sonrisa. La escuela original se había quemado y en ese momento, aún la casa de la mujer era usada como escuela para los mayores. Todos sus amigos se habían graduado de ahí, todos emocionados habían partido a Queens, justo como su esposo lo había hecho, mientras ella se quedaba en su hogar junto a su hermano, pasando las tardes en la casa de la señorita Stacy, llevándole galletas y manzanas a los chicos que estudiaban arduamente para sus exámenes.

—Eleonor, linda.— Saludó la mujer acercándola a una silla, donde ella tranquilamente se acomodó, posando la canasta en la mesa, algunos se acercaron saludando y llevándose a sus puestos las galletas.— ¿Cuando vienen Gilbert y Jane?

—Este fin de semana, el lunes ya debemos partir a Toronto.— Respondió a la pregunta, dejando ver el bulto que se formaba en su vientre, un niño de casi nueve meses crecía ahí, mientras la joven de veinte años disfrutaba de la alegría por ser madre.

Si tan solo todo hubiese sido evitado, si eso nunca hubiera pasado, las lágrimas no estarían fluyendo en los rostros de quienes amaron la vida, tanto como para pedirle tan solo unos minutos más a la muerte irreversible que esperaba en el final del camino.

Con sus mejillas teñidas de rojo, sudor en su frente y uno de los dolores más insoportables de su vida, ella cayó en la oscuridad de un desmayo.

Todos nerviosos por noticias esperaban fuera de la sala, esperaban que Audrey o James salieran con el bebé, que salieran con buenas noticias. Nadie podía aguantar a Gilbert, quien parecía querer ir él mismo a ayudar a su esposa en el parto, pero el doctor Brown no le había permitido entrar, mucho menos a Jane, la cual se había vuelto una mujer tan poderosa como para haberle alzado la voz a su novio frente a todo, por no dejarla entrar junto a su mejor amiga. En ese momento apretaba la mano de su hermana, la cual se quejaba por sentir que se le quebraría si la menor daba tan solo un toque más de fuerza.

El único que estaba adentro era Henry, el cual era el más calmado de todos los allegados a Eleonor, el rubio se había asustado por completo al ver como ella dejaba caer su cabeza, pero no era el único. El doctor Brown hizo que todos se detuviera, justo en ese momento, Henry fue obligado a salir de la sala, al igual que los otros dos doctores que ya eran considerados familia de la señora Blythe.

—¿Qué está sucediendo?

—Eleonor se ha desmayado, espero que no sea lo que creo...— El murmullo del francés fue escuchado por su novia, la cual se levantó en cuestión de segundos para encararlo.— Cálmate Jane, solo decía que esperaba que no tuvieran que recurrir a la cesárea, según los libros son meses de recuperación.

—¿Por qué se desmayó?— La voz de Gilbert sonaba como un pequeño hilo, como si el chico estuviese imaginando lo peor.

—Si mi teoría es cierta, un parto no es buena idea si tienes solo-

Las palabras de la pelirroja fueron interrumpidas por el llanto de un bebé, todos parecieron aliviados al escuchar aquello, aquel ruido molesto les parecía una melodía hermosa. Una enfermera salió con una pequeña niña envuelta en una manta, aún sucia por los fluidos del vientre de su madre, una pequeña luz en la oscuridad del pronto presente.

Hay cosas que las personas aprenden den la vida, también son creencias traídas por las prácticas de brujería, los pactos con entidades desconocidas. Hay veces en que el universo hace algo tan terrible como jugar con las esperanzas de corazones nobles. Un solo murmullo detuvo las sonrisas crecientes, luego un grito las apagó por completo, cerrando sus bocas, mientras lágrimas incrédulas salían de sus ojos. La enfermera con la niña en brazos miró el interior de la sala, dejando de sonreír por quien cargaba.

Al final de todo, Eleonor jamás pudo conocer a su hija.

Detenemos el pasado y miramos su presente, vemos los rostros apagados de quienes la amaron, cabezas que no se levantaban de la tumba que mantenía su nombre en vivas flores de colores, pintadas por todos sus amigos, pintadas por quienes en ese momento lloraban a lágrima viva, pintadas por su esposo que mantenía su memoria entre sus brazos, cargando a la niña por la que dió su vida.

¿Pero saben que es lo que sucede?

Ella hizo todo lo que deseo desde muy pequeña, llegó a vivir cinco años más de lo que los pronóstico de los doctores le habían dado, se enamoró y estuvo con el amor de su vida hasta que su corazón se detuvo, hasta que su pulmón falló mientras daba un fruto de su vida. Las sonrisas en el rostro de Eleonor no serían olvidadas, jamás podrían dejar de ver como ella había cambiado sus vidas, cómo les había enseñado a vivir, a pesar de haber renunciado a sus esperanzas de vivir mucho tiempo atrás.

Eleonor no había muerto en verdad, porque las memorias llenas de recuerdos con ella seguían caminando en ese mundo, las historias que contarían a su hija saldrían de sus gargantas, mientras sonrisas nostálgicas recordaría sus palabras, su amor, su fuerza.

Pasaron horas mientras sus ojos se perdían en el cielo, luego del discurso de Jane, todos dieron una ojeada a las estrellas, pero ellos devastados no podían dejar de mirarlo, la extrañaban, la extrañaban demasiado y solo habían pasado dos días desde su partida.

—¿Gilbert?— El chico se giró al escuchar la voz de cierta pelirroja.— Ven, yo cargo a la pequeña Sophie.

Anne con una entristecida sonrisa tomó a la bebé entre sus brazos, ella misma se destrozó al ver como él tapaba su rostro sin poder calmar su llanto. Ya sólo quedaban ellos dos, el resto de la familia había partido a su hogar, intentando hacer que Henry se durmiera, ambos estaban muertos por dentro, pero el pelinegro se negaba a levantarse de la tierra, a un lado de la tumba de a quien había amado con todas sus fuerzas.

—Tiene sus ojos, Blythe...— La pequeña miraba con curiosidad a la pecosa.— Tan azules como el más brillante cielo.

Él no respondió, solo lloraba, sacaba todo lo que no había llorado mientras ella estaba viva, había perdido tantas oportunidades para decirle cuánto la amaba, había provocado tantas lágrimas en su alma, hasta sentía que él era el culpable de su muerte.

—Vamos, Gilbert.— Él asintió en silencio, levantándose junto a la pelirroja, mientras volvía a cargar a su hija.

En la tierra resaltaba un ramo de flores, una tan blanco como la nieve que en cualquier momento cubriría a Avonlea. Baby's breath y rosas blancas.

“Te amaré eternamente”

Fin.

Promesa [Gilbert Blythe]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora